Fecha de publicación: 23 de septiembre de 2019

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa Amada de Jesucristo, Pueblo Santo de Dios;
muy queridos hermanos y amigos todos:

En las Lecturas de hoy hay dos cosas que para mí es inevitable el subrayar. Una de ellas yo creo que es sencilla. Si yo dijere ahora y preguntase a alguno de vosotros, a ver quién no ha usado alguna vez la frase “es la voluntad de Dios, tenemos que aceptarla”, “hay que aceptar la voluntad de Dios”, “hay que resignarse a la voluntad de Dios”, y a base de repetir esa frase (que la repetimos o que se ha repetido muchísimas veces) hemos terminado pensando una cosa que han dicho algunos pensadores del siglo XX ateos: que Dios es enemigo de nuestra libertad, o que Dios es de alguna manera enemigo nuestro, enemigo del florecer de la vida humana. Y eso nos pone en una relación con Dios extraña, como si tuviéramos que conquistar su voluntad, como si tuviéramos que conseguir a fuerza de puños y de esfuerzo que nos quiera, y cosas así; todo un montón de cosas que tiene que ver con una orientación en esa relación con Dios donde el centro somos nosotros y a Dios lo vemos siempre con un poquito de desconfianza.

Sólo hay en la Biblia, sólo hay en el Nuevo Testamento, un pasaje donde se define la Voluntad de Dios. La Voluntad de Dios, lo que Dios quiere, es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. ¿Me queréis decir qué tiene una frase como ésta en común con el uso que nosotros hacemos de la expresión “la voluntad de Dios”? Prácticamente, nada. Supone una percepción de Dios casi radicalmente distinta y ciertamente muy diferente, muy diferente. Es decir, la percepción de Dios como alguien que lo que quiere es la vida del hombre. Y eso está en la Tradición cristiana metido, pertenece al ADN cristiano (entre otras cosas, porque está en el Nuevo Testamento), en el sentido de que la Tradición de nuestros santos han sido personas que han comprendido que la Voluntad de Dios es una voluntad amorosa, que es una voluntad que tiene que ver con nuestro bien. Y me diréis: “sí, pero luego uno se pone enfermo”, o “mi tita se muere”, o “mi marido se muere”. Dios mío, y todos nos morimos. Y eso supone también una imagen de Dios equivocada porque es como… siempre imaginamos a Dios como alguien muy poderoso pero que está fuera de la Creación y que nos maneja como marioneta, y entonces, si algo en las marionetas no funciona, la culpa la tiene que tener el marionetero. Entonces, es un lío. Al comienzo de la modernidad alguien dijo: “La existencia de catástrofes o de enfermedades tiene que significar una de estas dos cosas: o Dios no es bueno o Dios no es omnipotente”. Y entonces, que de la definición de Dios que hemos recibido, Dios no puede existir. Ha sido y sigue siendo en buena medida uno de los argumentos en favor del: “¿Dónde estaba Dios en el tsunami o en el huracán de Haití, o en el tsunami de Indonesia o en las guerras…?”. Dios estaba en las víctimas, fundamentalmente. Jesucristo estaba en las víctimas.

El Dios cristiano es la experiencia de un Dios que es Amor y que se hace amor junto a nosotros y que se solidariza de nuestro destino y que ha venido, ha salvado al mundo sobre todo perdonándolo. El hombre puede cerrarse libremente a la Gracia de Dios, aunque en esos casos en los que el hombre se cierra libremente, uno tiene que esperar y decir: “Señor, si el amor de una madre o de un padre o de un buen amigo, con lo pequeño que es, siendo lo más grande que hay en el mundo, pero con lo pequeño que es en comparación con Tu Amor, es capaz de conseguir de nosotros tantas cosas, no forzando nuestra libertad, sino sencillamente a base de descubrirnos un horizonte de amor, ¿cómo será el amor de Dios?”. Yo creo que, incluso aquel que se cierra a la Gracia, digo yo que en el momento de la muerte…, ¡si Dios tiene infinitos recursos para insinuarse, para manifestarse, para llegar a Él, para abrir y ablandar Su Corazón! Tenemos la obligación de esperar que ninguna libertad se resista. ¿Que puede ser? Evidente. ¿Qué yo me puedo negar al amor de Dios? Evidentemente, pero que Dios es Amor y Su Voluntad es… y Dios cumple su voluntad. ¿O va a ser el mal más poderoso que Dios? Y entonces, ¿para qué creemos en Jesucristo? ¿Qué es lo que hace Jesucristo? ¿Enseñarnos unas poquitas cosas que ya sabíamos antes de Jesucristo: que el mundo es mejor si nos queremos; que tendríamos que dar culto a Dios de vez en cuando o en todo momento? Hasta el “Amarás a Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser” está en el Antiguo Testamento.

Quisiera subrayar que esa percepción de Dios que está tan metida en nuestra sangre, diría yo, es una corrupción de la Tradición cristiana. “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Y la verdad es que Dios nos ama, por encima de su propia Vida, y justo en eso se revela que es Dios. Porque los que somos pobres, en el sentido radical de la palabra, siempre estamos queriendo ser ricos; pero la prueba de que uno es rico es que a uno no le importa desprenderse de lo que tiene, y la prueba de la grandeza de ánimo y de corazón de un hombre rico es que no le importa compartir lo que tiene. Dios es tan grande que no le importa compartir nuestra pobreza; que no le importa abrazarse a nuestra miseria; que no le importa meter su mano en nuestra heridas y limpiar las cicatrices, y curarlas. La relación de Dios con el hombre es una relación de amor infinito, y por lo tanto de Misericordia infinita. Y el horizonte de nuestra vida es esa misericordia infinita de Dios, no el temor que genera esa concepción de la Voluntad de Dios como algo casi de lo que hay que protegerse, o cuando uno dice “bueno, ya no me queda más que ponerme en las manos de Dios”, como si fuera lo último que uno puede hacer en este mundo, cuando es lo primero que tendríamos que hacer.

No hago más que abrir ahí una veta que, si os hace pensar, me alegro. Pero el Evangelio de hoy estoy seguro de que también os escandaliza. A mí me ha escandalizado mucho tiempo. Es el único lugar del Evangelio donde da la impresión que el Señor nos invita a hacer algo que no es bueno, ¿no? ¿No tenéis todos esa impresión en la parábola? Y además, como en las Biblias pone “parábola del administrador infiel” o “del administrador injusto”. Las dos cosas son verdad pero pensamos normalmente que es injusto con lo que hace al final. Y no es así. Ahora os lo explico. Entonces, nos choca y luego aparece, una vez que se ha entendido y eso ha pasado desde hace mucho tiempo, desde que perdimos contacto y conocimiento de la legislación judía del tiempo de Jesús, no se sabía muy bien qué es lo que quería decir el Señor, y es comprensible porque no está muy claro a menos que uno caiga en la cuenta de una cosa. Y entonces, dicen “haceos amigos con el dinero injusto”. ¿Cómo se entiende eso? No hay manera de entenderlo, reconocédmelo. Así, espontáneamente, no le viene a uno entenderlo. ¿Qué es eso? ¿Que tenemos que usar un dinero mal ganado para conseguir mejores amigos?

Vamos a situarnos en otro contexto. El Señor no nos está invitando a hacer una cosa mala, sino a convertirnos, que es lo que hace el administrador que había sido infiel antes. En la ley judía, como en la ley cristiana durante los primeros siglos y después, estaba prohibida la usura. Entonces, ¿qué hacía el administrador infiel y qué hacía la gente para que no les condenaran el sanedrín local o los que tenían que temer a los que violaban la ley? Pues, decirle al señor que te había comprado ochenta sacos de trigo: “Ponemos aquí en el recibo 20 más, ponemos 100 y no hay usura porque yo te he vendido 100 sacos de trigo y no te he vendido más que ochenta”, y era una manera de disimular la usura porque estaba prohibida por la Ley judía, y uno podía recibir azotes si le pillaban haciendo usura en el mundo judío.

Entonces, ¿qué es lo que hace el administrador cuando ve que podía ser descubierto? Arreglar las cosas. Es decir, ¿tenías aquí un recibo que decía aquí 100? Pon ochenta, que fue lo que te vendí. ¿Tenías aquí que decía 100 sacos de trigo o 50 toneles de aceite? Pon la cantidad verdadera. Es decir, mostrar que él desde ahora ya no iba a obrar mal, ya no iba a usar esa trampa que se usaba para evitar ser condenado en una sociedad que prohibía absolutamente la usura. Era una manera de esconder que se pagaban intereses. Entonces, uno cambia la perspectiva y uno entiende perfectamente cuando dicen “la gente del mundo es más hábil y más astuta y sabe arreglar sus cosas mejor que vosotros lo sabéis hacer”. ¿Por qué? Porque se preocupa de hacer las cosas bien cuando descubre que le han descubierto. Y dice, “y vosotros no os espabiláis”.

¿Qué significa entonces “haceos amigos con el dinero injusto”? Que está mal traducido. Una vez que uno piensa que el administrador es injusto con lo que hace, se traduce eso así. Si yo cambio la frase sin que cambie nada, “con el vil dinero”, en lugar de “el dinero injusto”, con el “vil dinero, con el maldito dinero”. Si lo que viene a decir ahí el Señor es que -lo dice al final- los hombres ponemos nuestra confianza en el dinero: “No se puede servir a Dios y al dinero”. Pero con las cosas de nuestros sueldos, de nuestras pensiones y eso, vamos al detalle, siempre. Y lo sabemos todo: lo que nos puede pasar, lo que no nos puede pasar, “si yo hago esto, gano unos céntimos por allí o gano… “. ¿Nos preocupamos lo mismo de las cosas de Dios? Eso es lo único que dice el Señor. Y sin embargo, Dios es, os lo prometo, más importante en la vida. Evidentemente, si uno vive en la miseria, si uno no tiene para comer… Veréis, la ley prohíbe robar, pero en la tradición cristiana, en la vida moral cristiana y en la tradición moral cristiana, quien no tiene para comer y roba para comer no peca. Te pueden llevar a la cárcel, pero no has hecho un pecado. ¿Por qué? Porque los bienes de la tierra, a los que tenemos un cierto derecho de propiedad (pero sólo un cierto derecho de propiedad), antes de ese derecho de propiedad están destinados al bien común de todos. Eso en la Tradición católica, no en las leyes de los Estados, ni en las de España ni en las de otros sitios, pero sí en la Tradición católica.

El Señor, ¿a qué nos invita? Tomémonos en serio lo más importante de nuestra vida que es nuestra relación con Dios y tratemos de poner nuestras vidas en orden con Dios. Que Dios quiere nuestro bien. Que Dios nos ama con un amor infinito. No tenemos que huir de Él, ni tenemos que andar haciéndoLe trampas a ver si Le convencemos o a ver si Le engañamos un poquito. ¡Que no! Si soy más transparente, mi corazón es más transparente ante Dios que el más transparente de los cristales. Mis sentimientos, de los que yo no soy consciente, que yo disfrazo siempre de una manera u otra para quedar bien en un ambiente o en otro, esos me los ve Dios, me ve lo que siento, lo que hago, lo que quiero que los demás entiendan que he hecho. Todo eso lo ve el Señor y Él es mi vida; la vida de mi vida. Todo lo que soy lo he recibido de Él. Todo. Todo, hasta mi capacidad de amar; mi inteligencia, mucha o poca; mis cualidades, muchas o pocas; mis bienes, muchos o pocos; todo proviene de Dios.

Sólo nos dice el Señor: “Poned las cosas en orden. Poned primero a Dios y luego lo demás”, en tanto en cuanto lo necesitamos para la vida.

Vamos a profesar nuestra fe.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
22 de septiembre de 2019
S.I Catedral de Granada

Escuchar homilía

Palabras finales de Mons. Martínez, al término de la Santa Misa

Algo que se me ha quedado en la homilía. ¿Cuál pensáis vosotros que ha sido el pecado más grande que ha habido en la historia? Desde luego, no que mi cuñado haya querido quedarse con una parte de la herencia de mis abuelos, que es lo que rompen muchas veces a las familias, con unos olivillos ahí; o tampoco que mi hija no me ayuda nunca a fregar los cacharros… y por cosas de esas nos peleamos. El pecado más grande de la historia ha sido la crucifixión de Jesucristo, la crucifixión del Hijo de Dios. ¿Y qué dice el Señor en la Cruz? “Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen”. Eso, nos abre el corazón de Dios. No lo imaginéis nunca de otra manera. ¡Nunca! Pase lo que pase en la vida.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
22 de septiembre de 2019
S.I Catedral de Granada