Fecha de publicación: 31 de octubre de 2019

Lo primero saludaros a todos en este comienzo del día; un día de convivencia y trabajo:

Es una alegría ver tantos rostros ya conocidos y queridos, y celebrar juntos la Eucaristía, la escuela para nosotros de todas las dimensiones de la vida, desde la escuela de familia y del matrimonio, hasta la escuela de economía (y yo diría que la escuela de la ciudad de Dios). Todas, todas las dimensiones de la vida que se realizan en esta práctica tan breve, tan pequeña, y sin embargo sucede de nuevo todo el Acontecimiento de Cristo, que es la fuente de todo lo que hacemos y de lo que somos, también. Por eso, el Concilio decía que la Eucaristía es el centro y la cumbre de la vida cristiana. De alguna manera, en su lenguaje sacramental, misterioso, la Eucaristía anticipa la vida del Cielo y, al mismo tiempo, la Eucaristía nos educa en la vida de la tierra, nos enseña a vivir, nos acompaña en el camino de la vida.

Eso, para quienes formáis parte de Cáritas, de una manera o de otra, es un regalo inmenso, para todos. Leía yo no hace mucho el comienzo de un artículo, con motivo del viaje del último viaje del Santo Padre a África, decía el articulista, haciendo verdad su propósito y el gusto que él tiene por acercarse a las periferias, y parecía como si eso fuese una cosa particular del Santo Padre o un gusto particular o una especie de manía del Santo Padre, la de ir a las periferias; yo pensaba: “Dios mío, eso es no comprender la naturaleza de la Iglesia y no comprender al Dios a quienes, cada vez que rezamos el Credo, prestamos nuestra fe”. Porque el amor a las periferias no es un capricho del Santo Padre; es una condición de nuestra vida cristiana. ¿Por qué? Si es que en el corazón del misterio cristiano está la experiencia de un Dios -dejadme decirlo con esta palabra- “descentrado”, porque el Hijo de Dios -como dice San Pablo- no retuvo como algo digno de ser poseído y de ser mantenido Su dignidad de Hijo de Dios, sino que se despojó de su rango para venir a nosotros, que somos la periferia de Dios, somos la Creación, que somos pobres criaturas a una distancia infinita de la eternidad de Dios.

Hoy nos podemos hacer un poco más idea de lo que significa esa distancia infinita porque los cálculos de los telescopios y de los astrónomos nos permiten hablar de que algunas de las lucecitas que vemos en el cielo brillar resulta que son galaxias enteras, como la Vía Láctea, de la que formamos parte; y ya nos asusta pensar que formamos parte de eso que está tan lejos en el cielo, pero cuando todo eso lo vemos como un puntito. (…) Oye uno hablar de millones o de miles de millones de años luz de distancia y a uno se le saltarían las neuronas de la cabeza para calcular y dices: “Pues, eso no tiene nada que ver cuando hablamos de la eternidad de Dios”. La eternidad de Dios no es una eternidad, o la distancia, la trascendencia de Dios no es una distancia como la de las galaxias; las galaxias están todas ellas como una mota de polvo en la mano del Señor. Dices, el Dios que ha hecho las galaxias, el Dios que ha creado ese misterio que somos cada uno de nosotros, que es infinitamente más grande que todas las galaxias, ese Dios no le pareció bien estar lejos de nosotros y vino a nuestra pobreza. Como dice un santo Doctor de la Iglesia: “Y quisiste venir a estar, sin asustarte de nuestras llagas ni de nuestras heridas, quisiste venir a estar entre bárbaros”; entre nosotros, comparado con la vida divina. Nosotros tan egoístas, tan pobres, tan envidiosos, tan llenos de orgullo y de heridas por unas cosas o por otras.

¡Esa es nuestra experiencia de Dios! Ese es el Dios en quien nosotros creemos. Un Dios que se despoja de Sí mismo, para tomar la condición de esclavo, y hacerse esclavo nuestro, para hacernos nosotros Hijos del Padre; hacerse servidor nuestros, para que nosotros podamos alcanzar y vivir en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Ese es el Acontecimiento cristiano, ése es el Acontecimiento que se renueva misteriosamente en cada Eucaristía y que, por lo tanto, no podemos acoger en nuestra vida sin que algo cambie en nuestro corazón. Y el cambio fundamental es ese. Lo dice también San Pablo: “Cristo murió por nosotros, para que no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Él”. Vivir para Él significa vivir en esa misma corriente de amor que a Él Le lanza fuera del Padre y Le introduce en nuestras vidas de criaturas y Le introduce en nuestra pobreza, para enriquecernos a nosotros, para hacernos a nosotros participar y vivir del amor infinito de Dios.

Ahí está todo el secreto de la vida de la Iglesia y todo el secreto profundo del trabajo de Cáritas. Sin ese secreto… sin duda, las buenas obras son buenas obras siempre: un gesto de amor -hasta el más pequeño, decía el Señor-, ni siquiera un vaso de agua, ni una sonrisa, ni un abrazo, ni una mano tendida, ningún gesto por pequeño que sea, ni un tiempo dedicado a escuchar, ningún gesto que sea un gesto de amor es un gesto que Dios olvide en la historia… el que tiene los cabellos de nuestra cabeza contados, cuenta también los gestos de amor no como un bedel que está para ver si progresamos adecuadamente como en la ESO, o estamos aprovechando bien o estamos haciendo las cosas bien o mal, sino que cualquiera de esos gestos Dios está en ellos, porque participa; un gesto de amor auténtico. en cualquiera de nosotros, incluso en personas que no conocen a Dios y que son capaces.

Todo amor verdadero en la Creación participa del Ser de Dios, es una participación del Ser de Dios, que es Amor, que es el que hemos conocido. El alma de nuestra misión en Cáritas. Pero ese es el alma de la Iglesia. Por eso, cada vez más, y las circunstancias nos van a conducir allí, Cáritas será menos una organización a la que se dedican de manera especial unas cuantas personas en la vida de una parroquia (que siempre será así, siempre habrá unas personas especialmente llamadas por el Señor para vivir esta vocación especial), pero cada vez más Cáritas será menos una organización aislada, por así decir, en el conjunto de la parroquia, y la expresión organizada de la caridad y del amor en la vida de la parroquia entera. Y si no es así, Cáritas probablemente seguirá viviendo, pero la parroquia se morirá. Porque la parroquia descargará, y tendemos a hacerlo todos en cierta medida –“De eso ya se ocupa Cáritas”-, de nosotros la exigencia profunda de la caridad. La exigencia profunda de la caridad es la exigencia que nace del encuentro con Jesucristo. Es decir, el encuentro con ese Dios que ha hecho el salto infinito de acercarse a mi pobreza, a mi mezquindad, a mi miseria, a mis llagas y que me abraza en mi pequeñez, no puede traducirse más que en un crecimiento de mi corazón y de mi capacidad de abrazar al ser humano en sus heridas, en sus llagas, en sus miserias, de todo tipo.

Las periferias son existenciales muchas veces y nuestras clases medias de hoy, o las que fueron clases medias cuando las personas eran jóvenes, pues en la ancianidad son edades pavorosas, que son periferias existenciales tan profundas como puedan ser otras. Luego, hay muchas muy concretas: el mundo de los emigrantes, el mundo de ciertos barrios… No hace mucho algunos sacerdotes y algunas personas quisieron llamar públicamente la atención sobre el tema de los apagones en el Almanjáyar. Ese es un gesto. Somos conscientes de que en el Almanjáyar hay droga, hay plantaciones de droga…, pero cuando sufren justos por pecadores se hace un daño mayor que el mal que se evita o que el mal que se quiere evitar. Hay que buscar fórmulas y esas fórmulas tienen que pasar por un trabajo educativo. ¿Qué son arriesgadas? Pues claro, como el trabajo en las favelas o en el trabajo en tantas zonas del mundo donde la pobreza y, más que la pobreza, la miseria que genera el tráfico de droga o el tráfico de personas destruye poblaciones enteras.

Pidamos en esta Eucaristía también al Señor que nos ilumine y nos dé sabiduría y fortaleza, para acometer esos problemas sociales que tenemos en la diócesis, que se dan de alguna manera en todas las parroquias, pero que hay zonas evidentemente donde son especialmente urgentes y especialmente graves.

Yo quisiera llamar la atención sobre un problema en el que normalmente no nos fijamos y soy consciente que no es como el problema de Almanjáyar, no es un problema fácil de abordar ni resolver, pero es un problema al que no podemos dar la espalda. El problema del deterioro y de la muerte del mundo rural. La implantación a nivel social en todas partes, en cuanto llega el desarrollo, de un modelo industrial de vida en la sociedad, deja el mundo rural abandonado. (…) ¿Cuánto cuesta la muerte de un pueblo? La población rural de la diócesis ha perdido el cincuenta por ciento de sus habitantes en los últimos diez años. ¿Eso en qué cifras sale? Ni en presupuesto, ni en balances. De eso no se habla. Un pueblo que ha vivido a lo mejor diez generaciones o quince generaciones en los cuatro últimos siglos, cuyas casas han sido construidas por el trabajo de esas diez o quince generaciones. Eso se queda abandonado y los campos se quedan abandonados. Eso, en términos puramente económicos, ¿cuánto significa? Pero, ¿en términos humanos? De pérdida de calidad de vida, de pérdida de humanidad, de pasar de un pueblo donde un anciano puede pasearse por la calle aunque esté demente, porque todo el mundo sabe que está demente, y por lo tanto todo el mundo le acompaña o le saluda, a irse a un sitio donde nadie le conoce, pero donde está más cuidado.

Yo comprendo que es complejísimo porque las formas de vida están pensadas como para que los pueblos se mueran, y somos muy pobres, somos muy pequeños como para pensar que eso lo podemos cambiar; pero simplemente el hecho de que nazca una preocupación por el mundo rural, por la recuperación del mundo rural, por la recuperación de la dignidad de una economía rural, ¿que no será nunca una economía del pelotazo? Pues claro, pero no es eso lo que importa. Lo que importa es que la gente pueda vivir con dignidad. Y en un pueblo siempre se vive con dignidad. En las ciudades, no está tan claro, que ni siquiera las personas que tienen los medios para vivir, vivan con dignidad o vivamos con dignidad.

Simplemente, abro un horizonte que es para Cáritas y que es para toda la comunidad cristiana, porque los pueblos son nuestros pueblos, venimos de los pueblos la mayoría de nosotros. Es un tema que cada vez menos y menos, después de la encíclica Laudato Si´, y las implicaciones que tienen de todo orden para nuestra vida, podemos dejar como al margen; como no podemos dejar al margen la dimensión internacional del trabajo de Cáritas. El mundo contemporáneo es un mundo de aldea global de la que hablamos, efectivamente. Y los sufrimientos de personas que están a muchos kilómetros de nosotros son nuestros sufrimientos. Muchos de vosotros no conocéis al diácono que nos está sirviendo en la Eucaristía, otros a lo mejor sí, pero es un diácono permanente que ha tenido que salir de Venezuela como tantas familias y como tantos otros, y tenemos el privilegio nosotros de tenerlo ahora mismo en la diócesis iniciando su ministerio (…) Lo pongo simplemente como un pequeño ejemplo de cómo la dimensión de nuestra misión es global.

¿Significa eso que tenemos que tenemos que estar todos haciendo proyectos en el extranjero? Pues no necesariamente. No olvidéis que Santa Teresa de Lisieux es patrona de la misiones. Lo que hace crecer la Iglesia es el amor con que uno hace las cosas pequeñas (porque todas las que hacemos los seres humanos son pequeñas) y el horizonte de amor con que hacemos aquello que hacemos cada día. Y eso hace crecer la Iglesia aquí o en Vietnam, o en Filipinas, o en Australia, o en Venezuela, o en Brasil. Dios sabe. Pero la Comunión de los Santos es un cuerpo lleno de vasos comunicantes como están nuestros propios cuerpos llenos de vasos comunicantes, en el cual el Señor distribuye la vida como Él quiere, sólo necesita que nuestros corazones, que nuestras venas, que nuestra vida esté abierta a Su Gracia y Él la hace fructificar de mil modos en el mundo.

Le damos gracias a Dios por estar juntos, por esta mañana de trabajo y que el Señor bendiga vuestra misión.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

19 de octubre de 2019
Parroquia Regina Mundi (Granada)