Fecha de publicación: 25 de marzo de 2020

La PALABRA en estos días previos a la Encarnación del Hijo de Dios, el Gran Signo de Dios a esta humanidad, habla de nuestra necesidad de “ver signos”.

Nosotros reconocemos la Vida como el signo más clarificador del amor de Dios a cada ser. La vida que se genera para acoger a la nuestra, la naturaleza. La Vida como máximo don para poder generar otra. La Vida como espacio y tiempo para desarrollar cada potencialidad que Dios puso en nuestro ser. La Vida como el trayecto donde aprender a mirar y a reconocer. La Vida como el regalo para el encuentro. La Vida como tarea a construir juntos en la confianza.

La palabra de Dios siempre es signo, por tanto no necesitamos más signos, sino saber reconocer los que ya tenemos. Jesús hace algunos para provocar o descubrir la fe, pero muchos no le reconocen a Él como el SIGNO de Dios, y ese es el fallo, por eso a sus vidas les falta VIDA.

Nosotros, ¿estamos llamados a ser signos? Claro que sí, y más en esta cuaresma, donde siendo invitados a ser sembradores de esperanza, nos encontramos con una realidad que nos sobrepasa, nos sobrecoge, que nos quiere anular y nos causa tanto sufrimiento. Pero sabemos que el Señor sigue entre nosotros y ahora con más intensidad, nos sigue llamando a vivir, como creyentes, con ESPERANZA.

María fue la mujer de la Esperanza, pues esperó algo que era imposible, pero aconteció: Dios quiso contar con el hombre, para estar con él y salvarlo. Para eso se valió de María. No podemos olvidar las palabras del ángel: “Alégrate, el Señor está contigo”. Estas palabras se hacen presentes cada mañana en nuestras vidas y nos animan a seguir acogiendo el DON de la Vida.

Hoy más que en otras ocasiones nuestra misión es apostar por la vida desde la Esperanza, testimoniarla con gestos sencillos, cercanos, que lleguen al corazón del otro y le muevan a ofrecer lo mismo.

En esta jornada por la Vida no podemos dejar de olvidar la defensa de ésta en sus diferentes etapas. Apoyar la vida desde la fecundación, sostenerla durante todo su tiempo de gestación, acogerla desde su llegada a este mundo, cuidarla propiciándole el mejor refugio: una familia.

En la familia la persona descubre la realidad de ser hijos, hermanos, esposos y padres. Cuando la vida se cuida en familia, la familia está cuidada. La riqueza que supone reconocerse parte de otro, lleva a saber valorar todo del otro. Vivir la vida desde la esperanza, desde la ternura, desde el amor, nos conduce a descubrirla en su plenitud. Vivir la vida así nos llevará a descubrir a Dios, creador de ella.

Todos estamos invitados en estos días, y más en este día de la Encarnación, a pedir al Dios de la Vida, por cada una de las que han sido creadas; estén en este mundo o ya disfruten de Su Presencia; por cada persona que la apoya y la alienta; por cada uno de los que descubren ese signo como el mayor don que le ha sido concedido a esta humanidad.

Además, en esta jornada queremos tener muy presente a los sacerdotes, religiosos, al personal sanitario, voluntarios, a los servidores públicos,… que están dedicando este tiempo a testimoniar con su vida la misericordia de Dios.

Delegación de Pastoral Familiar
Soledad Serrano y César Sánchez