Fecha de publicación: 16 de octubre de 2018

Muy queridos Raquel, José Antonio, Lucía, familiares más o menos cercanos, de José Manuel;
excelentísimo Ministro del Interior, Delegado del Gobierno de España en Andalucía, Subdelegada del Gobierno, Alcalde, Teniente General Director Operativo Adjunto de la Guardia Civil, General Jefe de la Guardia Civil, General de División de la Guardia Civil, Director General de la Policía Nacional;
excelentísimas autoridades civiles y militares;
muy queridos sacerdotes concelebrantes;
hermanos y amigos todos:

No hace todavía una semana que estábamos en la Comandancia de la Guardia Civil celebrando la fiesta de vuestra Patrona, y haciendo un homenaje y una oración por aquellos guardias civiles caídos en acto de servicio. En aquel momento de paz, de gozo, de celebración de familia, nadie nos podíamos imaginar que unos pocos días después eso iba a ser realidad de una manera tan cruda, tan violenta, tan inesperada y tan dolorosa, para un miembro más de la Guardia Civil que sacrifica su vida por nosotros. Un servidor del pueblo, de nuestra comunidad, de los que día y noche hacen posible que descansemos tranquilos, que vivamos más seguros.

La manifestación del pueblo cristiano acompañándoos en este momento es un signo de la gratitud por el don de esa vida. Y un signo de la gratitud a todos aquellos que, de una manera o de otra, ponéis en riesgo vuestra vida en función de esa convivencia, de esa paz y de esa seguridad. No podemos más que agradecerlo de todo corazón y con toda el alma.

Dios mío, esa gratitud yo sé que no es un consuelo. Es un alivio en este momento, pero no os devuelve a José Manuel. Tampoco muchas otras cosas en las que podríamos reflexionar o pensar, y que no es momento de grandes palabras. La conciencia de que quienes hemos conocido a Jesucristo y nos alimentamos de la Palabra de Dios sabemos que la historia humana, desde los orígenes, desde el primer pecado, comienza con un asesinato. Por lo tanto el asesinato y la muerte forman parte de nuestra condición humana aliviada, es verdad, por aquellos que dedican y arriesgan su vida para proteger las nuestras. Tampoco eso es un consuelo, saber que la historia humana es una historia de muerte.

El hecho mismo de saber que todos, como todos sabemos, desde que tenemos el más mínimo uso de razón, que nuestra condición es mortal, que nuestra vida no es nuestra, no es una posesión nuestra de la que podamos presumir como un derecho que podamos mantener indefinidamente. No. Sabemos que estamos aquí de paso. Y yendo hasta el fondo, ni siquiera la memoria de sus cualidades, de sus virtudes, de su amor de esposo, o de padre, de amigo, de compañero, sus condecoraciones, los honores que le tributamos (absolutamente merecidos) -porque nada paga el don de una vida; ninguna realidad de este mundo puede pagar el don de una vida-,… pero nada de eso puede ser un consuelo hasta el fondo del alma, hasta el fondo del corazón.

Hemos proclamado un Acontecimiento, conocido de todos. En muchos de nuestros lugares hay un crucifijo. Todos hemos visto, tantas veces, y en materiales preciosos a veces, de oro, de plata, una cruz. Pero lo que eso significa es la única esperanza sólida que los hombres tenemos. Porque lo que eso significa es que el Dios que nos ha dado la vida no ha sentido repugnancia por esa historia nuestra llena de sangre, de guerras, de muerte, de asesinatos. Y se ha abrazado, se ha querido abrazar a nuestra humanidad, participando Él mismo de la manera más cruel de lo que es la injusticia del mundo, y la mentira, y el odio del mundo. Y se ha abrazo en Él a los sufrimientos de cada uno de nosotros, a vuestros sufrimientos de hoy. De tal manera, que ningún sufrimiento humano le es ajeno. Desde la muerte de Cristo, desde la Resurrección de Cristo, no hay nadie que sufra en nuestra humanidad que no sea ya parte de la Pasión de Dios, del Amor infinito de Dios. En el que Él se abraza a nuestra humanidad tal como somos. Pero el recuerdo de Cristo no es un ansiolítico, en absoluto. Es la razón más profunda por la que muchos de los que estáis aquí, miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado, miembros de los distintos Ejércitos, arriesgáis vuestra vida. Ese arriesgar la vida no tendría ningún sentido si la vida fuera sólo la vida. Al final no tendría razón de ser. Sería como algo absurdo en el fondo.

Yo me acuerdo que la semana pasada cuando estábamos celebrando la Virgen del Pilar en la Comandancia, en el cartel que había en el fondo la palabra más grande que había era “honor”. Y la palabra “honor” significa siempre un exceso, una gratuidad, un riesgo gratuito por razón de los demás. Ese honor recibe toda su razón de ser del Acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios, de Su muerte y de Su Resurrección.

Pasará el tiempo y pasarán los honores de esta mañana. Y la cruz de Cristo seguirá siendo un lugar al que podréis acudir, junto al que podréis llorar, con la certeza de que la muerte no tiene la última palabra ni sobre José Manuel, ni sobre ninguno de nosotros, ni sobre nadie. La última palabra la tiene el Amor infinito de Dios. Por lo cual, esta despedida es una despedida temporal. Esta despedida es una despedida mientras dure para nosotros también nuestro peregrinar en esta tierra. Pero algún día nos abrazaremos todos de nuevo en nuestra verdadera Casa, que es Dios; que es lo que, en lenguaje sencillo, llamamos Cielo. Pero es Dios. Dios es nuestra Casa. Dios es nuestro Hogar. Su Amor es a donde verdaderamente pertenecemos. Y ese exceso del Amor infinito de Dios justifica el exceso, da sentido al exceso que significa vuestra ofrenda, vuestro sacrificio, vuestra generosidad.

Quiera el Señor darnos a todos parte en esa esperanza y saber, mientras vamos de camino, sostenernos y ayudarnos como hermanos, como amigos, aguardando justamente el día en que el Señor recompense… dijo que un vaso de agua no quedaría sin recompensa: cuánto más la vida joven de tu esposo, de vuestro padre, de vuestro compañero, de nuestro hermano. Cuánto más.

Una vida dada, sostenida, ofrecida por el bien de todos. Rota, indebidamente, injustamente. Señor, Te pedimos justicia y misericordia. Te pedimos que todos podamos sobre todo participar de esa esperanza que da sentido a nuestra vida y a nuestra muerte; que da sentido a la vida y la muerte de José Manuel.

Que así sea para todos nosotros y podamos juntos construir justamente un mundo más humano, un mundo más de hermanos, según el designio de Dios.

Que así sea.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

16 de octubre de 2018
S.I Catedral

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