Fue en 1900 cuando la madre sor Matilde Carrillo Nogueras llegó a la región de la Alpujarras. Se encontró allí con cientos de niños y niñas que andaban por las calles, sin escolarizar. Eran tres hermanas y cientos los niños de toda la región. Empezaron a llegar más hermanas para atender esta misión, que pronto se materializó en la construcción de este edificio de la calle San Antonio. Allí se han educado varias generaciones de cañoneros, pobres a los ojos de estas hijas de San Vicente de Paúl.

“Los superiores fueron enviando hermanas, por cierto muy valiosas ellas, que fueron cubriendo las necesidades de esos niños que asistieron al colegio. Trabajaron mucho también para ayudar a las familias, entonces el recuerdo que guarda la gente de aquí de Lanjarón es muy grande y lo demuestran siempre con agradecimiento y con mucho cariño”, cuenta la actual superiora de la comunidad, Paula Alegría.

ESCUELA HOGAR Y CENTRO DE MENORES

De blanco y negro a color, las Hijas de la Caridad prosiguieron con su labor educativa hasta la llegada de la enseñanza pública a la región. Fue entonces cuando el colegio pasó a convertirse en una Escuela Hogar para chicos vulnerables de los cortijos y otros pueblos. “Llegó a haber hasta 103 niños. Generalmente, los fines de semana se iban a casa, los recogían los padres, pero también los que no tenían a nadie o no podían, se quedaban aquí con las hermanas”, explica Alegría.

En 1988 este proyecto cerró y el edificio paso a ser un centro de protección de menores. El centro se reinventó para acoger a estos chicos que permanecían allí hasta la mayoría de edad. Las hermanas se ocuparon de buscarles trabajo o medios para poder salir adelante, colaborando con sus familias en la medida de lo posible.

A su vez, las hermanas llevaron a cabo durante décadas una atención especial en una de las residencias de ancianos de Lanjarón, colaborando también como ministras de la comunión en el pueblo. El centro de menores cerró en el 2015, ya que por entonces la mayoría de ellas superaba los 80 años.

RUMBO A UN NUEVO DESTINO

Llegó el momento en que el servicio a Jesucristo en los más pobres se tenía que llevar a cabo entre ellas, cuidando unas de otras. “Nuestro servicio a los pobres hoy no lo podemos realizar en un hospital, ni en un colegio, porque estamos todas jubiladas ya, pero todo esto podemos hacerlo sirviendo al pobre en sus casas, nosotras pedimos por ellos pero realizamos nuestro servicio de pobreza mutuamente. Aunque no son los pobres que San Vicente quería, los tiempos lo demandan así” dice la superiora.

Se estima que las últimas hermanas en abandonar la casa lo harán el 25 de febrero, llevándose consigo, a pesar de su avanzada edad, ese mismo espíritu que ha sostenido a los más débiles de la región durante 120 años. 

Ignacio Álvarez
Secretariado de Medios de Comunicación Social
Arzobispado de Granada