Fecha de publicación: 23 de octubre de 2021

Me voy a referir sobre todo a los que se van a confirmar. A lo mejor, y sin querer, tenemos la idea todos un poquito de que el cristianismo son una serie de reglas, de cosas que tenemos que hacer para que Dios esté contento con nosotros, y para que Dios nos quiera. Y tratamos de hacerlas. Y entre esas reglas está el venir a misa, el portarse bien en casa, y también con los compañeros y con otras personas; el ayudar a las personas que tengan necesidad y no estar sólo pensando en nosotros mismos. Ciertas cosas así. Todo eso son cosas que nosotros tenemos la obligación de hacer por Dios y si nos portamos bien, Dios nos quiere; y si no nos portamos tan bien, igual que nos pasa en nuestra vida, Dios deja un poquito de querernos. Y a lo mejor, tenéis la idea también de que lo que hacemos esta tarde es decirle a Jesús que queremos estar con Él siempre, portarnos bien y ser buenos. ¿Pensáis un poco eso? No hace falta que contestéis, ya se yo que lo pensáis. También los mayores. Yo os diría que si eso es lo que pensáis, que venir a hacer esta tarde y delante del obispo, de vuestros padres, que vais a ser muy buenos de ahora en adelante, estoy esperando que de aquí a unos días u horas tengáis una discusión sobre a qué hora hay que llegar esta noche a casa; y de repente, tengáis una discusión en casa, u os peléis, o deis una mala contestación, cosas así; y entonces, te van a decir “¿y para eso te has confirmado? No se te nota nada”.

Yo no quiero que pase eso porque el confirmarse no tiene que ver con eso. El confirmarse, primero ya está mal decir “voy a confirmarme la semana que viene”. Eso está muy mal dicho. Si vosotros no confirmáis nada hoy. Es verdad que vais a profesar la fe, pero eso no forma parte del Sacramento de la Confirmación. Eso es decirLe al Señor -y se lo decimos todos los domingos, hoy se lo decimos con más solemnidad- que Le conocemos y que sabemos que nos quiere tanto que podemos esperar de Él lo que no podemos esperar de nadie. ¿Qué cosas podemos esperar de Él? Que nos perdone los pecados; los pecados sean los que sean, de grandes y de número. Nos quiere tanto que esperamos de Él el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Seguramente, todos vosotros habéis perdido alguna abuela o algún abuelo, algún familiar o habéis visto morir a alguien, perder a alguien a quien uno quiere. Cuando uno quiere a alguien no querría que muriera nunca. Yo he buscado definiciones o expresiones bonitas del amor. Una de las más bonitas que yo he encontrado es decir: “Querer a alguien es poder decirle yo quiero que Tú no mueras jamás”. Nuestros padres a lo mejor no os lo han dicho nunca con estas palabras, pero, en el fondo, lo sienten, quisieran que no murierais nunca. Y vosotros, que queréis a vuestros padres, también lo diríais: yo quiero que no me falten nunca papá y mamá.

Nosotros nos lo decimos, pero sabemos que algún día vamos a morir. Que tenemos que pasar por la muerte. Sin embargo el amor de Jesucristo es tan grande que nosotros le decimos que esperamos porque conocemos ese amor, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. La victoria final sobre la muerte. Así es de grande el amor de Dios.

Dios nos quiere desde siempre, porque Dios no es como nosotros. Nosotros hemos empezado a conocer a algunas personas cuando hemos crecido un poco y nos damos cuenta de que esta persona me quiere, o esta me quiere menos, o esta no me quiere. Pero Dios nos conoce desde siempre, desde antes de que existiera Sierra Nevada, el volcán de la Palma, de que existieran las estrellas. El Señor sabe que tú eres Ainoa, que eres Javier, Amelia. Y conoce tu rostro, tu corazón. Yo creo que el Señor ha creado millones y millones de estrellas para que veamos lo fácil que es… hay un pasaje de la Biblia que dice “a cada uno la llama por su nombre”.

Quien ha sido capaz de crear millones de estrellas, tu corazón, nos tiene a cada uno… Nos lo dijo Jesús de otra manera con una imagen muy bonita: “Hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados”. Dios nos quiere desde siempre. Te quiere a ti. Sea cual sea tu historia. Y diréis “pero, si mis padres casi no me quieren, o me regañan siempre porque soy el zapato negro de la familia, no saco buenas notas, tengo genio, yo me empeño en cosas y ellos se empeñan en otras cosas. Sea cual sea vuestra historia, Dios os quiere.

Lo que celebramos cada Semana Santa es que el Hijo de Dios asumió nuestra carne y nació de la Virgen para poder decirnos en un lenguaje humano, en una forma que nosotros pudiéramos entender, el amor infinito que Dios tiene a cada uno. Digo infinito porque el amor de Dios justo porque es infinito yo puedo coger todo lo que necesite y no ha disminuido nada. El mar también es una imagen del infinito. Sólo una imagen porque el mar tiene límites, pero el amor de Dios no tiene límites. Puedo coger todo lo que necesite y no le estoy quitando nada a nadie, no ha disminuido. Está en otras cosas. No disminuye su amor por mucho que yo coja. Por lo tanto, el Señor os quiere con un amor infinito y ese amor lo ha querido expresar Jesús de una manera humana entregando Su vida por nosotros. Eso es lo que celebramos en la Semana Santa el día del Viernes Santo: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a Su propio Hijo, para que el mundo se salvase por Él. No hay mayor amor que dar la vida por aquellos que uno quiere”. Eso lo dijo Jesús el día antes de dar la vida. Explicó que ese amor era una alianza que Él firmaba. Era una alianza nueva y eterna. “Esta es la sangre de mi Alianza, una alianza nueva y eterna”.

La palabra alianza se usa también para el matrimonio. Cuando las personas se vinculan en un matrimonio es como una alianza y el deseo, por lo menos, es que esa alianza dure para siempre. Muchas veces no dura, pero el deseo el día de la boda es que dure para siempre. La alianza que el Señor ha hecho con nosotros dura para siempre. Vosotros ya habéis empezado a participar de esa alianza. Fue el día de vuestro Bautismo. Recibisteis ya la vida que el Señor nos ha dado, el espíritu del Señor, dar Su vida. Desde ese día, todos somos hijos de Dios. Desde ese día, vosotros sois hijos de Dios de una manera plena. Tenéis el espíritu de Dios. Habéis crecido con Dios en vuestro corazón y en vuestra vida, aunque ni siquiera os hubierais dado cuenta.

En la antigüedad, las alianzas que eran importantes tenían dos firmas. No se firmaba, se sellaba, se ponía laca o cera, material reblandecido, lacra, y se ponía el sello del rey. Luego venía otra persona que era el secretario del reino, ponía otro lacre y confirmaba que aquello era el sello del rey. Los cristianos llamaban a la Confirmación el segundo sello. Pero vosotros no confirmáis nada esta tarde. El Señor pone el segundo sello en el documento de la alianza que él hizo con vosotros, con cada uno de vosotros en la cruz. En una edad en la que ya os dais cuenta lo que significa ser querido, no ser querido, ser mejor o peor querido, os vuelve a decir el Señor: “Yo te quiero”, te quiero desde siempre y te voy a querer siempre porque mi alianza es eterna. Y entonces, veréis no tiene mucho que ver con que si vais a ser más buenos o menos buenos; si os vais a portar mejor o peor. Claro que al Señor le gusta que os portéis bien. A vuestros padres también les gusta que saquéis buenas notas, les gusta que os portéis bien, que la gente diga qué hijos más preciosos tienes, a lo mejor todo el mundo les quiere, les gusta. Pero no os quieren por eso. ¿Os quieren porque os portáis bien? No. Os quieren porque sois sus hijos. No nos quieren por eso. Nos quiere porque Dios es Dios y no sabe hacer otra cosa que querer.

Y la Iglesia tendríamos que ser los mensajeros y la demostración con nuestra vida de que Dios es así. Y que nosotros estamos cerca de Dios y tenemos que ser así. No sabemos hacer otra cosa que querer, perdonar, ayudar. Es Jesucristo quien confirma esta tarde la Alianza de amor que hizo con cada uno de vosotros en la cruz y os vuelve a decir como si acabarais de nacer “Yo te quiero y te quiero para siempre”.

Eso da una alegría que no tiene nada que ver con la alegría de cuando nos salen las cosas bien, o nos hemos portado bien. Eso dura mientras nos portamos bien. Si un día nos portamos mal, pues se acaba. La alegría de saber que el Señor os quiere dura siempre, puede durar siempre, porque Él no va a dejar de quereros. Sois jóvenes, pequeños, algunos ya sois adultos, pero todos os dais cuenta de lo que significa tener un amor que no te falla. Tener un amigo que no te falla. Ese amor que no falla es el amor de Dios, es el amor de Jesucristo que confirma esta tarde la alianza que hizo con cada uno de vosotros en la cruz.

Sólo me queda una cosa por explicaros. Cómo una cosa tan grande puede pasar por una cosa tan pequeña como que el obispo te ponga la mano en la cabeza y con aceite consagrado, no sólo perfumado, os haga la señal de la cruz en la frente. Cómo puede una cosa tan pequeña ser medio de algo tan grande. Los gestos humanos son siempre muy pequeños para lo que pueden llevar dentro. Os doy un ejemplo: una sonrisa. Una sonrisa te puede alegrar el día, cuando te cruzas con alguien; un hermano, un amigo que te quiere y te pone una cara seria, te ha amargado el día. Pero poner una cara seria o sonriente es un gesto bien pequeño. Un beso es un gesto pequeño y os aseguro que niños que han crecido sin que su madre no les ha achuchado y besado son diferentes a vosotros. Son personas que llevan un puñal dentro y una herida muy grande dentro. Es un gesto bien pequeño. Una mano tendida.

Los gestos humanos más importantes son pequeños, pero pueden llevar algo muy grande dentro. También pueden llevar, cuando son gestos humanos, una mentira. Un beso puede ser verdadero, expresión de cariño, y puede ser mentiroso. Un beso mentiroso muy famoso que hay en la historia es el de Judas. Traicionó a Jesús con un beso. Los gestos de los hombres y las sonrisas también pueden ser falsas o mentirosas, o así. Pero Dios no miente nunca. Los hombres podemos mentir, todos, pero Dios no miente nunca. Cuando Dios dice “te quiero” es un te quiero. Yo quisiera que esa alegría no se nos acabara nunca pase lo que pase. Hay momentos difíciles como la pandemia, hay dificultades de muchas clases en la vida, y nunca dejará el Señor de querernos. Aunque hagáis algo horrible, que os destroce a vosotros mismos el corazón, el Señor no va a dejar de quereros. Creedme por favor. Que no se os olvide nunca, el Señor os va a querer siempre. No despreciéis lo pequeño que es el gesto por el que pasa la promesa de Dios, la promesa de Su vida: os acompañará siempre, al lado, dentro, en vosotros, siempre.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

23 de octubre de 2021
Órgiva (Granada)