Creció en el seno de una familia acomodada valenciana en 1862. El padre, médico cristiano, murió enfermo de cólera cuando ella tenía apenas 3 años. Fue criada por su madre y no fue una infancia fácil en ocasiones. Le ayudó determinantemente el contacto que estableció con varias realidades de Iglesia: la Esclavitud Mariana de Grignon de Montfort y la Archicofradía de las Hijas de María y Santa Teresa de Jesús, a las que se afilió en 1875.

Antes de cumplir la mayoría de edad, quiso entregarse a los planes de Dios. La vida fue hablando y respondiendo a su pregunta sobre el cómo, curiosamente, durante sus viajes a la playa. Ella, que había gozado de una vida tranquila y sin problemas económicos, no dejaba de verse interpelada por esas mujeres trabajadoras que iban solas a trabajar a las fábricas de tabaco, abanicos o seda, expuestas por entonces a los peligros de la época.

Le insistió mucho al cardenal de Valencia, Antolín Monescillo, para lograr la autorización que le permitiese emprender una nueva congregación religiosa. Acuñando el lema “Yo y todo lo mío para las obreras” , Juana María Condesa Lluch fundó así la congregación de las Esclavas de María Inmaculada e Hijas de Santa Teresa, conocidas entonces como “protectoras de las obreras”.

La congregación, que no estuvo autorizada para emitir votos perpetuos hasta 1911, sigue a día de hoy presente en varias ciudades acompañando humana y espiritualmente a las mujeres trabajadoras. Juana María Condesa falleció el 16 de enero de 1916, y sus restos mortales están en la Casa Generalicia de su Valencia natal.