Fecha de publicación: 26 de marzo de 2016

 (Ndr. En un diálogo dirigido a los niños) No hay mucho que decir hoy, de explicar. Y sin embargo, lo que estamos celebrando es lo más grande de todo el año, junto con la Navidad. Y alguien de vosotros, de los pequeños, ¿sabe lo que celebramos? La Resurrección del Señor. Estamos contentos por eso, porque el Señor resucitó. Pero, ¿y eso qué tiene que ver con Antonio, con Jessica, y con Vanessa, y con Juan, y con Pedro y con todos los que estamos aquí? ¿Por qué tocamos campanitas? ¿Por una cosa que le pasó a un señor hace dos mil años? Él pudo resucitar, pero ¿eso qué tiene que ver conmigo? Tiene que verlo todo.

El que Él haya resucitado significa tres cosas preciosas. Primero, que nuestro destino no es la muerte. Que tendremos que pasar por la muerte. Pero nuestro destino es el Cielo. Jesús nos ha abierto el camino para el Cielo, para la vida eterna. Y eso sí que nos hace estar contentos, porque no es lo mismo que se muera la abuelita y que uno se quede muy triste porque nunca más la va a ver; y es muy diferente saber que se ha ido con el Señor porque ha terminado su camino en esta vida. Pero cuando nosotros terminemos el nuestro, nos encontraremos también con la yaya, y con los titos y con ese hermano mío que a lo mejor se ha llevado el Señor muy pequeñito. No es lo mismo saber que después de la muerte no hay más que el olvido y la memoria, que siempre es muy pequeñita, que dura poco, o que nuestro destino es vivir para siempre, vivir para siempre con Dios. Eso es lo grande de la Resurrección de Jesús. Es algo que vive Él, pero vive abriéndonos un camino a nosotros. Entonces, nosotros un día estaremos en el Cielo, pero sin que haga frío como lo hace en esta catedral, y sin que se nos caigan a veces las legañas, y sin tener que pasar las evaluaciones del cole, sino simplemente como una fiesta que no se acaba. Pero que no nos canse tampoco, porque a veces las fiestas de aquí, cuando llevamos mucho rato de fiesta, nos entra sueño y nos cansamos. ¿A qué sí? O si llevamos comidos muchos pasteles, ya no nos apetecen los pasteles. Una fiesta que no se acabe y que no nos hartemos. Ese es nuestro destino. Un amor precioso del que todos los amores –el amor de papá y mamá, el amor que nos tienen papá y mamá a nosotros, el amor de los hermanos, el amor de los amigos-, todas esas cosas bonitas que hay en el mundo, cuando nos queremos, todo eso no está destinado a pasar y a morir. ¿Habéis visto en el mar cuando está el sol por encima cómo se refleja el sol, y parece que el mar está ardiendo? Pero el sol no está ahí. El sol está en el cielo, y sin embargo parece que está dentro del mar. Se llena el mar de reflejos. Algo parecido, nada más que parecido, las cosas más bonitas de esta tierra –como la música, cuando hacen nuestros amigos cuando cantan, lo bonito que suena cuando cantamos todos-, todo lo que hay de bello en este mundo –y lo más bonito que hay es siempre la amistad y el amor-, todo eso es reflejo del amor infinito de Dios. Y eso lo sabemos gracias a que Cristo ha resucitado y el horizonte, la victoria final, no es del mal, sino del amor.

¿Qué quiere decir eso que la victoria no es del mal? Y esa sería la segunda cosa. Todos sabemos que hemos hecho alguna cosa mala, aunque sea pequeña: decir una mentira cuando te pregunta tu hermano o hermana y dices que no te quedan y sí que te quedan, o cuando te han dicho los papás que no comas chuches y tú te pones “morado” de chuches en el cole; desde esas cosas pequeñas, hasta vosotros también sabéis que hay hombres malos, que matan a otros hombres y que hacen terrible a veces la vida. A veces, esos hombres malos hacen cosas tan potentes, tan fuertes y tan malas, que da la impresión de que el mal es siempre poderoso y que las personas buenas son poquitas, chiquititas y calladas, y los malos son los que meten mucho ruido. La Resurrección de Jesucristo nos asegura que hay algo más fuerte que todo el mal de todos los hombres malos, también del mal que hay en nuestro corazón. Todo el mal que hay en el mundo no es lo más fuerte, aunque lo parezca; aunque uno ponga la televisión y todo lo que vea sean cosas a veces muertes, y guerras y hombres que sufren, hay algo más grande, porque el Señor en su Resurrección nos ha abrazado a todos los hombres, tal como somos. Hay un amor que no excluye a nadie. Eso es lo grande que nos enseña la muerte de Jesús porque ha habido Resurrección, si no la muerte de Jesús no nos enseñaría nada. Si no hubiera habido Resurrección, una muerte más. No aprenderíamos nada de esa muerte. Sólo porque ha habido Resurrección sabemos que su muerte es su victoria; que su muerte es un abrazo a todo nuestro mal, sin límites, sin condiciones.

Esa es la segunda enseñanza de que haya resucitado Jesús. Que la victoria última siempre es del amor, y siempre es del amor de Dios; pero también de nuestro amor, también en nuestra vida gana el que abraza más fuerte, gana el que quiere más, el que es más capaz de querer.

Y la tercera cosa: que podemos estar contentos. Es precioso. Si Cristo no hubiese resucitado la alegría siempre sería un poco como si tuviera que estar en el hospital, porque sería una alegría de mentira, para olvidarnos de que hay cosas malas. Sin embargo, porque Cristo ha resucitado, podemos estar contentos aunque haya cosas malas, aunque un día nos duela porque tenemos fiebre, o a los que somos más mayores porque nos duelen los huesos. Y sin embargo, podemos estar contentos. Podemos estar contentos siempre.

Por eso, el testimonio sobre Jesús se llama Buena Noticia. Que el Hijo de Dios haya venido, que se haya entregado a la muerte por nosotros y que haya triunfado sobre la muerte es una buena noticia, la mejor de las noticias, la gran nueva noticia, que nos permite disfrutar de todas las buenas noticias de la vida, que nos permite disfrutar y gozar y no perder la alegría ni la esperanza nunca. Por eso, llevamos campanas, porque ha resucitado Jesús, pero lo que ha cambiado es mi vida cuando Él ha resucitado. Él ha resucitado y ha entrado en el Cielo, pero nos ha abierto la puerta a todos, para que todos podamos entrar detrás de Él. Y eso ha cambiado nuestra vida. Así que, un toque de campanas para el día de hoy (ndr. los niños hacen sonar sus campanas).

Es bonito estar contento. Podemos estarlo porque es verdad que Cristo ha vencido a la muerte. Que resuene la alegría de la vida.

Vamos a proclamar esa Resurrección juntos, profesando la fe.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
Domingo de Resurrección, 27 de marzo de 2016
S.I Catedral

Escuchar homilía