Fecha de publicación: 28 de enero de 2021

Celebrar el día de Santo Tomás es siempre hasta un momento como de apuntalar, de tomar conciencia de nuestra misión en el mundo en que vivimos. Y al mismo tiempo, las Lecturas de la Eucaristía de hoy -son las del Tiempo Ordinario- son luminosas también para esa tarea. En la Carta a los Hebreos, que es una Carta riquísima de matices y en la que hay mucho que se puede sacar, pero el movimiento fundamental de esa Carta, probablemente una homilía escrita al estilo de las homilías o de los discursos helenísticos muy bien construida, muy elaborada, es el texto más elaborado del Nuevo Testamento, unido al final a un billete, porque dice “os mando este discurso de exhortación”, y ese billete sí que es una cartita que acompaña a la homilía; dirigida probablemente a un grupo de sacerdotes de la Antigua Alianza, que, naturalmente, al haberse acercado a Jesucristo y al haber conocido la fe cristiana, por una parte, se sienten privilegiados, por otra, añoran todo lo que tenía de pompa, de grandeza, de parafernalia exterior el templo del Antiguo Testamento, el Templo del judaísmo, el Templo judío y la liturgia judía.

Y el autor de la Carta a los Hebreos, muy desde el principio, pone de manifiesto que mientras que en aquella Ley antigua había un movimiento fundamental que era el movimiento de separarse, separar lo divino de lo humano, separar al Santo de los santos del Santo, separar al santo de los atrios respectivos (había todo un modo de justificar la separación), el movimiento de Jesús fue el movimiento inverso. También hay que tener en cuenta que la argumentación que hace el autor de la Carta a los Hebreos, como está hecha para sacerdotes judíos, familiarizados no sólo con la Ley judía, sino con la aplicación, probablemente con la aplicación saducea de esa Ley, son razonamientos que no siempre son fáciles e inmediatos de seguir para nosotros, pero sí podemos captar el movimiento.

El Hijo de Dios, el Verbo de Dios, en el que se cumplen todas las palabras que Dios había dicho a los antiguos por medio de sus profetas quiso participar de la sangre y de la carne. Hoy vuelve a hacer referencia a que nosotros entramos en lo divino a través del velo, que se ha rasgado ya, que es Su carne, la Carne de Cristo. Ese es el único velo que nos separa de lo divino, y sin embargo, ese velo nos ha sido dado a nosotros, porque Él ha querido participar de nuestra carne y de nuestra sangre. ¿Para qué? Lo dice la Carta a los Hebreos con toda claridad: para arrancar del miedo a la muerte a aquellos que, por obra del demonio y mediante ese miedo a la muerte, vivían toda su vida sometidos a esclavitud, es decir, para hacernos libres. Para introducirnos con Él en el santuario. Él, mediante la entrega de Su carne, el sacrificio de Sí mismo, que es un sacrificio eterno que abarca la Creación entera. Nos ha abierto el Cielo y, por así decir, el Cielo es nuestra herencia. Y no sólo la herencia después de la muerte, sino un poco como decía Santa Clara: “Todo el camino hacia el Cielo es Cielo”. Es decir, el Cielo está ya aquí. Se nos da misteriosamente, sacramentalmente, en la renovación del sacrificio único, que es el sacrificio único de Cristo en la cruz, pero que Él eternamente renueva por la vida de los hombres y nos hace partícipes de los frutos de ese sacrificio.

La verdad es que cuando uno descubre esa dinámica profunda de la Carta a los Hebreos no se pierde uno en los razonamientos de si el juramento es más que la promesa o la promesa más que el juramento, y algunas reflexiones de ese tipo, que cuando se conocen también son provechosísimas. Pero, ¿cuál es el movimiento profundo? Jesucristo, lejos de alejar a Dios de nosotros, lo que ha hecho es acercar a Dios a nosotros, de modo que, de alguna manera, somos todos un pueblo de sacerdotes.
Fijaros, la raíz más común en el mundo de ese sacerdocio de la Ley antigua era separar. Y la palabra separar, la raíz que se usaba para separar era “pharas”, en hebreo, y “feras” en arameo, de donde viene la palabra “fariseos”. Los fariseos son los “separados”. Bueno, pues, Jesucristo no ha querido separar a Dios de nosotros ni mantenernos a nosotros separados de Dios, sino unir. Y esa es la luz que ha brillado con Jesucristo, nueva en el mundo, por encima de las palabras de los profetas y por encima de la misión de los ángeles, porque todo nos ha sido dado en el Hijo. Y esa luz es la que no se puede ocultar, ni poner debajo del celemín, sino que está para que brille y alumbre a todos los de la casa.

Y ahora, Santo Tomás. ¿Cómo encaja Santo Tomás aquí? Yo no me siento con fuerzas para pedir lo que hemos pedido seriamente en la traducción de la oración litúrgica: “Realizar lo que él realizó”. Dices, “verás, muy pocas personas en la historia son capaces de realizar una obra como la que hizo Santo Tomás”, pero sí que podemos pedirLe al Señor que tengamos un corazón y un espíritu semejante al suyo. Y quiero subrayar un par de cosillas. Es verdad que cuando uno traza rayas en la historia de la humanidad, esas rayas son siempre algo arbitrario. Dices, ¿por qué en el siglo V…? Pues, en el siglo V, suceden cosas muy importantes: la caída de Roma, el comienzo de la Orden benedictina, cosas que se pueden subrayar como especialmente importantes en la historia de Europa, y lo mismo podríamos decir casi de cada uno de los siglos. Pero el siglo XIII es verdad que contiene un cierto número de inflexiones que son importantes. Por una parte, la piedad basada en San Agustín, que incluso los templarios por un lado, los cistercienses por otro, habían ido desarrollando. Se había ido encogiendo poco a poco hasta convertirse más y más en algo parecido a lo que nosotros llamaríamos hoy “espiritualidad”. Pero que no era capaz de iluminar el mundo real en el que la gente vivía. ¿Qué cosas estaban pasando en el siglo XIII en ese mundo real? Por una parte, la influencia del pensamiento islámico sobre Europa, a través de las traducciones latinas de Averroes y de Avicena. Sencillamente, el pensamiento islámico empieza a mostrar ciertas insuficiencias del platonismo en el que se basaba la teología agustiniana. El nacimiento de una cierta ciencia que empezaba a ser más cuidadosa con los detalles de la realidad, y no con las ideas eternas de las que dependía esa realidad, o se decía que dependía esa realidad.

Curiosamente, el nacimiento del capitalismo, con los viajes. El siglo XIII es el siglo de Marco Polo al Asia Central y los viajes a la India, y la extensión de los viajes y la mayor precisión de los mapas empiezan a hacer una cierta conciencia nueva del hombre que puede como tener la tentación de dominar el mundo. Y el nacimiento también del capitalismo, que, paradójicamente, en la Historia humana esas paradojas se dan; el capitalismo en relación con los franciscanos, que parece lo más contrario al espíritu franciscano, el espíritu de pobreza. Pero la Orden franciscana dijo que ellos no tenían propiedades y que todas sus propiedades eran de la Santa Sede. Pero eso tiene un efecto boomerang. Como eran de la Santa Sede, estaba justificado acumular para esas propiedades, y se acumulaba y se acumulaba, y esa acumulación dio lugar a las reflexiones que crearon la conciencia de un capitalismo incipiente en Florencia y en otros lugares después.

En todo ese contexto, Santo Tomás hace dos cosas que sí que podemos imitar. Una es muy contraria a lo que hacemos nosotros. Nosotros, si queremos distinguirnos del mundo en el que estamos, solemos hacer una cosa y es ver al mundo con realismo, como es, y decir “es una basura, es nosequé…”, y vernos a nosotros no como somos, sino como deberíamos ser, con lo cual, siempre salimos ganando. Es jugar con trampas. Bueno, pues eso es muy fácil, si cada vez que citamos a un ateo o a un enemigo, o a alguien que ataca a la Iglesia, miramos sólo lo que tiene de ridículo, pues, efectivamente, hay mucho de ridículo. Pero también en nuestra vida hay mucho de ridículo. Entonces, vamos a ser justos. Santo Tomás fue justo. Santo Tomás que trató, no de enseñar teología… él quería formar a quienes iban a ser superiores de comunidades dominicas o franciscanas o de las comunidades que estaban naciendo en aquel momento. La “Suma Teológica” es un camino de vida, no es una especulación para los especialistas en teología. Propone un camino de vida que empieza por el principio y va siguiendo, va siguiendo.

Santo Tomás, a los enemigos, no escoge siempre a los más tontos para poder ridiculizarlos después. Escoge siempre a los más arduos, a los más listos, a los más difíciles, y luego les responde como puede. Vemos a los demás como son. Vamos a tratarnos a nosotros mismos como somos. Vamos a reconocer lo que tenemos de imperfecto, de estúpido, de equivocado… a poder mirarlo sin asustarnos en absoluto, porque la verdad no nos asusta, como no le asustó a Santo Tomás. Yo creo que esa actitud sí que es imitable. Que seamos Santo Tomás o no, no depende de nosotros. Que podamos hacer una obra que ilumine como ha iluminado la suya a lo largo de la historia de la Iglesia… Aunque, veréis, ha tardado en iluminar, eh. Como tardó la obra de San Jerónimo de traducir la Biblia al latín varios siglos, en hacerse después lo que llamamos la Vulgata. Tardó varios siglos. No se recibió la obra de San Jerónimo inmediatamente. Y la Universidad de París, en 1277, condenó a Santo Tomás por hereje. Porque parecía que había aceptado demasiadas cosas del pensamiento averroísta y así, y los franciscanos que crecían en aquel momento mucho, y ocuparon enseguida la universidad de París, no aceptaron que se estudiase con las obras de Santo Tomás, las rechazaron por completo. Y eso duró siglos, un par de siglos por lo menos. Y luego, el tomismo renace de otra manera y renace después de nuevo en el siglo XVII. Y lo que llamamos hoy tomismo, no siempre tiene mucho que ver con Santo Tomás. Pero, yo, esa voluntad de ver al adversario con nobleza, me parece que es una actitud que tenemos que imitar.

Ver en quienes no son cristianos, no voy a hacer cristianos. No voy a hacer propaganda de Akira Kurosawa, pero buscar, en cualquier posición humana, lo que tiene de verdadero, sólo el demonio es capaz de amar el mal por el mal. Cuando los hombres aman cosas que son equivocadas o que son mal, lo aman porque hay una brizna de bien, y esa brizna de bien es sobre la que se apoyan para comerse y atragantarse con todo el mal que también lleva consigo. Pero nadie ama el mal o el error por el error, o la mentira por la mentira. Sólo Satán. Como decía un sacerdote muy sencillo de la diócesis hace años, “sólo Dios es puro, todos los demás somos mezcla”. Como somos mezcla, poder subrayar en los demás lo que tienen de verdadero, lo que tienen de bueno, acoger lo que hay de bueno, esa es la norma de San Pablo: “Probadlo todo y quedaos con lo bueno”. Subrayar lo que hay. Eso es lo que hace posible el ecumenismo verdadero, la fraternidad verdadera. A eso nos está invitando constantemente el Santo Padre.

Yo diría, por terminar, que, en nuestro tiempo, a diferencia del texto de Santo Tomás, tuvo que aprender también la doctrina de los enemigos. Quiero decir, él estudió con San Alberto, que es el patrono de los científicos y que era un pensador cristiano aristotélico. Y aunque él conocía muy bien la tradición platónica, se sumergió en la tradición aristotélica, no para ridiculizar una pantomima del aristotelismo, que era fácil de hacer. Eso era muy fácil de hacer. Sino que, para desde dentro, poder matizarlo, recoger, buscar la verdad con honestidad. Lo que más caracteriza a nuestro tiempo, como herencia de un falso tomismo y de una falsa separación entre natural y sobrenatural sembrada a partir de los siglos XVII y que ha dominado el pensamiento occidental, y por lo tanto, el pensamiento del mundo en los últimos siglos, es una separación total entre lo real y lo cristiano. Lo cristiano es una cuestión que es fruto de una elección, son unas ideas o unos principios morales o unos valores que uno ha elegido, y luego lo real está ahí y la ciencia da cuenta de ello, y es la ciencia la que dispone de ello. Yo creo que ese mundo, parecido a como pasaba con el agustinismo de la época de Santo Tomás, está cayendo a chorros. La pandemia se lo está merendando frito y sólo la retórica consigue a veces mantener, aparentemente al menos, el armazón de las grandes instituciones científicas o así, creadas por ese mundo. Eso no significa que en la ciencia no haya mucho de realidad y mucho que aprender, pero la ideología de la ciencia es la ideología que separa y reduce lo material y lo humano y lo de este mundo a lo que es medible por el hombre. Con lo cual, deja fuera todo lo que es interesante. Todo. Porque la risa no es medible –por decir una cosa muy tonta–, y un mundo sin risa es un mundo muy triste y condenado a morir, por poner simplemente un ejemplo que no dé mucho lugar a discusión.

Pero si esa separación es tan brutal y si lo cristiano parece algo puramente marginal, opcional, en el fondo arbitrario, para personas a las que les guste eso y así, ¿cuál es nuestra tarea? La voy a decir de una manera muy simploma y muy elemental, como es obvio, pero que es una tarea que, desmenuzada y desplegada, abarca todas las cosas de la vida. Primero, mostrar que la realidad es siempre más de lo que es, es decir, que en una mirada humana, que en un gesto que sea verdaderamente humano hay siempre toda una serie de dimensiones que no son medibles y que son justamente las que hacen la vida, vida. Las que hacen que la vida pueda ser vivida. El nivel de estupidez al que podemos llegar… Me contaba alguien que hace dos noches, cuando los terremotos, uno de los lugares donde la policía recogía llamadas, se pasaron la noche recibiendo llamadas preguntando a la policía que cuando iba a ser el próximo terremoto y qué grados iba a tener, para saber si tenían que marcharse de Granada o podían quedarse en Granada. Dios mío, sin comentarios.

El amor, la amistad, la sonrisa, el llanto, la risa, todo lo que hace la vida humana, las formas casi infinitas de la amistad y del amor que se pueden dar, desde el amor esponsal hasta el amor de fraternidad, hasta el compañerismo, todo eso que es humano hay que protegerlo, hay que cultivarlo, hay que alimentarlo, hay que ayudar a la gente a que lo alimente, y a que lo alimente en la vida cotidiana. No sólo en momentos superespeciales, sino en la vida cotidiana. Y al revés, eso es lo que hay que hacer con la Creación y con nosotros mismos. Y luego, con Jesucristo y con la fe, mostrar más y más cómo la fe… Que Jesucristo no es una cosa que está ahí aislada para los que creemos en él y vamos a los cultos, a los ritos o a la liturgia, sino que Jesucristo tiene que ver con todas las dimensiones de la vida. Tiene que ver con el trabajo, con la forma de concebir el trabajo. Tiene que ver con la forma de pensar el pasado y el futuro. No es lo mismo mirar mi pasado con los ojos de Cristo, que es con los ojos de una misericordia infinita, que mirarlos sólo con la medida de la productividad a la que me invita el mundo a medirlo. Pero, mi futuro es que, a lo mejor, vienen más terremotos. Probablemente, a lo mejor, pero ¿y qué cambia eso en mi vida? Tiene que ver con el trabajo. Tiene que ver con el descanso. Con el uso que hago del tiempo de descanso, con cómo lo empleo, en qué lo invierto. Porque en el tiempo de descanso, además, más que ningún otro, es donde sale a flor mi corazón y qué es lo que mi corazón busca. De la misma manera que en un colegio no os creáis los profesores que se enseña sobre todo en las clases, ¡no! Se enseña, sobre todo, en los recreos, porque en los recreos es donde los chicos dicen lo que piensan, porque en los recreos es donde los chicos se acercan a los profesores como un ser humano se acerca a otro ser humano y no como el alumno al profesor. Y tenemos que buscar esos espacios. Y en esos espacios hacer presente la novedad de vida y de vida entera que nos trae Jesucristo.

No seremos Santo Tomás, ni escribiremos, pero si caminamos en esta dirección, os aseguro que estaremos en la dirección que el Espíritu dice a las Iglesias. Benedicto XVI decía una frase: “Tenemos que convertir el contenido de nuestra fe en el criterio de interpretación de la realidad”, de la realidad entera. Y esa es la tarea. ¿Para qué? Para superar algo que el Concilio y san Pablo VI dijeron que era el drama de nuestro tiempo: la separación entre la fe y la vida. Y esa separación hace que al final la fe sea una cosa irrelevante. ¿Qué es lo que pone de manifiesto la pandemia? Lo que ha puesto de manifiesto es que para muchas personas la fe es un adorno bonito, entretenido, pero no algo que afecte a su vida realmente. Eso no quiere decir que no haya personas que no tengan verdadero miedo y muchas cosas. No voy a juzgar yo a nadie en concreto, porque si juzgo, me equivoco, pero también pone de manifiesto que el celebrar la Eucaristía no significaba una gran cosa, a lo mejor una ocasión para pedirLe a Dios que me vaya bien en la semana, que tenga buena salud, que mi familia tenga buena salud, que no nos quedemos sin trabajo… Es decir, cosas todas de este mundo, al servicio de las cuales pongo yo a Dios. Pero ése no es el Dios verdadero. Ese Dios que está al servicio de mis intereses personales. Entonces, al Dios verdadero se le adora, se le da culto, se le sirve. Y se le sirve porque, dándole culto al Dios verdadero, la Creación florece, mi humanidad florece, mi vida humana crece, y eso es lo propio del Señor. El bien, justo porque es Amor, el bien de la Creación. Pero que yo acuda al Señor para que el Señor responda a mis intereses eso es lo que hacían los paganos con los ídolos, y les daban muchos dones y ofrendas, todo eso para eso.

Poner en relación lo creado con el Acontecimiento de Jesucristo. Y nos equivocaremos y podemos meter la pata, y seremos torpes, pero esa es la dirección en la que hoy el Espíritu habla a las Iglesias. Esa es la dirección en la que los últimos pontífices, todos ellos, desde Juan Pablo II hasta…, en una de las encíclicas que más llamaron la atención de Juan Pablo II, la “Centesimus Annus”, ya dice: “La ‘Rerum Novarum’ ya llamó mucho la atención de que se ocupase de una cosa como la situación de los obreros, y hoy, cien años después, sigue siendo necesario justificar que la Iglesia se ocupe de estas cosas que parecen solamente humanas”. Y Benedicto XVI y el Papa Francisco nos invitan constantemente a ese buscar de nuevo; no ese separar lo divino de lo humano, sino cómo engarzar lo humano con lo divino, para que lo humano no se pierda, sino que, para que pueda ser rescatado por el amor infinito de Dios que Se nos ha revelado y Se nos da, día tras día, en la comunión de la Iglesia y en los sacramentos de la Iglesia.

Que el Señor nos conceda caminar por esta vía humildemente, sin pretensiones, pero caminar por esta vía de forma que pueda brillar en nuestra humanidad, en nuestro mundo, la Gloria de Cristo.

Que Cristo pueda de nuevo ser el Cuerpo de Cristo que somos nosotros, que es la Iglesia; que pueda tener la belleza y el atractivo, que es lo que puede hacer a los hombres acercarse a Cristo de nuevo.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

28 de enero de 2021
Capilla Seminario Mayor “San Cecilio” (Granada)