Fecha de publicación: 25 de enero de 2021

No es nada difícil dar gracias por la figura de San Pablo. Sus cartas, algunas de ellas verdaderas epístolas, verdaderos tratados que él escribió a los fieles de Roma, de Filipos, de Galacia, de Éfeso, enriquecen hasta tal punto nuestra experiencia de Jesucristo que algunas personas han llegado a pensar en algún momento que Pablo ha sido verdaderamente como el inventor del cristianismo. No, no es verdad. No hay nada en San Pablo, en la fe en Jesucristo de San Pablo, que no esté en los Evangelios. Aunque las Cartas de San Pablo, es verdad, están escritas antes de que los Evangelios alcanzasen la forma final que tienen para nosotros. Los escritos más antiguos del Nuevo Testamento son, probablemente, las cartas a los Tesalonicenses del propio San Pablo, que, aunque vienen al final en los escritos del Nuevo Testamento, porque las cartas se colocaron empezando por las más largas y acabando por las más pequeñitas, y eso hace que las de los Tesalonicenses estén casi al final.

Repito, no hay en San Pablo, nada, que no esté en la tradición evangélica. Y la fe de San Pablo refleja la fe de la Iglesia apenas diez años o menos después del Acontecimiento Pascual, y sin embargo, ya está formada la fe. En la Carta a los Tesalonicenses, en la Carta a los Romanos o en la Carta a los Corintios de San Pablo, ¿qué es lo que hace San Pablo? Añade como la experiencia existencial de la vida de la Iglesia. La experiencia existencial del encuentro con Jesucristo, el significado de ese encuentro para la vida de los hombres. Y ahí hizo una cosa muy grande que nosotros no medimos ahora con la perspectiva justa, porque no podemos medirlo, y es que la Tradición acerca de Jesús era una Tradición judía, y hasta los mismos discípulos de Jesús tenían el peligro de pensar que era imprescindible seguir siendo judíos, por así decir, aunque se creyera en Jesús, lo que tenía a su vez el riesgo de considerar a Jesús un profeta, quizás el más grande de los profetas, pero un profeta. Y no porque Jesús no hubiese proclamado Su divinidad de muchas formas, sino, sencillamente, porque era lo que era espontáneo en una cultura como la judía. Y San Pablo se dio cuenta de que si era la Ley judía, como fue, la que había condenado a Jesús a muerte, y si Dios había resucitado a Jesús, sencillamente, la Ley judía había sido abrogada, y la fe en Jesucristo quedaba accesible sin necesidad de pasar por el cumplimiento de las leyes judías, para todos los hombres.

Esa universalidad, que estaba en el mensaje de Jesús, pero que San Pablo hace explícita de una manera muy poderosa y muy fuerte, especialmente en la Carta a los Gálatas, ha abierto, ha hecho conscientes a los cristianos de que el Acontecimiento de la Resurrección de Jesucristo es un Acontecimiento que afecta al ser humano en cuanto a ser humano, porque todos somos mortales. No todos somos judíos, no todos hemos conocido la Ley de Moisés, no todos hemos crecido en la Tradición del judaísmo, pero todos somos mortales, y si Jesús ha vencido a la muerte, eso es un Acontecimiento que afecta a la humanidad entera. Todos nosotros, el mundo es distinto si ha sucedido la Resurrección de Jesús. Y es distinto, independientemente de la conciencia que nosotros tengamos de Él, de cómo le interpretemos: el mundo es diferente.

Ha habido una nueva Creación. Ha habido un nuevo comienzo que sólo es comparable con el comienzo del mundo y se abre para los hombres la posibilidad de una vida nueva. Buena parte de las expresiones que amamos y que son tan ricas en San Pablo son las expresiones de esa vida nueva que ha nacido con el encuentro y con el conocimiento de Jesús. Mi lema sacerdotal, cuando me ordené de presbítero, era una frase de San Pablo: “Todo lo tengo por nada, al lado del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor”. La frase de San Pablo continúa y es preciosa, pero no se trata de saber cosas acerca de Jesús. Se trata de conocer a Jesús, de conocer a Jesucristo, de tener una compenetración íntima con su modo de sentir, con su modo de pensar. “Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús, que, siendo de condición divina, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo”. “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

Jesucristo es el centro de la experiencia de San Pablo, ligado a la experiencia misma de su conversión. “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, dice. “Pero si yo no estoy más que persiguiendo a unos que dicen ciertas cosas de un tal Jesús, ya muerto”. Dice, “no, no, los cristianos y Cristo son una sola cosa. Es la cabeza del Cuerpo, de la Iglesia, y el cuerpo no vive sino según la cabeza”. Lo que le sucede a un cristiano le sucede también al Señor. Lo que vive un cristiano lo vive el Señor con Él, porque el Señor se ha unido a nosotros para siempre. Esa conciencia de la unidad entre Cristo y la Iglesia está en Jesús, está en el Evangelio de San Juan –“Sin mí no podéis hacer nada”-, cuando habla de los sarmientos unidos a la vid.

Repito, no hay nada en San Pablo que uno no pudiera trazar -diríamos- en la Tradición evangélica. Pero la expresividad apasionada que San Pablo le da nos enriquece en el conocimiento de Cristo. Eso, por los siglos de los siglos, la Iglesia dará gracias por la conversión del que fue perseguidor y pasó a ser el apóstol de los gentiles, es decir, de todos los que no somos judíos.

Que nos enriquezca su enseñanza, que vivamos de ella y que amemos a Cristo con la misma pasión con que él lo ha amado.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

25 de enero de 2021
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)

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