Fecha de publicación: 21 de febrero de 2016

Sólo expresar la alegría enorme de encontrarme aquí con vosotros, de veros. El hecho de que el salón esté lleno expresa vuestro deseo de que este día sirva para la misión tan preciosa, tan esencial que tenéis encomendada.

Os invito sobre todo a la esperanza. Soy consciente de que vivimos en un mundo confuso, convulso, muy inestable en todos los sentidos. No me refiero particularmente a Andalucía y España, que también, sino al mundo en el que estamos. Pero cuanto más sea la batalla fuera, más motivos tendremos nosotros de ser lo que el Papa nos ha pedido que seamos: un hospital de campaña. Cuando más herido esté el ser humano, más necesaria es la misión de la Iglesia. Cuanto más rota esté la experiencia de los hombres, más necesaria es esa presencia del Dios que ‘tanto amó Dios al mundo que le envió a su propio Hijo. No envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para que se salve por Él’. ¿Y cómo se salva el mundo?: con la única medicina posible, que es la que Dios nos ha dado, que es la medicina del amor y de la misericordia. Hay muchas situaciones que no podemos resolver, que no está en nuestras manos resolver, hay aspectos de nuestra cultura que seguramente no está en nuestras manos cambiar el nivel estructural… siempre podemos amar, siempre podemos amar un poco más, siempre podemos amar un poco mejor, siempre podemos estar más atentos a las necesidades de las personas que tenemos más cerca. Lo paradójico de todo esto es que eso es lo único que puede hacer que las cosas cambien. El Señor siempre se sirve de pequeñas realidades para hacer su obra grande. Es el cambio del mundo.

Os aliento a no perder la esperanza y a ser conscientes de que nunca, tal vez en el tramo de años que constituyen nuestra vida, nunca hemos conocido una situación donde sea más necesaria justamente a lo que el Papa nos invita: al amor que una situación como la presente tiene la forma de misericordia, de perdón, de afecto.

Una novelista fantástica, Flannery O’Connor, en uno de sus escritos, hablando de la novela y de lo que un cristiano percibía de la realidad, decía “un cristiano lo que percibe es el misterio central de nuestra fe. ¿Cuál es el misterio central de nuestra fe? El que por más miseria que haya en el mundo Dios no se ha avergonzado de abrazarnos tal como somos para introducirnos en su familia, en su intimidad, en su vida”. Ese no avergonzarse del mal, de las heridas del hombre, de la persona humana, y poder acercarse a ellas con cariño, eso es el tesoro que nadie nos puede arrebatar y que nosotros tenemos, y ese es el tesoro del que depende la esperanza del mundo.

Yo os animo sencillamente a ser cada uno en la medida de nuestras fuerzas, de nuestros lugares…. No hay manera más que dar misericordia que haberla experimentado uno mismo. Solo quien tiene la experiencia de haber sido abrazado gratuitamente, de haber recibido desde el don de la vida hasta el don de la herencia eterna, que aguardamos, del amor infinito del que sabemos que somos objeto; sólo quien tiene experiencia de eso puede comunicar algo –un pobre reflejo, pero algo-, que tiene la calidad y los quilates de esa misericordia que nosotros mismos hemos recibido. Ahí es donde yo os invito a sumergiros, a adentraros. Y luego eso fructificará.

Estamos a las puertas de la Semana Santa, la cruz parecía el fracaso absoluto de la misión del Señor y justo fue la ocasión de su victoria suprema, de la revelación suprema de Dios, de la victoria del amor infinito de Dios y el comienzo de toda novedad en el mundo. El comienzo de una vida nueva, de una historia nueva. Una nueva creación empezó a raíz del don de Cristo, mediante ese sembrarse suyo en la tierra. Que no os asuste justamente esas heridas de los hombres, la pus que justamente nos toca palpar, indirectamente, pero a través de los niños vemos muchas veces la realidad de las familias, de la situación, de la mezquindad de los intereses humanos. En medio de eso, ser una lucecita, la lucecita de la misericordia y del amor de Dios que brilla. Es la lucecita más frágil, al mismo tiempo es la más invencible, atraviesa los siglos –como decía Péguy, “de la pequeña esperanza”.

A la luz de este planteamiento que no hace más que recoger en mis palabras el pensamiento del Papa Francisco, no hay ningún miedo de ser una “Iglesia en salida” a la realidad de lo humano. Vosotros estáis en el corazón del mundo, un trocito de Iglesia en el corazón mismo de la vida y del mundo tal y como es. No temáis al mundo tal y como es. Pero eso requiere otras dos cosas que dice el Papa Francisco y yo subrayo una: una evangelización kerigmática, habla en la Evangelii Gaudium, es decir, que tiene como centro el anuncio de un acontecimiento. No es ante todo una propuesta moral, no es una regla o unos valores de vida. Es un acontecimiento el que nos cambia. Es un encuentro el que nos cambia. Y en ese encuentro la iniciativa la ha tenido Dios, que se ha acercado a nosotros, que se ha acercado a nuestra miseria. Sumergidos en ese encuentro, podemos ir al encuentro del hombre, en sus circunstancias más reales sin ningún miedo a nada. Sólo miedo a una cosa: a la hipocresía o a nuestro desamor. Es a lo único a lo que tenemos que tener miedo.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

Colegio Regina Mundi
20 de febrero de 2016