Queridísima Iglesia de Dios, Pueblo Santo y Esposa de Nuestro Señor Jesucristo, muy queridos sacerdotes concelebrantes, queridos todos:

Cuando nos ponemos a pensar de qué va la vida, en qué consiste la trama de nuestra existencia humana, seguramente se nos agolpan mil imágenes en nuestra imaginación y en nuestra mente; pues, la vida va de eso que el Evangelio llama los afanes de cada día: lo que tengo que hacer esta mañana, o lo que tengo que hacer a lo largo del día, o lo que tengo que hacer esta semana; o esa dificultad que estoy viviendo, acaso en mi matrimonio, en mi familia; de la preocupación de esos hijos, ya adolescentes, que empiezan a plantear cuestiones o a vivir de modos que no corresponden a lo que los padres les hemos querido transmitir; o esos hijos ya grandes que hace tanto tiempo que se han alejado de casa y que no quieren saber nada de nosotros; o de la salud, que, además, a medida que se prolongan los años de vida y se alargan las posibilidades de vivir, gracias a la medicina, también esos años se van llenando de una preocupación que parece como si terminara en nuestra epidermis, es decir, donde si el mundo se redujese hasta quedar reducido a la preocupación por la propia salud, o por las medicinas que uno tiene que tomar y dices “pues eso es la trama de la vida, ¿no?” (…).

(…) también están las ilusiones, las ilusiones de ser alguien grande: que la vida tenga éxito -sobre todo mientras uno va mirando la vida como algo que está delante de nosotros, y no algojueves santo misa crismal2 que está detrás-, triunfar en el mundo de la vida social o en casos de una sensibilidad mayor o de una profundidad mayor. Pues que uno pueda pensar que la vida no ha sido un fracaso, no ha sido una frustración, sino que pueda vivirla contento. Y uno comprende que por mucho que alargase esa enumeración o por mucho que profundizase en ella, al final, si la vida no es más que la vida y lo que la vida es capaz de dar, uno está por así decir condenado, es decir, no hay otra salida que una cierta frustración, una cierta amargura, y hasta el cinismo. Y entonces, uno explica el querer convertir la vida en una fiesta, es decir, en una distracción, una fiesta permanente, una distracción permanente de las preguntas que son acuciantes pero que uno no tiene el valor de mirar de frente, el hecho de la muerte y la sombra de la muerte sobre todos los actos de nuestra vida desde que empezamos a tener uso de razón.

Y en este contexto, está lleno de sentido que la Iglesia esta mañana, para esta liturgia especial -única, la única del año que ni tiene posibilidad de fragmentarse, ni de repetirse, ni de dividirse de algún modo, donde aparece la realidad de la Iglesia particular como realización de la Iglesia Universal y, por lo tanto, del misterio redentor de Cristo-, nos proponga algo que parece que no tiene nada que ver con el Triduo Pascual que vamos a celebrar estos días, la predicación de Jesús en Nazaret.

Situaros en la trama, situémonos cada uno en la trama de nuestra vida, de los afanes de cada día, de esos que decía el Señor que a cada día le bastan sus afanes. Pues, de esos afanes de cada día y en medio de esa vida nuestra -en la que hay heridas, cicatrices, heridas mal curadas, heridas no curadas en absoluto, que todavía supuran, después de a lo mejor muchos años-, en medio de eso resuena esa voz límpida del Señor: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”. Hoy se cumple. Él estaba hablando en una sinagoga, y decir “hablar del cumplimiento de una escritura” es hablar del cumplimiento de todas aquellas promesas que los profetas habían hecho: la promesa de la Alianza nueva, la promesa de que el lobo iba a pastar con el cordero, de que el niño metería la mano en el agujero del áspid y podría jugar con una serpiente, las promesas de aquel banquete que el Señor iba a preparar para todos los pueblos. Hoy se cumple todo. (…)

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

Misa Crismal, 17 de abril de 2014.
Santa Iglesia Catedral

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