Fecha de publicación: 10 de junio de 2013

Palabras de Mons. Javier Martínez, Arzobispo de Granada, en la Eucaristía celebrada el 9 de junio, X Domingo del Tiempo Ordinario, en la S.I. Catedral.

“Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida”. Éstas palabras de Jesús contienen una pretensión tan enorme sobre su persona, sobre sí mismo -que decía C.S. Lewis (el autor de “Las Crónicas de Narnia” y de otros muchos libros preciosos que os invito a que leáis porque no tienen nunca desperdicio)-; decía él que no hay término medio, que no hay posibilidad de suavizarlas: o son las palabras de un loco o son verdad, no hay posibilidad de quedarse a medias en ellas.

Y no con la misma claridad pero de otras muchas maneras, que eran muy explícitas, suficientemente explícitas para los hombres de su tiempo, no lo son tanto para nosotros, cuando Jesús dice “aquí hay más que el sábado”, que era el don con que el Dios de la alianza había regalado a su pueblo, o “aquí hay más que el templo”, que es el lugar donde mora Dios. En ellas se afirma, sencillamente, no sólo la divinidad de Jesucristo, sino el hecho de que Él es el Señor de todas las cosas, o mejor dicho, se afirma su divinidad y por lo tanto, el hecho de que todas las cosas están, por así decir, suceden, acontecen… toda la vida humana, absolutamente todo, existe dentro como una participación, como un regalo, como un don de Dios.

Jesús no hizo muchos milagros del tipo del que nos cuenta hoy el Evangelio en su ministerio, hizo algunos: éste, que por cierto, ni siquiera la mujer se lo creía, dice el evangelista “sintió lástima”, ella no le suplicó a Jesús algo, probablemente porque una mínima dosis de sentido común le impide incluso al corazón de una madre pedirle a alguien que le pueda devolver la vida a su hijo que va camino de ser enterrado, y la resurrección de Lázaro. Y probablemente Jesús lo hizo en esas ocasiones porque era imprescindible que hubiese ese signo de que Él es el Señor de la vida y de la muerte. Él llama a sus milagros no milagros como nosotros lo entendemos, y los evangelistas tampoco, sino signos, signos de quien es Jesús.

Y era necesario que hubiera algún signo que mostrase su dominio sobre la muerte y que fuese accesible a los hombres para que no se interpretase la figura de Jesús como las que podía haber interpretado la figura, y hubo la tentación de interpretarla en algunos sectores de la Iglesia en los primeros siglos, como si fuera un profeta, un hombre de Dios, un hombre que tiene poderes especiales porque tiene una especial presencia de Dios. Jesús necesitaba que se comprendiese, Jesús necesitaba afirmar que Él es el Señor, Señor de todas las cosas, Señor de la vida y de la muerte; “el Camino, la Verdad y la Vida”, más que el templo, más que el sábado, capaz de corregir la ley antigua, la ley de Dios.

Habéis oído que se dijo a los antiguos, que Dios dijo a los antiguos “no matarás”, pues yo digo “cualquiera que ofenda a su hermano”, sólo al que tiene la misma autoridad, que reclama para sí la misma autoridad que Dios es capaz de… y por eso fue condenado a muerte Jesús, no os creáis que por ideas sociales o por ideas políticas, sino por afirmar de sí mismo, como dice el Evangelio de San Juan que se había hecho hijo de Dios, que se había hecho igual a Dios, por blasfemia. Es verdad que tuvo que ser entregado a las autoridades romanas porque los judíos, en ese momento, no tenían la posibilidad de ejecutar una sentencia de muerte, el Imperio Romano se lo había retirado para evitar que matasen a los que eran amigos del Imperio Romano, o sea, que tenían no pocas tentaciones de hacer y sucedía con alguna frecuencia, en tiempos de Jesús. (…)

Escuchar la homilía del Arzobispo

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

S.I. Catedral
9 de junio de 2013