Fecha de publicación: 16 de octubre de 2020

¿Cual fue el inicio de mi vocación?
Soy de un pueblo pequeño de la Alpujarra de Granada: Mecina Fondales. En este pueblo, en mis años jóvenes, se respiraba un ambiente religioso. Era habitual que todas las tardes las jóvenes fuéramos a hacer la visita al Señor. Ambiente religioso y una madre profundamente cristiana, enraizada en la fe, la justicia y el amor por los más débiles. De ella escuché por primera vez lo que eran los misioneros: “Hombres y mujeres que van por todo el mundo, para anunciar el Evangelio y que están dispuestos a todo, incluso a dar la vida”.

Dar la vida fue el hilo conductor que me guiaba en el descubrimiento y concreción de la llamada de Jesús. Leía y meditaba el Evangelio, sobre todo, el de San Juan. En él encontraba palabras que me calaban hondo: “He venido para que tengan vida…”  (Jn 10,10). Yo quería dar mi vida al Señor, y era Él quien me la ofrecía como una fuente inagotable.

Desde muy joven, África era parte de mis sueños. Quería ser misionera. A los 18 años tuve que discernir si el Señor me quería como misionera seglar o siendo, además, religiosa.

Lo de religiosa, en una vida de comunidad, pesó más fuerte. Un sacerdote nuevo llegó al pueblo y me habló de los Misioneros y las Misioneras de África, comúnmente llamados Padres Blancos y Hermanas Blancas. Me dio un libro “Bajo el cielo de África” que me encantó. Me puse en contacto con las Hermanas y me marché.

¿Cómo se ha realizado mi vida misionera?
En mi Congregación encontré todo a lo que aspiraba: El carisma de anunciar el Evangelio en África. Hacerse todo para todos. El amor a África (que ya nos inculcó nuestro fundador, el Cardenal Lavigerie) y que todas llevamos dentro de nosotras.

El hecho de inculturarnos en la vida del Pueblo al que somos enviadas, conociendo su lengua, sus costumbres, comiendo su comida… Sabiéndonos iniciadoras y no propietarias de la Misión. “La Evangelización será hecha por los propios africanos”, nos decía nuestro fundador. También nos decía, cuando lanzó la campaña contra la esclavitud: “Soy un hombre y nada que sea humano me es indiferente. Soy un hombre, la injusticia hacia otros hombres me inspira horror”. De ahí nuestra lucha por la dignidad de cada persona y por sus derechos fundamentales.

Me formé en Pastoral y Catequesis. Primero, en el Congo; luego, en el Instituto Superior de Pastoral y Catequesis de París.

Esta formación me abrió grandes puertas a unas tareas misioneras bien diversas y bonitas, que jamás podía imaginar:

Cursos de religión y educación a la ciudadanía (en el Congo se llama Educación a la Vida) en colegios e institutos, pastoral juvenil y vocacional, formación de catequistas y animadores de comunidades cristianas, catequesis a adultos que se preparaban a recibir el bautismo. Y con los equipos de Nuestra Señora, movimiento de espiritualidad conyugal, del que primero fui consiliaria de dos equipos; luego, me nombraron acompañante espiritual de todo un sector, con nueve equipos. Un trabajo precioso.

Todo esto, compartiendo penas y alegrías; participando en fiestas y duelos, involucrándome en las preocupaciones del día a día del pueblo, que amablemente me acogió.

Manifestar mi apoyo cuando están en peligro, eso ha significado, para mí, amar a África con todo el potencial que esta palabra encierra.

El trabajo que he podido realizar es importante, pero mucho más han sido los lazos de amistad creados a lo largo de los 37 años que he vivido en el Congo. Y la vida que ha fluido en todos esos encuentros. Nunca se olvida lo que se quiere. En mi corazón y en mi mente sigue vivo el recuerdo de los años felices vividos en África.

¿Y aquí, ahora?
Desde que llegué a Málaga, en el 2008, me puse en contacto con la Delegación de Misiones, con el Servicio Conjunto de Animación Misionera y con Cáritas.

Formo parte del Consejo de Misiones que lleva adelante las campañas de animación misionera propias de las OMP (Obras Misionales Pontificias).

En el Servicio Conjunto, que hace la animación misionera en Andalucía, Murcia y Canarias, he estado varios años. Sigo en el Consejo de misiones y en Cáritas.

En Cáritas, estuve primero llevando a cabo, junto con otros voluntarios, una bolsa de empleo, destinada a empleadas de hogar. Me sentía muy feliz de poder ayudar a familias en dificultad. La bolsa se cerró y pasé a formar parte del equipo de acogida.

La primera acogida, que se da en Cáritas, es importante porque, con frecuencia, las personas vienen desorientadas. Pasaron antes por varias asociaciones y aquí llegan como último recurso.

En Cáritas les damos confianza, información y orientación. Las ponemos en contacto con sus Cáritas parroquiales. Si no tienen vivienda, las mandamos a Puerta Única (Agrupación de Málaga Acoge, Ayuntamiento y Cáritas) Si solicitan trabajo, les indicamos los recursos de empleo existentes.

La acogida es un servicio de escucha, de atención hacia la dignidad de la persona que busca solución a sus problemas, de orientación a los recursos existentes. Es también una puerta de esperanza para las personas que depositan su confianza en la Iglesia.

Aquí, como en el Congo, intento luchar por los que sufren las consecuencias de la pobreza y la exclusión social.

A los jóvenes que me leáis, os invito a escuchar a Jesús. No tengáis miedo si os llama a una misión grande como es la suya.

Él nunca defrauda. La misión, tampoco. A mí no me ha defraudado. ¡Adelante!

Revista Granada Misionera

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