Fecha de publicación: 10 de julio de 2019

Después de varias años participando en este Congreso organizado por el IFES ¿qué valoración hace del curso en Granada?

El curso me parece una respuesta original frente al desafío cultural de nuestro tiempo. Hay un nivel de investigación científica muy alto quizás sustentado por una amistad profunda que está creando una comunidad de evangelización que tiene una perspectiva cultural común que debemos seguir consolidando.

La cultura de la duda y el relativismo actual han sido los ejes de su participación en esta edición…

Tenemos una forma nueva de pensamiento en Europa y es la de cuestionar radicalmente la vieja filosofía del ser. Hay buenas razones para pensar que el ser es bueno, cuando te enamoras es evidente que el ser es bueno. Cuando vives la experiencia de la traición, que te traicionan o tu traicionas, no es tan evidente que el ser sea bueno, parece que el ser sea malo.

Cuando un niño nace es evidente que el ser es bueno pero cuando un niño muere parece que el ser sea malo. La experiencia del hombre es una experiencia de alegría y también del sufrimiento. Parece que Dios es bueno, cuando muere un niño uno se pregunta: ¿cómo es posible que Dios sea bueno cuando muere un niño? La nuestra es la época de la duda y hay buenas razones para dudar.

¿Qué respuestas da el hombre contemporáneo a estas cuestiones trascendentales?

La mayor causa de sufrimiento que tenemos hoy en Europa es la depresión. No vale la pena. San Juan Pablo II decía que el mundo está entre el sí y el no. El sí, Dios existe, Dios es bueno, la vida es buena, vale la pena. El no es Dios no existe, o no es omnipotente, o si es omnipotente no es bueno, no vale la pena.

Lo que determina esta respuesta entre el sí y el no es la presencia en la vida de Jesucristo, el sacramento de Jesucristo, un amor fiel, un amor que te rescata también tu infidelidad, que crea una comunidad en la cual la posibilidad del ser se reafirma definitivamente.

¿Cómo darse cuenta de esta presencia?

Esto no es un concepto, una experiencia. Esto significa que yo lo vivo porque tengo amigos que me hacen vivir esta presencia, es algo que solo puedo vivir con los otros y a partir de un sacramento que nos une, la Eucaristía.

¿Qué relación guarda esto con el tema central del Congreso: “El Todo en el fragmento”?

El todo, la cuestión sobre la positividad del ser, el sentido del hombre, su sentido de la historia, se concentra en un fragmento que somos nosotros, en cada fragmento se refleja la totalidad, en cada fragmento tomamos una decisión para sí o para el no. Y reconocemos la presencia de Dios para dar ese sí o no la reconocemos y entonces afirmamos un no.

Dios creó al mundo pero es como una estatua sin acabar, de nosotros depende terminarla según la voluntad de Dios o no lo termino e intento destruirla. En cada momento se juega mi decisión frente a la propuesta divina. El encuentro con cada ser humano significa tener la capacidad en ese momento de afirmar la belleza, grandeza, dignidad del otro. 

 ¿Cómo vive esto el hombre contemporáneo?

En la cultura de hoy, en gran medida, nos concentramos en la desconcentración, todo lo que pasa es una tentación de que yo no concentre mi atención sobre la vida real. Por ejemplo, desperdiciamos la energía de la vida en amores platónicos en lugar de vivir el gran amor en nuestra propia vida, un amor real, por perdernos en amores pequeños que no permiten vivir el único amor grande que merece la pena. El tema es la capacidad de enamorarse, lo único que construye es el amor, la capacidad de enamorarse. El amor es la única actitud adecuada frente a la persona.

María José Aguilar
Secretariado de Medios de Comunicación Social
Arzobispado de Granada