Fecha de publicación: 24 de diciembre de 2018

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Cristo, Pueblo santo de Dios;
queridísimos sacerdotes concelebrantes;
querido diácono (para mí es un privilegio el tener un diácono dominical, porque habitualmente no los tengo);
queridos hermanos y amigos todos:

En vísperas de la Navidad yo le pido al Señor una cosa y es que no me deje contaminar por el ambiente y no reduzca la Navidad a lo que el ambiente tiende a reducirla: a una especie de “cuentos de hadas”, a un relato tierno, bucólico, que en muchas ocasiones es una excusa para que compremos y consumamos mucho en las innumerables tiendas que están a nuestra disposición para ello; de un “cuento de hadas” bonito, como para niños, una cosa para estar la familia juntos. Incluso cuando pienso en para niños, pienso en ese tipo de alimentos falsos que son las chuches; porque si todavía fuese un alimento para niños… (…) Todos sabemos que las chuches son unos alimentos falsos y basta que los niños crezcan y dejen de gustarles las chuches. Entonces, basta que les presentemos la Navidad y se la presentemos así, como chuches, para que en cuanto crezcan no quieran saber nada. Y entiendo que pase eso y, por lo tanto, no nos podemos enfadar por ello: es que les hemos dado chuches. Sólo un bebé no es capaz de comer jamón. Cuando es capaz de comer jamón hay que darles, si se puede, jamón del bueno, para que sepa lo que es. Y al menos ciertamente en la vida espiritual, todo buen niño que quiere crecer como Dios manda le apetece un buen trozo de “jamón”. En la vida cristiana (la leche es para los comienzos, después hay que ofrecer el “jamón”) hay que ofrecer una vida grande, porque el Señor nos ha creado para una vida grande. Y la Navidad -a nada que lo pensemos-, que es lo que celebra la Iglesia, es una cosa tremenda. Y ésa es una experiencia que no quiero perderme yo. (…) en Nochebuena celebraremos la misa en la cárcel. Y os aseguro que no hay cosa que a mí me ponga más en tono para celebrar la Nochebuena, porque ves a personas (…) con verdaderamente hambre de Dios, y para ellos, entonces, la Navidad no es una chuche.

(…) Fue escandalosa Su Palabra. Os pongo un ejemplo de lo que a mi me viene a la cabeza del tipo de escándalo que al Señor le gusta. Cuando Él dice: “El que quiera ser grande entre vosotros que se haga pequeño”; “el que quiera ser el primero entre vosotros que se ponga el último”; “el que quiera ser grande que se haga el servidor de todos”. Y Él decía: “¿Quién es más el que está a la mesa o el que sirve? Sabed que yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”. Podría uno decir: “Pero eso son enseñanzas bonitas de Jesús”. Pero no.

Es Jesús lo que sucede en la Navidad. El Dios de quien todos estamos hechos; de Quien está hecho todo lo que existe; que el cosmos y la creación entera existe en Él. Se hace tan pequeño como un niño indefenso; se hace esclavo de la criatura que al final de la Encarnación, que es lo que celebramos en Navidad, se pondrá a hacer oficio de esclavo y se pondrá a lavar los pies de los discípulos (que era lo que hacían los esclavos), para explicar qué es lo que iba a hacer en la cruz: en la cruz estaba lavando mis heridas, las tuyas, curando nuestras llagas, arrancando de nuestros corazones los musgos de nuestras desesperanzas. Eso es escandaloso. Yo creo que es el escándalo de los escándalos, sólo que es un escándalo diferente al que entendemos. Y una subversión muy distinta a la que entendemos. En la vida política, en la vida social, la experiencia que entendemos de las subversiones son siempre pequeñas luchas de poder. A veces, escenificaciones para los medios o para el teatro de luchas de poder entre los hombres. Eso tiene muy poco de escandaloso en el fondo, porque desde el pecado original estamos marchados por el deseo de poder, por la avaricia.

En cambio, que Dios se abrace a nuestra pequeñez; que Dios venga a decir “Yo doy mi vida para que tú puedas vivir contento y saber que la muerte no tiene la última palabra sobre ti”. Es un ejemplo, pero si la Navidad consiste en que la familia nos juntemos todos, casi siempre falta alguien, porque ya no está con nosotros, porque en la familia hay rupturas, porque no podemos juntarnos por un motivo o por otro (a veces, porque hay muchos kilómetros por medio; otras veces porque no podemos mirarnos a los ojos, a menos que fuéramos capaces de pedir perdón o de dar un perdón que no siempre somos capaces de dar o de recibir). Sólo cuando caemos en la cuenta de que Dios viene a ocupar nuestro lugar, viene a cargar con mis heridas, a dejar que se las hagan a Él para que yo pueda seguir siendo contento, aunque tenga muchas; sólo entonces empieza uno a comprender que la Navidad no es un dulcecito para entretenerme unos días; que la Navidad es algo tremendamente serio. Y ésa es la experiencia que yo le pido al Señor que podamos tener. ¿Y el Señor hace eso por qué: por capricho? No. Lo hace por amor a nosotros. Ayer y estos últimos días me venía la oración: “Señor, que hayas querido necesitar mi libertad para que yo pueda cumplir mi vida; me has llenado de un deseo infinito, de belleza infinita, de amor infinito que yo no sería jamás capaz de realizar que Tú te haces pequeño para que yo pueda saber que ese amor no es una utopía; que ese deseo no es un deseo ineficaz, destinado a la frustración, sino que se cumple cuando te acojo a Ti, cuando pongo mis días en tus Manos, cuando te digo a Ti, sean las circunstancias que sean, ‘sí, Señor, me abro a Ti’ y un día nos abrazaremos de nuevo en tu Presencia, sin llanto, sin luto, nada más que el gozo y la gratitud inmensa de que Tú seas lo que eres: el Señor de todo en todas las cosas”.

Porque el don de la Navidad es el mismo Señor. No es que el Señor nos enseñe a ser un poco así. Señor, Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, no hay nada que podamos darte, pero me diste un cuerpo y yo digo ‘aquí estoy’. Y ese “aquí estoy” que le dice el Hijo al Padre es el “aquí estoy” que nos dice a cada uno de nosotros. “Yo soy tu plenitud. Yo soy quien buscas. Yo soy el que necesitas. Yo soy el que anhelas. Yo soy el que puede llenar de sentido tu matrimonio, tus estudios, tu vida, tu trabajo, tu enfermedad”. (…)

A quien recibimos en la Navidad, como a quien recibimos en la Eucaristía, es a Cristo vivo, a Dios vivo, Dios mismo que se hace lo más pequeño posible para que yo pueda vivir contento, y no sólo de una manera fabricada o falsa en estos días, sino siempre. Señor, que tengamos esa experiencia. (…)

Hay un anhelo de Ti. Hay un anhelo de amor verdadero. La película (“Un asunto de familia”) está situada en el Japón de hoy, pero os aseguro que no hay historias muy diferentes de ésa en Granada, en cualquiera de nuestros pueblos, en Madrid, en cualquiera de nuestras ciudades; que no hay personas que viven de manera muy diferente. Y uno dice: “Señor, te doy gracias por haberte conocido”. Es, ciertamente, no sólo lo mejor de mi vida, sino, ojalá, pudiéramos compartirlo con otros hermanos, compartir esa alegría, ese gozo de haberte conocido, de saber quién eres y qué significas en nuestra vida. No el buen momento y el sabor de unas chuches, sino la única roca sobre la que poder construir la vida verdaderamente humana. Un pueblo de hijos. Un pueblo cuya ley es sencillamente el amor; el amor de Dios que Él nos da y el amor de unos para con otros. Y la única tarea en la vida es aprender a querernos. Aprender a querernos un poquito más como Tú nos quieres. Y todo lo demás es innecesario, literalmente innecesario, y a veces una distracción tremenda de lo que es verdaderamente importante, de lo único que es verdaderamente importante.

Vamos a celebrar la Eucaristía. Vamos a recibir al Señor. Es Navidad en cada Eucaristía, hasta la más humilde de todas. Viene el Señor a nosotros.

Proclamamos nuestra fe.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

23 de diciembre de 2018
S.I Catedral de Granada

IV Domingo de Adviento

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