Parece que un Evangelio como el de hoy no nos enseña más que una serie de nombres para aprendérselos. Nombres de los Doce apóstoles, que no son doce por casualidad, sino porque representan el comienzo del nuevo Israel, que también en el Antiguo Testamento fueron Doce tribus. Pero no es esa la enseñanza importante. La enseñanza importante tiene que ver con el que el ser cristianos no es tanto el tener unas creencias, el tener unas ciertas ideas sobre Dios o sobre la vida humana, o sobre el comportamiento bueno en esta vida, o sobre el futuro del significado de nuestra vida y de nuestra muerte, que es todo eso; pero todo eso como algo secundario.

Ser cristiano consiste en insertarse en una historia, una historia humana que pasa por estos Doce; que pasa por los cuatro evangelistas; que pasa por Pablo, tan decisivo en la formación de la fe y en su enseñanza a las iglesias, a las que escribió sus cartas y para nosotros todavía con plena actualidad. Ser cristiano es insertarse en la Iglesia, insertarse en esta comunidad, a la vez concreta, porque se reúne siempre en torno a la Eucaristía. Y en torno a la Eucaristía no hay millones de personas. En la Eucaristía se nos da todo, porque se nos da el Señor. Y a la vez, sin embargo, abierta a la Iglesia universal, a la Iglesia Católica del mundo entero, de la que formamos parte y de la que somos miembros. Y abierta al universo entero. Porque, de la misma manera que Cristo es instrumento de nuestra vida, la Iglesia es instrumento de la vida del mundo. Y es precioso caer en la cuenta de eso. No son nuestras ideas, ni siquiera nuestros comportamientos o nuestros principios morales los que determinan el hecho de ser cristiano. Es nuestro ser parte de este pueblo, que siempre es santo, aunque todos los que lo formamos somos pecadores.

Cuando se dice que “creo en la Iglesia santa”, no se dice que en la Iglesia no hay defectos. Se dice que en la Iglesia está siempre y de manera fiel, y está todos los días hasta el fin del mundo, el que santifica, que es Cristo. Y es esa Presencia de Cristo y es ese amor de Cristo, el Santo, el único Santo, quien santifica a sus hermanos, quien nos santifica a nosotros, que hemos sido hechos hermanos de Jesús por la Alianza nueva y eterna en su Misterio Pascual, en su muerte, en su Resurrección y en la comunicación del Espíritu Santo.

Os cuento una anécdota de la que yo he tenido noticia después de la muerte del sacerdote Rubén, que ha fallecido en la iglesia de la Paloma en Madrid, jovencillo. Daba antes de estos días un testimonio de cómo, cuando le hicieron cargo de esa parroquia, había un sacerdote que llevaba en esa parroquia muchos años; era quien lo había construido, quien había hecho las salas de reuniones y el catecumenio que hay detrás. Y llega él, jovencillo, recién ordenado prácticamente y una madre le trae un niño con síndrome de Down, que le dice que quiere ser monaguillo. Él, de momento, se asusta un poco pero dice: “Venga, pues adelante”, y lo que no hizo, porque no le dio tiempo, es explicarle qué tenía que hacer como monaguillo. ¿Qué hacía el niño? Pues, lo que veía hacer al cura. Veía que el cura se arrodillaba, pues se arrodillaba; veía que el cura besaba el altar, pues besaba el altar; y al final de la Misa, Rubén se acercó a él y le dijo: “Mira, no tienes que hacer todo lo que haga yo, ni decir todo lo que haga yo. Tú habrá cosas que tienes que hacer y cosas que no. Por ejemplo, cuando llegamos al altar, no hace falta que beses el altar. El altar lo beso yo y basta”. Llegaron al domingo siguiente y el niño se pone a hacer de monaguillo, se arrodillan, va el sacerdote a besar al altar y el niño se acerca y besa el altar. Al final de la Misa le vuelve a preguntar Rubén: “¿Pero no habíamos quedado y me habías dicho tú que tú no besabas el altar?”, y responde el niño, “si yo no he besado el altar, ha sido el altar el que me ha besado a mí”. Sin comentarios.

Venimos a la Eucaristía y no somos nosotros los que hacemos algo por el Señor. Es el Señor el que hace algo por nosotros, que nos permite vivir la vida como hijos de Dios. Vivir el resto de día, y quiera Dios que todos los días de nuestra vida, con la alegría y la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque es el Señor quien viene a nosotros en cada Eucaristía y se nos da como vida de nuestras vidas y alimento de nuestras vidas.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

22 de enero de 2021
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral

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