Fecha de publicación: 23 de marzo de 2015

Qué grande es tu nombre, Señor, qué poderosa tu misericordia y tu gracia, cuán infinita tu fidelidad y tu amor por nosotros.

Estamos a las puertas de celebrar el Misterio Pascual y las Lecturas de estos días nos ponen ante los ojos lo que significa Jesucristo para la vida humana, para la historia humana, para todos nosotros y para todos los hombres. El misterio que vamos a celebrar, en cuanto Pasión y muerte es la culminación de la Encarnación del Hijo de Dios, y en cuanto Resurrección y comunión del Espíritu Santo es el culmen de la revelación del Dios Trino, del Dios verdadero, del Dios que es amor, y misericordia infinitas.

Las lecturas de estos días nos ponen de una manera tremendamente poderosa lo que significa ese Misterio y lo que significa ser cristianos. Desde el domingo en que leíamos (aquí en la Catedral hemos hecho siempre el Ciclo A) el Evangelio de la samaritana, donde el Señor habla de que Él es portador de un agua que sacia la sed profunda que hay en el fondo de nuestra humanidad, hasta la curación del ciego de nacimiento, hasta el Evangelio de hoy, la Resurrección de Lázaro, lo que nos dicen estos Evangelios es lo que significa ser cristiano. Y se leían y se contemplaban, y los fieles, o los que se preparaban para recibir el Bautismo, se ensimismaban en estas lecturas, porque ellas nos dicen el tesoro de vida que hay en el conocimiento de Jesucristo y en acoger la vida que Jesucristo nos da.

El Evangelio de hoy lo dice con una fuerza como ninguno, porque el acontecimiento de Cristo nos pone de manifiesto que la vida sin Cristo es una tragedia, no para quien no ha conocido a Cristo, evidentemente; como para quien no ha conocido un amor verdadero, a lo mejor se contenta con las formas pobres o mezquinas y a veces bajísimas de amor de las que tiene experiencia o las que conoce,  aunque siempre haya en su corazón un deseo sin nombre, confuso, de más, o una especie de desasosiego porque ese amor no satisface, no sacia los anhelos profundos del corazón.

En cambio, cuando uno ha encontrado a Jesucristo, entonces descubre: éste era el que yo necesitaba, ésta era la vida que yo anhelaba, éste es el amor, como cuando alguien encuentra el amor verdadero; para esto estaba hecho mi corazón, no para las formas pobres y miserables y mezquinas o deterioradas de amor de las que tenía experiencia antes. Pues lo mismo, el Evangelio de hoy nos pone ante los ojos una afirmación única, que, como decía muy bien C.S. Lewis, con mucha finura, no tiene escapatoria: ‘O es verdad o quien lo ha dicho está loco’. “Yo soy la Resurrección y la Vida”. Dios mío, no cabe formulación más radical de la divinidad de Cristo y, por lo tanto, de que Cristo y el acontecimiento de Cristo, nacido siendo Licinio gobernador de Siria y muerto bajo Poncio Pilato, en aquel momento y en aquel lugar de la historia, de esa persona, de aquel hombre que lloraba cuando moría un amigo suyo, depende la esperanza del mundo. Si Cristo es la Resurrección, si Cristo es la vida, si la victoria de Cristo, si lo que celebramos en la Pasión de Cristo es la victoria del amor infinito de Dios sobre el pecado y sobre la muerte, esa esperanza, esa luz que brota de ese acontecimiento, sencillamente llega a los confines del cosmos, llega a los confines de los siglos, abraza en sí el amor infinito de Dios, toda la historia, que se revela en aquel Hombre, en Cristo Jesús.

Eso es una fuente inagotable de alegría, siempre, siempre, en cualquier circunstancia, en cualquier momento de nuestra historia humana o de nuestra vida personal, siempre. Es un punto de luz al que uno puede volver una, mil, millones de veces, las que hagan falta, y uno encontrará siempre el abrazo de la Gracia y de la Misericordia infinitas de Dios.

Hoy, cuando algunos de vosotros vais a dar el paso primero público, por así decir, y la Iglesia da, con respecto a vosotros, el paso de acogeros en el estado clerical, en el estado de preparación para las Órdenes Sagradas del diaconado, del presbiterado, del orden sacerdotal, y algunos de vosotros dais, recibís, por así decir, los ministerios con los que pedagógicamente la Iglesia os prepara para recibir el Sacramento del Orden, esa gratitud al Señor se multiplica, porque se hace carne en vuestras vidas, se hace carne en vuestras personas. (…)

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

22 de marzo de 2015
S.I. Catedral de Granada

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