Fecha de publicación: 28 de diciembre de 2018

El misterio de la Navidad nos sitúa ante el portal de Belén, contemplando a Dios hecho carne. Es un acontecimiento que nos invita a acoger a la Palabra que acampa entre nosotros, de abrir el corazón a Dios encarnado en la fragilidad y ternura de un niño. Es una invitación a la acogida llena de afecto y agradecimiento. Ofrecemos la Nota de los Obispos de la Subcomisión para la Familia y defensa de la vida, dentro de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar con motivo de la Jornada de la Sagrada Familia, que se celebra el 30 de diciembre.

“El Señor Dios se dijo: ‘No es bueno que el hombre esté solo’” (Gén 2, 18). El relato bíblico de la creación, que en el primer capítulo del Génesis está dominado por la expresión “vio Dios que era bueno”, reiterada una y otra vez para insistir en que el Dios creador es fuente de toda bondad, nos sitúa ahora ante la primera afirmación negativa. Según san Juan Pablo II en sus catequesis sobre el amor humano, la afirmación del relato yahvista aparece en el contexto más amplio de los motivos y circunstancias que explican más profundamente el sentido de la soledad originaria del hombre. De este modo, la experiencia de la soledad tiene dos significados fundamentales: uno que deriva de la misma naturaleza del hombre, es decir, de su humanidad, y otro que deriva de la relación varón-mujer.

La superación de la soledad en su sentido negativo y nocivo (pues hay una soledad beneficiosa y necesaria para el hombre para aprender a vivir la intimidad) se encuentra en el matrimonio y la familia. En efecto, el matrimonio es la primera forma de comunión entre personas de la que brota la familia. Existir como persona implica siempre para el hombre vivir junto a otra persona, pues vivir para el ser humano es siempre convivir. De otro modo podemos decir lo mismo: no hay persona sin personas. El hombre, además, no solamente está llamado a vivir junto a otros, sino que está invitado a vivir para otros. O, en otras palabras, está hecho para crear una comunión de personas.

LA SOLEDAD EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO
Distinguidos sociólogos contemporáneos han constatado que vivimos una sociedad de “solitarios interconectados”. Otros autores han acuñado el término “desocialización” para designar la crisis de la posmodernidad. Se trata del proceso de deterioro del tejido social en las sociedades occidentales avanzadas. Se trata de un fenómeno ligado estrechamente a la descristianización y a lo que podríamos denominar “desfamiliarización” que promueve el individualismo y estilos de vida cada vez más aislados y solitarios.

La psicología y la psiquiatría conocen lo que se denomina “síndrome de la soledad”. Se trata de una patología caracterizada por los síntomas del egocentrismo, la tristeza, la susceptibilidad paranoide… Se trata de un sentimiento desconsolador de desarraigo y aislamiento producido por el vacío existencial del desamor querido y sufrido. Por otro lado, el hombre siente y vive la llamada de quien viene a sacarle de su soledad, que es Cristo, Cristo y la Iglesia como comunidad que nos lleva a la redención. Cristo es quien santifica a la familia, respuesta a la soledad y fundamento de la sociedad.

Quien verdaderamente nos hace vivir es Cristo, y este nos lleva al ámbito propio de la comunión que es la familia a la que Cristo santifica.

ANTE EL PROBLEMA DE LA SOLEDAD
El Papa Francisco recoge, al respecto, en la exhortación Amoris laetitia la siguiente proposición de los padres sinodales: “Una de las mayores pobrezas de la cultura actual es la soledad, fruto de la ausencia de Dios en la vida de las personas y de la fragilidad de las relaciones. Asimismo, hay una sensación general de impotencia frente a la realidad socioeconómica que a menudo acaba por aplastar a las familias […] Con frecuencia, las familias se sienten abandonadas por el desinterés y la poca atención de las instituciones. Las consecuencias negativas desde el punto de vista de la organización social son evidentes: de la crisis demográfica a las dificultades educativas, de la fatiga a la hora de acoger la vida naciente a sentir la presencia de los ancianos como un peso, hasta el difundirse de un malestar afectivo que a veces llega a la violencia. El Estado tiene la responsabilidad de crear las condiciones legislativas y laborales para garantizar el futuro de los jóvenes y ayudarlos a realizar su proyecto de formar una familia”.

El Concilio Vaticano II afirma en la constitución Gaudium et spes que “el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre”. En el ciclo litúrgico de la Navidad, la Iglesia celebra gozosa la cercanía del Emmanuel, del Dios-con-nosotros, de modo que cada parroquia y comunidad cristiana acogiendo el don de la Encarnación, se convierta en fuente de esperanza contra la soledad del hombre. En este sentido, Benedicto XVI, en su viaje a Alemania el año 2006 eligió el lema: El que cree, no está solo. El 12 de septiembre de 2017, con motivo de la inauguración de un monumento erigido en su honor en Regensburg, escribía: “Lo que quiero decir ahora se expresa en la casa. Una casa es el hogar. Proporciona comunidad y seguridad. Así la imagen de la casa expresa la oposición al abandono, a la soledad que amenaza a tanta gente hoy. En la era de los medios de comunicación, en la que nadie parece estar solo, sino siempre conectados, es precisamente esta cooperación universal del yo con el tú, de corazón a corazón: el encuentro mediático reduce las distancias entre nosotros, pero al mismo tiempo nos aleja de la proximidad personal más cercana. La casa, por otro lado, muestra la verdadera convivencia, en la que trabajamos juntos, nos sentamos a la mesa, saboreamos la alegría y el dolor. En nuestra tradición bávara pertenece a la casa el ‘Herrgottswinkel’ (en una habitación de un caserío, rincón con crucifijo y otros objetos religiosos), que por un lado afecta a lo más íntimo y personal de cada uno, pero por esta misma razón también la casa se abre al Dios vivo. Él es quien siempre nos reconcilia y nos conduce a la expansión”.

Cada parroquia como una verdadera familia de familias, está llamada a construir una comunión de personas. De este modo, cada miembro de la comunidad parroquial es invitado a salir al encuentro del que sufre, del enfermo, del necesitado, de los mayores y las personas viudas; en definitiva, de todas y cada una de las personas que sufren la soledad y el desamparo. Una parroquia que viva de modo fervoroso y contagioso el dinamismo del fuego de la caridad que nos conduce a acercarnos a los demás y compartir con ellos el don de la cercanía de Dios en Jesucristo, fuente de firme esperanza.

Que la Sagrada Familia de Nazaret constituya para nosotros el modelo de hogar donde la soledad queda vencida. En el hogar de la familia y en el de la parroquia, familia de familias, crecemos en la comunión interpersonal que disipa la soledad y se hace presente el amor de Dios que edifica nuestras vidas, nuestras familias, la Iglesia y una sociedad verdadera y fraterna.

Con gran afecto.

Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa
Obispo de Bilbao, presidente de la Subcomisión

Mons. Francisco Gil Hellín
Arzobispo emérito de Burgos

Mons. Juan Antonio Reig Plà
Obispo de Alcalá de Henares

Mons. José Mazuelos Pérez
Obispo de Jerez de la Frontera

Mons. Juan Antonio Aznárez Cobo
Obispo auxiliar de Pamplona y Tudela