Fecha de publicación: 27 de septiembre de 2016

Queridísima Iglesia del Señor, reunida aquí esta mañana, un pequeño fragmento, porque a lo largo de toda la mañana está viniendo gente a venerar la Imagen de la Virgen, a celebrar la Eucaristía, a recibir la Comunión; vosotros aquí ahora mismo representáis a toda esa multitud que ha venido a Granada porque es el día de la Virgen de las Angustias. Pero sois la Iglesia de Cristo. Sois, en realidad, de algún modo, la prolongación de la Virgen en la historia. La Virgen es símbolo, imagen, espejo de la vocación de la Iglesia y de la vida de la Iglesia. Lo que Ella ha vivido de alguna manera lo vivimos nosotros. Ella recibió al Hijo de Dios en su seno, nosotros lo recibimos cada vez que comulgamos. El Hijo de Dios ha vivido en Ella y el Hijo de Dios vive en nosotros por el Bautismo y por la Comunión, de tal manera que aquello que decía San Pablo lo podéis decir cada uno de vosotros porque es verdad en todos: “Soy yo, vivo yo, pero es Cristo quien vive en mí”.

La pasión de Cristo se prolonga en los sufrimientos, en la vida, en las fatigas, en los dolores, en la muerte de quienes formamos la Iglesia. Y esa presencia de Cristo en nosotros y esa cercanía de Cristo a nosotros, ese amor, misericordia de Cristo por nosotros nos permite vivir todas las formas que tiene el dolor, el sufrimiento y la pasión, nos permite vivirlos como la Virgen: uniéndonos a la Pasión de Cristo.

La Virgen ha triunfado ya en cuerpo y alma (lo acabamos de celebrar en el mes de agosto) y nosotros esperamos estar, porque el cuerpo de Cristo no lo rompe la muerte, y la fidelidad y la misericordia de Cristo, que permanecen para siempre que son eternas no puede con ellas el mal (no va a ser más fuerte el diablo, el demonio, que el amor de Dios). El amor de Dios no se va a dejar vencer. Esa es nuestra esperanza y nuestra confianza. Pero fijaros cómo la vocación de la Virgen se prolonga, por así decir, en la vida de la Iglesia. La Virgen nos precede en el camino de la fe. Hoy, no sólo porque sea la Reina y Madre de Granada o la Patrona de Granada, sino porque es la Virgen de las Angustias, con toda una tradición detrás, de amor y de veneración en nuestra ciudad y en esta Basílica.

Dios mío, hacemos verdad en nosotros y nos fijamos de una manera especial en esa participación en los dolores de Cristo. La oración de la Misa de hoy dice: “Haz que, Señor, te suplicamos que asociándonos a los dolores y a la Pasión de Cristo como María merezcamos la gloria de la Resurrección”. Claro que nos asociamos a la Pasión de Cristo, no por nuestra voluntad, sino porque Cristo se ha unido a nosotros, por su Encarnación se ha unido -decía Juan Pablo II, muchas veces- de algún modo misterioso, incluso a todo hombre, incluso a todos aquellos que no están bautizados.

El sufrimiento humano, a lo largo de la historia (y cuidado que ese sufrimiento es grande), de alguna manera forma ya para siempre parte de la Pasión de Dios. Podemos hablar así, porque el Hijo de Dios es Dios, en Él habita corporalmente la plenitud de la divinidad, y Dios, el Dios inmutable, el Dios inmensamente feliz se ha unido a nosotros para que nosotros no estemos solos en nuestros dolores, no estemos solos en nuestros sufrimientos, no estemos solos en nuestras pasiones, no estemos solos al envejecer y al acercarse a la muerte, y podamos mirarla de frente y sin temor, porque la muerte no es lo último. Después de la muerte y Resurrección de Cristo, la muerte no tiene la última palabra sobre los hombres. Pasaremos por ella, y pasaremos por ella en este mundo medio a oscuras en el que vivimos aun teniendo la fe -como entre velos, decía San Pablo-, pero sabemos que vamos a la luz inmensamente bella, a la Gloria del Señor, donde veremos el rostro de Dios en Cristo, resplandeciente de amor.
Tú, el más bello de los hombres, resplandeciente de un amor sin límites por cada uno de nosotros, por los buenos y por los malos, por las ovejas del rebaño y por la oveja perdida, por los hijos que han estado en casa toda la vida y por el hijo pródigo que se marchó y se fue y deshizo la herencia y deshizo todo y se olvidó de su padre. El Señor no olvida a ninguno.

Vamos a pedirLe lo que hemos pedido en la oración: Señor, ya que Tú has querido asociarte a este sufrimiento y ya que en este valle de lágrimas todos tenemos sufrimientos, de muchas clases (sufrimientos físicos, por enfermedades, sufrimientos morales también, porque me ha abandonado mi marido, me ha abandonado mi mujer, o porque mis padres no se ocuparon demasiado de mí, o porque en el reparto de aquella herencia se rompieron nuestras relaciones y andamos cada uno por nuestro lado siempre amenazándonos o dándonos, insultándonos, o hemos roto entre hermanos)… Todos esos sufrimientos morales, que son mucho más grandes que los físicos, porque nos duele mucho más a veces la falta de un amor de alguien que pensábamos que debería amarnos o que sería lo normal que nos pudiéramos querer bien, o la incapacidad de perdonar a alguien a quien nosotros nos damos cuenta que hemos hecho mal pero que nos gustaría recomponer aquella situación y no somos capaces, o la otra persona no quiere, o ya no podemos contactar con ella siquiera, y eso también forma parte de la pasión del Señor: los sufrimientos morales, que son más fuertes que los físicos. Si uno está a las puertas de la muerte y está acariciado por sus seres queridos y sostenido por la intercesión de Cristo y de Nuestra Madre por el don de la fe, de la esperanza y del amor, la muerte es dulce, la muerte es en paz normalmente; y si Dios permite que no lo sea, pues también eso es para su gloria y para nuestro bien, pero normalmente es en paz.

Cuando esos otros dolores tocan nuestra vida, esos dolores morales, muchas veces qué difícil nos resulta dormir, qué difícil nos resulta vivir en paz, qué difícil nos resulta estar contentos como desde el fondo del alma. Esos dolores forman parte de la pasión de Cristo.

Luego están otros de otros tipos. Están, a la Iglesia y a los cristianos, en muchos momentos, en muchos lugares del mundo, les toca arriesgar su vida. Nunca me olvidaré de aquella mujer a la que habían dicho: “O abandonas la fe o te cortamos el brazo”. Una africana, de Nigeria. La cortaron el brazo. Pocos meses después, otra persona le preguntaba: “Si te volvieran a decir, te dijeran que te quitan la vida, ¿tú que dirías?”. Dice: “Pues, ¿cómo voy a renegar yo de mi Señor, que ha dado su vida por mí?” con toda naturalidad.

Dios mío, pedimos. Esos son parte de la Pasión de Cristo. Nosotros a veces también la sufrimos de otra manera. Yo recuerdo a un amigo mío, albañil, al que le llamaban sus compañeros “el A.T.S”, en plan de burla. Y yo dije “¿pero por qué le llaman ‘el A.T.S’?”, “porque se burlan de él porque es practicante”. Él estaba orgullosísimo de que le llamaran “el A.T.S”, pero dijo ‘soy digno de que traten de hacerme mal por el nombre de Cristo’. Hay otras situaciones, mil situaciones: porque sois cristianos os pueden gastar bromas, ponerle en un aprieto, ver si cae en una tentación y nadie somos cristianos porque seamos los mejores hombres del mundo. Somos cristianos porque el Señor nos ha dado la gracia de conocer su amor infinito, nada más. Somos igual de frágiles, estamos hechos de la misma manera, todos: seglares, sacerdotes, religiosos, religiosas, fieles cristianos laicos. Todos somos fieles cristianos redimidos por el Señor.

Y todas las formas de sufrimiento que vienen en nuestra vida si los ponemos junto al Señor… Junto a la cruz estaba María, un grupito de mujeres. Es sorprendente. Eran más fuertes. Los apóstoles habían salido todos escopetados, desde San Pedro hasta… pero Juan estaba allí, y el Señor le entregó a la Iglesia a su Madre como madre en la figura de Juan.

Todos, cada uno de nosotros, con nuestros sufrimientos, Señor, nos acercamos a Ti, al Hijo de Dios, e igual que tu Madre, queriendo aprender de tu Madre, decimos: “Aquí están nuestras vidas, esta Pasión tuya, llénala Tú de frutos para la vida del mundo, para que los hombres sepan que tu amor por los hombres es más fuerte que la muerte, para que los hombres sepan que nuestro amor, como el de Cristo, por el bien de los hombres, es más fuerte que la muerte. Que así sea”.

Yo os aseguro que no hay ni una brizna de sufrimiento que se pierda, ni una brizna de dolor, aunque no salga ni siquiera de nuestro corazón, aunque nadie se entere de ese sufrimiento. El Señor ve en nuestras entrañas, en nuestras entretelas, lo ve todo. Para el Señor somos de cristal. Nos conoce mejor que nos conocemos nosotros mismos. No hay ni una sola brizna de sufrimiento, de dolor, que no sea parte de su Pasión. No hay ni siquiera nuestros pecados, hasta los más ocultos, que el Señor no sea capaz de abrazar, como un médico -decía un padre de la Iglesia- se mete en la herida y se mete en la llaga y no tiene miedo de la pus porque Él es limpio y sabe que se mete para curar.

El Señor se mete en nuestras llagas para curar. Estamos en el Año de la Misericordia. Esa es la misericordia de Dios: que no se avergüenza jamás de nosotros a pesar de nuestros pecados; que nosotros nos llenamos de vergüenza y no nos atrevemos a acercarnos a Él, pero Él no. Nosotros nos cansamos -dice el Papa Francisco- de pedir perdón, el Señor no se cansa jamás de perdonar.

Él entra en nuestras miserias para quitar la pus, para limpiar, para oxigenar, para curar y que cicatricen bien nuestras heridas porque somos hijos de Dios, no por nuestros méritos. De la misma manera que no esperamos ir al Cielo no por nuestros méritos. Esperamos ir al Cielo porque el amor de Dios es infinito. Y ese amor sabemos que no nos va a abandonar jamás.

Dios mío, que así sea. Que seáis conscientes de que no hay ningún sufrimiento estéril, y que no hay ningún pecado que el Señor no pueda abrazar y perdonar. Con ese gozo y con esa certeza nos disponemos también, en este momento, a recibir una vez más al Señor en nuestro corazón (los que estemos preparados, o los que pensemos que podemos recibirlo), y esta tarde a celebrar con gozo el amor infinito de Dios, y la intercesión y la compañía de nuestra Madre que Él nos entregó en la cruz.

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

25 de septiembre de 2016
Basílica de la Virgen de las Angustias

Escuchar homilía

Palabras finales:
Esta Basílica es templo jubilar. La Eucaristía es un acto del Jubileo de la Misericordia también. Las condiciones normales de los jubileos las conocéis todos: haber recibido el Sacramento de la Penitencia los días anteriores o posteriores al Jubileo (no necesariamente ayer o mañana o hoy, sino en los días próximos), haber recibido el Sacramento de la Comunión y rezar un Padrenuestro por las intenciones del Santo Padre.

Si no tenéis inconveniente, antes de daros yo la bendición, vamos a rezar ese Padrenuestro todos juntos. Y los que no hayáis comulgado hoy sigue siendo Año Jubilar para que comulguéis en otro momento en estos próximo días.

Que el Señor llene de misericordia esa medicina que nuestro mundo necesita urgentemente, como una emergencia. Que llene nuestros corazones con su misericordia; que perdone nuestras faltas y las de todo el mundo; y que haga florecer el amor y la misericordia en este mundo nuestro tan herido, tan herido de tantas maneras.