En esta Solemnidad de la Santísima Trinidad -falta todavía el Corpus-, que es como una celebración del Cuerpo de Cristo, fuera ya del ciclo del año litúrgico, inmediatamente después de concluirlo, pero la fiesta de la Santísima Trinidad, justo después, el Domingo de Pentecostés, concluyen las celebraciones del misterio salvador de Dios: la Encarnación, el ministerio público de Jesús, que culmina en su Pasión y en su muerte, y que abre, empieza a producir su fruto en la mañana de Pascua y en el don del Espíritu Santo, en nuestra tierra y en nuestra humanidad. Y en esta fiesta de la Santísima Trinidad es como si dijéramos una cosa que solemos hacer los cristianos al final de los salmos, al final de tantas oraciones, al final de un Padrenuestro, al final de los misterios del Rosario: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. ¿Por qué? Porque en ese acontecimiento de Cristo, Dios se nos revela como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

En esta fiesta del Espíritu Santo yo le pido al Señor de una manera especial que mis palabras puedan ser de alguna utilidad para vuestra experiencia de Dios, porque hablar de Dios es lo que hacemos todos los domingos; hablar de Dios es hablar de nosotros, pero hablar de Dios es hablar indirectamente de nosotros, es decir, es asomarnos a una realidad que nos trasciende completamente.

No es que yo piense que hablar de la Trinidad es más oscuro. De alguna manera, en la mentalidad cristiana, del pueblo cristiano, durante muchas generaciones, y yo diría que casi durante siglos, la Trinidad ha sido como el símbolo de aquello que no tiene nada que ver con nosotros y que, además, es muy complicado y que, además, no hay quien lo entienda, y cuando decimos la palabra misterio, lo que entendemos es eso, que es una cosa imposible de comprender. No es verdad. Ni es verdad que no tiene nada que ver con nosotros; es lo que más tiene que ver con nosotros, porque Dios es lo que más tiene que ver con nosotros, y Dios se nos ha revelado en Jesucristo como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Lo que sucede es que durante muchos siglos ya, quizás desde ciertas tendencias de la Edad Media o así, hablar del Dios Trino se ha ido haciendo cada vez más abstracto. En el vocabulario cristiano de los primeros siglos ni siquiera existía la palabra “trinidad”, se hablaba del Dios Trino, del Dios que era Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero la palabra “trinitas”, la palabra trinidad, ya es una palabra que suena abstracto. “Trinitas” suena (…) una trinidad de muchas cosas, puede haber una trinidad de objetos físicos (…). En fin, al final, la palabra trinidad ha quedado reservada para el misterio del Dios que es amor.

Curiosamente, el Evangelio de hoy pone justamente el foco en lo que a nosotros nos importa. ¿Y qué es lo que quiero subrayar? Primero que nosotros no nos relacionamos con Dios en abstracto, Dios no es para nosotros mas que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En ese sentido, cuando hablamos de los tres monoteísmos son tres experiencias distintas de Dios: la experiencia del mundo judío, o la experiencia del mundo islámico, y la experiencia del mundo cristiano son experiencias totalmente inconmensurables, no reducibles la una a la otra, sólo por un proceso de abstracción propio del hombre moderno, cuya cultura es la que ha empezado a hablar de Dios en abstracto y de Dios como alguien fuera del mundo y de Dios como una especie de emperador de “La guerra de las galaxias” que gobierna el mundo, o de ingeniero que gobierna el mundo, diríamos con unas leyes omnipotentes pero fuera del mundo; mientras que en la tradición cristiana el mundo entero existe en Dios. Y cuando preguntábamos en el Catecismo (…) ¿dónde está Dios?, decíamos ‘en el cielo, en la tierra y en todas partes’. Es decir, uno no puede mirar nada y, sobre todo, no puede mirar a un ser humano sin ver algo de Dios, una imagen de Dios, una representación de Dios, una semejanza de Dios. No puede mirar el rostro humano, sobre todo de manera especial, sin darse cuenta de que uno está ante un misterio insondable, ante una realidad que no es apropiable, que no es poseíble de la manera que poseemos una silla, un bolígrafo o un Ipad. No.

Esa realidad misteriosa que se asoma en la mirada humana y en el rostro humano nos permite asomarnos al misterio de Dios, porque es como un misterio en pequeñito, que es imagen y semejanza de Dios. (…)

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

Solemnidad de la Santísima Trinidad, 15 de junio de 2014
Santa Iglesia Catedral de Granada

Escuchar homilía