Fecha de publicación: 28 de enero de 2013

Última publicación de la Editorial Nuevo Inicio, del Arzobispado de Granada, del narrador y ensayista Philippe Muray.

El narrador y ensayista Philippe Muray murió el 2 de marzo de 2006 a los 56 años de edad, dejándonos algunas obras fundamentales: un controvertido ensayo sobre Céline (Seuil, Paris, 1981) en el que se negaba a separar al autor de Voyage au bout de la nuit del antiguo redactor de panfletos antisemitas; Le xix-ème siècle à travers les âges (Denoël, Paris, 1984), escrita mientras enseñaba literatura francesa en la Universidad de Stanford; los diversos volúmenes de sus Exorcismes spirituels I-IV (Les Belles Lettres, Paris, 1997-2005); Chers djihadistes (Mille et Une Nuits, Paris, 2002), cuya versión  española ofrecimos anteriormente (Queridos yihadistas, Nuevo Inicio, Granada, 2009); y novelas como Postérité (Grasset, Paris, 1988) y On ferme (Les Belles Lettres, Paris, 1997).

En el prólogo de la cuarta edición de El Imperio del Bien (L’Empire du Bien, Les Belles Lettres, Paris, 1991, 1998), que hoy ofrecemos al lector de lengua española, Muray nos hace observar cómo los hechos confirman los análisis de su obra original. En ella, nos advertía de que George Orwell se había equivocado por poco: la película-catástrofe del futuro no iba a ser negra, sino rosa pastel. Se podía lograr lo mismo, alcanzar las mismas metas gregarias, llevar a cabo la misma aniquilación de la idea de persona, pero con menos costes y con alegría, lejos de toda perspectiva de desorden, de toda amenaza de baño de sangre. El telecolectivismo filantrópico hereda a la perfección, y con toda suavidad, a todos los despotismos. “El Bien ha llegado a su meta, ha alcanzado su deseo. Está a punto de realizar lo que ninguna institución, ningún poder, ningún terrorismo del pasado, ninguna policía ni ningún ejército habían conseguido nunca: la adhesión espontánea de casi todos al interés general, es decir, al olvido entusiasta de los intereses particulares de todos, e incluso a su sacrificio. No hay nada en la historia pasada que se parezca mínimamente a tan formidable aprobación. En el Bien convertido en Fiesta, ya sólo queda el Bien, ya sólo queda la Fiesta. Todos los demás contenidos de nuestra existencia se han ido fundiendo, poco más o menos, al contacto con ese fuego. Parafraseando a Hegel, el Imperio nos dice a partir de ahora: «Todo lo que es real es festivo, todo lo que es festivo es real»”.