Fecha de publicación: 8 de junio de 2014

Queridísima Iglesia de Dios, Iglesia del Señor, pueblo santo de Dios, Esposa de Nuestro Señor Jesucristo, muy queridos sacerdotes concelebrantes, queridos Pueri Cantores y añadidos de esta mañana -familiares, amigos-, queridos todos:

Hoy es una fiesta preciosa, en la que se consuma, por así decirlo, lo que venimos celebrando a lo largo de todo el año, desde el comienzo del Adviento. Y no os oculto que tiene un puntito de nostalgia, en el sentido de que esa luz que nos ha estado, frágil pero fiel, acompañando durante toda la noche de Pascua, se apagará y volveremos a empezar después otro ciclo. Pero el gozo del Aleluya pascual y de todo lo que lleva consigo la celebración de que Cristo vive, que es lo que llena de contenido todas las Eucaristías del año, eso no nos falta. Pero esa pedagogía de la Iglesia por la cual cada año nos enseña el misterio de nuestra redención, el misterio de nuestra vida y de nuestra vocación en Cristo, llega a su plenitud. Y vamos a volver después de que el domingo que viene celebremos la fiesta de la Trinidad, que es como el “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo” que decimos los cristianos después de un salmo, o después de una oración, al final del misterio del Rosario, al final de algo; y luego, la fiesta del Corpus, que, en sí misma, condensa todo el Misterio Pascual. Estas dos fiestas expresan que nos cuesta despedirnos de la Pascua, que nos cuesta despedirnos de lo que estamos celebrando de algún modo.

Quisiéramos que este gran domingo de 50 días, siguiese, siguiese… y de hecho, en la fiesta del Corpus lo que celebramos es que sigue, y que sigue todos los días, que sigue permanentemente fiel a nuestro lado. El amor -que cantamos los cristianos siempre que nos reunimos-, que nos es dado permanentemente en la Palabra del Señor, en los Sacramentos de la Iglesia -de una manera especialísima en la Eucaristía-, permanece con nosotros; y permanece con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.

Decía que hoy se consuma de alguna manera el Misterio Pascual, el don del Espíritu. En cierto modo, nos lo da el Señor cuando, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Y el evangelista San Juan (que es muy fino, y muchas veces dice cosas que tienen dos interpretaciones o que se pueden leer de dos maneras, que está cargado a veces de un espesor en su lenguaje, que no es el lenguaje ordinario), a pesar de que su lenguaje es muy sencillo, muy sencillo, en la muerte de Jesús, emplea una expresión casi técnica para decir en lugar de decir que murió o que exhaló el aliento, dice “entregó el espíritu”. Y ese “entregar el espíritu” se puede entender sencillamente que murió, pero la frase y el verbo que usa San Juan, “entregar”, expresa que si Jesús no nos hubiera amado hasta la muerte, no habría espíritu; es decir, Él se sembró en nuestra tierra. Dejadme que use esa imagen, que la llevo usando varios domingos, pero no me importa: si el grano de trigo no muere, no da fruto, pero si el grano de trigo muere, produce un fruto abundante.

El Hijo de Dios se ha sembrado en nuestra tierra, se sembró en las entrañas purísimas de la Virgen y salió a la luz como un brote. Los antiguos cristianos usaban mucho ese pasaje de Isaías que habla de un brote que nace en la tierra sedienta; como un brote en la tierra sedienta aflora el Hijo de Dios el día de Navidad, y nosotros celebramos el día de Navidad, y nosotros celebramos su Amor cada vez que escuchamos la Buena Noticia del Evangelio y cada vez que recibimos su Cuerpo. (…)

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

8 de junio de 2014, Solemnidad de Pentecostés
Santa Iglesia Catedral de Granada

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