Fecha de publicación: 14 de octubre de 2020

Dos súplicas que me salen del corazón al leer y al escuchar de nuevo estas dos Lecturas de hoy.

La primera de ellas es: Señor, que no sea yo un fariseo, que no sea yo como este maestro de la Ley que impone cargas a los demás que uno no está dispuesto a cargar. Que no ande yo como un avaro haciendo cuentas contigo, midiendo lo que yo te doy, o lo que Tú me pides o así. Que sea mi relación contigo verdadera. Y para ser verdadera, tengo que reconocer que todo lo que pueda haber de bueno en mí es don tTuyo y que Tú me lo has dado previamente como hacemos cuando ofrecemos el pan y el vino en la Eucaristía, que siempre Tú nos has dado y nosotros ahora te lo presentamos.

Es fruto de la liberalidad de Dios, aunque sea también fruto de nuestro trabajo. Pero si hasta ese trabajo nuestro, que nos permite trabajar la tierra y producir del trigo pan y de las uvas vino, es un don de la inteligencia que Tú has dado a los hombres, por lo tanto que no sea nuestro corazón un corazón que se pierde en cosas secundarias: si hay que hacer esto de esta manera, o de esta otra, si hay que comulgar en la mano o en la boca. Dios mío, todo nuestro cuerpo es santo. Si está purificado y está nuestra alma limpia. Pero, a veces, le damos casi más importancia a eso que a los Mandamientos de la Ley de Dios. Pues, se hace lo que haya que hacer o lo que uno crea en conciencia que debe hacer con libertad de espíritu. Y la Voluntad de Dios está en cosas más grandes y más importantes que a veces a las que damos una importancia extrema. Que nos fijemos en el amor tuyo y en el que a nosotros nos das participar en Él, para que podamos vivir de una manera que te sea grata, que es vivir en el Espíritu de Dios.

San Pablo contrapone hoy las obras de la carne y las obras de Espíritu. Cuando san Pablo habla de la carne no tiene el sentido que, especialmente desde el siglo XIX, le damos a la palabra carne, que se limita, normalmente, al sexto mandamiento y a la lujuria. Cuando él habla de la carne habla muchas veces de la humanidad, de nuestra humanidad al margen de Dios. Y por eso, las obras de la carne, de esa humanidad que no tiene en cuenta a Dios, son disensiones, rivalidades, ambiciones, envidias, discordia, enemistades…, porque la carne por sí misma es menos poderosa que las insidias del Enemigo.

Líbranos, Señor, de esas insidias y haznos vivir según el Espíritu, cuyos frutos son la alegría, la paz, la paciencia, la bondad, la modestia, el dominio de sí. Danos participar de Tu Espíritu. Ahora, cuando recibamos la Comunión, que Tu vVenida a nosotros sea una nueva efusión del Espíritu Santo en nosotros y danos también esa sencillez que nos aleja de eso que Tú aborrecías, que era el espíritu de los fariseos, de los que hacen lo pequeño grande y lo grande pequeño, y los que piensan siempre que Dios está en deuda con nosotros por lo buenos que somos o por lo que hemos hecho. No, somos nosotros siempre los que estamos en deuda con Tu amor.

Que Tu Espíritu Santo nos permita esa sencillez de corazón, esa sencillez de los niños que saben que tienen necesidad de sus padres. Que Él nos conceda ese don y caminar tranquilamente por el camino de la vida sabiendo eso: que nuestro Padre nos acompaña, que Él está siempre con nosotros y nunca nos da nada que no sea para nuestro bien.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

14 de octubre de 2020
S.I Catedral de Granada

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