Fecha de publicación: 16 de junio de 2014

Queridos hijos, los que os vais a confirmar:

Cuando uso la palabra hijos la uso con toda la fuerza que pueda tener, por lo que sucede justamente en el Sacramento de la Confirmación, como en el Bautismo, o de manera análoga al Bautismo, es justamente la comunicación de la vida, de la vida divina. Vida que se nos da también a la vez que comulgamos, se nos da en plenitud cuando se nos da el Señor.

Los tres Sacramentos -Bautismo, Confirmación y Eucaristía- constituyen el don del Señor en nuestras vidas, el don de la vida divina a nosotros, como si la vida divina se sembrara, como si nosotros fuéramos la tierra y la vida divina se sembrara en nosotros para florecer, ¿en qué?: en una humanidad bonita, en una humanidad en la que nosotros podamos dar gracias al Señor.

Un cristiano es alguien que no porque no le pasen cosas, que le pasan, no porque no tenga dificultades o circunstancias difíciles en la vida, que las tiene, no porque no embellezca o no pase el tiempo, o no se ponga enfermo, que todo eso le sucede igual que a los demás, pero el don de la vida divina hace que todo eso pueda ser vivido de una manera distinta.

(…) Os decía antes que sois casi la mitad del récord de confirmaciones, y sólo de Padul, me da muchísima alegría, pero pienso muchas veces en la de jóvenes que yo he confirmado en mi vida y estoy seguro de que pasan de los 200.000 (y once años de Obispo Auxiliar en Madrid, dedicado especialmente a los jóvenes, y en Madrid se confirman al año entre 25.000 y 26.000 jóvenes cada año).

(…) yo recuerdo alguna vez que San Juan Pablo II estuvo aquí en España en el año 93 y comenzó su saludo en Cuatro Vientos diciendo “os saluda un joven de 83 años”. Es decir, los cristianos somos siempre jóvenes. Aunque pasen muchos años, estamos a las puertas de la vida eterna, por lo tanto, empezando a vivir, siempre empezando a vivir. Pero, eso es otra cuestión.

Yo le pido al Señor poder transmitiros a vosotros algo de lo que significa la Confirmación de forma que lo podáis disfrutar y no sólo hoy, sino a lo largo de vuestra vida. Y pedirle al Señor también que me ayude. Justamente lo estáis celebrando en la Confirmación, una fiesta preciosa, que es la Fiesta de la Santísima Trinidad. La Fiesta de la Santísima Trinidad tiene el sentido que acabamos de celebrar Pentecostés, es decir, el fruto de la Redención de Cristo, el fruto de lo que hemos vivido en Navidad y en Semana Santa: el Hijo de Dios se siembra en nuestra carne, se une a nosotros en la Encarnación, se siembra en nuestra carne en las entrañas purísimas de la Virgen, nace, vive una vida como la nuestra, la entrega hasta el final, y hasta la muerte, y entregándose hasta la muerte, arranca, por así decir, a la muerte de su poder de dominarnos, vence a la muerte e introduce la humanidad y la carne humana en el Cielo.

Me gusta a mí mucho citar -lo cito mucho en el día de la Ascensión- una frase de un poeta francés, de principios del siglo XX, muy ateo en su juventud (luego se convirtió), y que decía que desde la Ascensión del Señor, en el Cielo huele a sudor, porque ha entrado la humanidad en la vida de Dios. Y yo, me gusta mucho pensar, y pensaba en los padres, qué es lo que ha hecho el Señor si lo que celebramos en Navidad es una boda, lo que celebramos en Semana Santa es, por así decir, la consumación de esa boda, como el esposo se da hasta su muerte por la vida de su esposa, que es la Iglesia, que somos nosotros.

Y el Espíritu Santo, que es lo que celebramos, es el fruto de esa boda, es decir, la vida divina, el Señor se ha unido a nosotros, Él se lleva nuestra carne al Cielo y nos abre el camino del Cielo, y Él deja en esta tierra su espíritu, el espíritu de hijos de Dios, que nos permite vivir como hijos de Dios. San Pablo lo llamaba así: la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Es decir, nos permite vivir una vida nueva, preciosa. (…)

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

Santa María la Mayor, Padul
15 de junio de 2014

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