Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios (los que estamos esta tarde celebrando físicamente la Eucaristía y los que os unís, muchos, a través de las ondas de la televisión):

El día de hoy es un día grande. No sólo uno de los jueves que, según el dicho, cuando se celebraba la Ascensión un jueves, “resplandecen más que el sol: el Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Hoy es el día de la Ascensión. Es un día grande en la historia de la salvación. Es un paso indispensable −lo hemos estado comentando un poquito, a mi pobre manera, a lo largo de estos días−, para que el Espíritu del Padre y del Hijo, unidos de nuevo de una manera total y plena, pueda extenderse y difundirse por el mundo. De alguna manera, también yo usaba la expresión hace unos cuantos días, que el Señor en la Encarnación se había “enrollado” con nosotros, y luego que en ese enrolle se había unido a nuestra condición humana, pero había quedado unida con ella para siempre, de tal manera que cuando Jesús dice “vuelvo al Padre”, “retorno al Padre” se cierra un bucle, porque Él, al venir, sembró aquí en nuestra tierra Su divinidad; pero ahora, cuando regresa al Padre, siembra en el Cielo nuestra humanidad y se cierra, por así decir, el bucle, el Acontecimiento, y una vez cerrado, habiendo cumplido la misión que había recibido del Padre, el Cielo queda abierto para los hombres. Ya está abierto, porque en la vida de Dios hay carne humana, hay una humanidad, que es la humanidad de Cristo, y esa humanidad de Cristo ha abierto como un agujero en lo impenetrable. El comienzo del Evangelio de San Juan dice al final de ese capítulo I: “A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo, que estaba en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer”. El Hijo ha abierto, ha rasgado el Cielo y ha venido a nuestra tierra, pero de alguna manera faltaba que nosotros pudiésemos entrar en el Cielo y, en su humanidad, la humanidad ha entrado en el Cielo.

Hay un detalle que no se suele subrayar con frecuencia en la predicación actual y que, sin embargo, yo creo que es muy digno de caer en la cuenta de él. Cómo hay toda una serie de nombres, de títulos −no títulos propiamente, sino de metáforas−, que se aplican a Jesús, y se aplican a los apóstoles y a sus sucesores, a los obispos, a los pastores. Pero, en primer lugar, obviamente, a los apóstoles. Pienso, por ejemplo, en la imagen de roca. Jesús cuando dice: “El que escucha mis palabras y las pone por obra se parece a un hombre que edifica su casa sobre roca”. Ahí la roca es, obviamente, Jesucristo. Una casa humana, una familia humana, una sociedad, una vida personal construida sobre Jesucristo es una vida construida sobre roca. Pero es curioso que esa misma imagen de la roca la usa para llamar a Pedro: “Yo te digo que tú eres Pedro −roca, cefas, petros− y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

Y me dejáis que haga aquí un pequeño paréntesis, cuando dice “y las puertas del abismo no prevalecerán contra ella”. Nosotros estamos tan acostumbrados a vivir como cristianos con miedo en un mundo que hace mucho tiempo que no es cristiano, que siempre pensamos que la Iglesia es la que está sobre la roca a la defensiva y que lo que ataca es el mundo, en ese dicho de Jesús. Es al revés. Porque lo que dice el texto el Evangelio es “y las puertas del infierno no resistirán”. En el lenguaje original es lo que dice. De hecho, las puertas no son un arma que ataca. El que ataca es Cristo. Las puertas…, y en algunas versiones antiguas, muy muy antiguas, en el mismo dialecto que hablaba Jesús o en un dialecto de la misma lengua que hablaba Jesús, dice “y las trancas del infierno no resistirán”. Las trancas no son un arma de ataque. Y toda la iconografía, todos los iconos rusos de la Resurrección, orientales, bizantinos o así, siempre hay dos puertas rotas cuando Jesús resucita y son las puertas del infierno que no han resistido; las puertas de los infiernos, del lugar de los muertos, que no han resistido el ataque de Jesús, y de su Iglesia. Y los apóstoles, lo hemos cantado muchas veces, “este es el día en que actuó el Señor”, “la piedra, la roca que despreciaron los arquitectos es ahora la piedra angular”. Es el Señor quien lo ha hecho.

Jesús se llama a Sí mismo roca y es una roca firme sobre la que podemos edificar nuestras vidas y nuestras sociedades. Y llama a Pedro “roca”. Lo mismo pasa con otros títulos, con otros nombres, con otras imágenes. Por ejemplo, la de “esposo”. Os estuve explicando un día un poco algunos de los rasgos de cómo Jesús se describe a Sí mismo como el Esposo; el Esposo del Antiguo Testamento, el del Canta de los Cantares, el de tantos pasajes de los profetas, docenas de pasajes. Y curiosamente, yo os digo una anécdota que yo la descubrí el primer año que celebré la Semana Santa siendo obispo. Hay gente mayor que todavía recuerda: “Hubo una época en que, cuando pasaba el obispo, se le besaba el anillo al obispo”. Se besaba a Cristo, que está representado en el anillo esponsal que lleva el obispo. ¿Y por qué es esponsal? Por la sencilla razón de que el día de Viernes Santo, antes de las tres, el obispo tiene que quitarse el anillo, porque el Esposo de la Iglesia está muerto y no se lo vuelve a poner hasta el día. Y por eso no hay Eucaristía. La Eucaristía es una boda. Y no hay Eucaristía el día de Viernes Santo, ni el día de Sábado Santo. Hasta que se celebra la Resurrección del Señor no vuelve a haber boda, no vuelve a estar el Esposo y no vuelve a estar quien representa al Esposo con todos los signos de representación del Esposo.

Hay más. Está el término de la viña y los viñadores que fueron llamados a una hora y otra. “Venid a trabajar a mi viña”. Jesús dice en otro lugar: “Mi Padre es el viñador”. Un nombre que Jesús les da a sus apóstoles en un momento determinado y que yo quisiera usar hoy para hablar de Jesucristo, para que entendáis con otra imagen lo que he querido decir antes con lo de “enrollarse”: “Desde ahora, seréis pescadores de hombres”. Jesucristo es el primer pescador, el primero de todos y el más grande. Y la pesca milagrosa es pesca milagrosa porque está allí Jesucristo. “Y la pesca era abundantísima”. Es que eso explica todo el Misterio, todo el significado un poco de la vida de Jesús. ¿A qué ha venido aquí? ¡A pescarnos! ¡Claro! A pescarnos, a echarnos el anzuelo, engancharse a nosotros y enganchado a nosotros llevarnos al Padre, llevarnos al Cielo; es decir, a romper la separación. “A Dios nadie le ha visto jamás”. El Hijo, que estaba en el seno del Padre, nos lo ha contado. Y el Cielo ha quedado abierto. Y ha quedado tan abierto que yo no sé si somos muy conscientes de eso, pero cada vez que cantamos el “Santo” -que se debería cantar siempre, hasta en la Eucaristía más humilde, más pobrecita, aunque no haya más que una sola persona (en todas las Eucaristías el “Santo” tendría que cantarse, porque no está para ser dicho, está para ser cantado)-, es el canto de los ángeles y de los arcángeles en el Cielo. Por eso, la introducción dice “unidos a los ángeles y a los santos proclamamos tu Gloria diciendo…”. ¿Y por qué se canta el canto de los ángeles? Porque el Señor va a venir. Yo he celebrado a veces en los Picos de Europa, usando de altar unas piedras y una mochila, y poniendo los Corporales y celebrando allí, porque era donde estábamos viviendo, en lo alto de una montaña. Y aquel lugar, es en ese momento el centro del mundo, que se abre, y la Eucaristía más pequeñita… el pueblo más pequeño de la Alpujarra me parece que se llama El Golco, donde viven, me parecen, cuatro personas en verano, o seis, en verano, y allí, cuando se celebra la Eucaristía, en aquel lugar, el Cielo viene a la tierra y nosotros, en la oración de hoy, Le hemos pedido “que Tu Hijo permanezca con nosotros y que nosotros estemos con Él en el Cielo”. Y San Pablo también decía algo: “Estáis sentados con Cristo a la derecha de Dios”. Por supuesto que participamos, teniendo a Cristo -aunque lo tengamos misteriosamente, sacramentalmente, pero lo tenemos con nosotros. Tenemos a Dios con nosotros. Él es el Emmanuel. ¿Cómo decía el Evangelio de hoy?: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Nunca estamos solos y los cristianos sabemos eso. Y poder saber eso es un don fantástico, es un don inimaginable. El Cielo está aquí, en medio de nosotros. También con el coronavirus, también en situaciones de desgracia, también en situaciones que humanamente ponen muy de manifiesto nuestros límites, nuestra pobreza, nuestra fragilidad. En todas ellas. Dios está con nosotros. Él es el Emmanuel. Cantamos el día de Navidad, ¿no?

Y ahora nosotros estamos con Él. Estamos con Él. Él está: “Me voy y vuelvo a vosotros…”. Todas las Lecturas que resonaban como frases meditativas en estos días se llenan de sentido. “Señor, nos has pescado…”. ¿Cuál es la diferencia? Porque la palabra “pescar” en nuestro lenguaje cotidiano se ha convertido en una palabra de manipular, de medio engañar. Muchas veces la publicidad es el arte de engañarnos a que nos creamos que tenemos necesidad de unas cosas de las que no tenemos ninguna necesidad, fundamentalmente. Y entonces, cuando decimos “nos ha pescado”, o “ya le han pescado”, o “ha venido este grupo y te ha pescado”, usamos esa palabra de una manera que tiene una connotación negativa, porque siempre supone como que el pescarnos y el picar en el anzuelo suponen una disminución de nuestra humanidad o de nuestra libertad. Si me pescan para que compre nosequé cosas y me mandan… Además, con los big data que hay hoy, resulta que si compras una cosa, diez minutos después ya saben que te interesa ese producto, y te mandan, te bombardean el ordenador con los productos que quieren que compres y que son parecido y que uno pica, pica y pica… y uno se siente que ese “pescar” es como un ataque a la libertad. La pesca de Jesucristo es justo lo contrario: nos pesca de nuestra falta de libertad y al introducirnos en la vida de Dios, que es Amor, como dice la Primera Carta de San Juan, “nos devuelve nuestra libertad y nos permite vivir en la libertad gloriosa de los Hijos de Dios”. Es lo contrario de una seducción. Es, sencillamente, permitirnos ser lo que en el fondo de nuestro ser todo ser humano anhela ser, pero aquello que estamos llamados a ser…

Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Esa imagen la rompemos de mil maneras con los pecados capitales, desde la avaricia hasta la lujuria, y desde el egoísmo hasta la pereza, y el Señor nos arranca del poder del pecado y nos introduce en nuestra verdadera vocación. Nuestra capacidad de ser imagen de Dios. Nos hace imágenes que transparentan a Dios, que reflejan a Dios.
Señor, que podamos celebrar este día en toda su hondura, o en un poquito de su hondura. Que nos hagas partícipes un poquito de esa hondura y que podamos, Señor, cada vez más, vivir esta vida como ciudadanos del Cielo. Porque lo somos. Decía un autor del siglo II: “Los cristianos viven en todas las patrias como forasteros y cualquier patria es su patria”, porque nuestra patria no es de aquí, sino del Cielo, en la vida eterna.

Que el Señor nos conceda vivir con esa libertad, más y más, a lo largo de nuestra vida.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)
23 de mayo de 2020

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