“El carisma de la unidad es una de estas gracias para nuestro tiempo, que experimenta un cambio de envergadura epocal e invoca una reforma espiritual y pastoral simple y radical que haga regresar a la Iglesia a la fuente siempre nueva y actual del Evangelio de Jesús”. Son palabras que el Papa Francisco dirigió al Movimiento de los Focolares y que ponen el acento sobre esta idea de la unidad sobre la cual está centrada el carisma focolarino.

El origen de este movimiento va ligado a la figura de Chiara Lubich que, siendo una joven maestra en Italia durante la II Guerra Mundial, siente una llamada del Señor a vivir el Evangelio centrándose en la idea de “que todos sean uno”, contenida en la famosa oración de Jesús al Padre previa a su Pasión, que recoge el capítulo 17 de San Juan.

LA UNIDAD DENTRO DE LA IGLESIA

Desde entonces el Movimiento de los Focolares vive con intensidad este carisma de la unidad. Una unidad que primero debe de vivirse dentro de la propia Iglesia. “Es verdad que cada persona o cada movimiento en la Iglesia se centra en un aspecto de la espiritualidad, pero todo enriquece. El ‘que todos sean uno’ no quiere decir que todos veamos la vida de la misma manera, sino que cada uno, con su espiritualidad concreta se centra en un aspecto, aunque su fin es el mismo, que es encontrarse con Dios”. Es lo que dice Elena Carayol, laica focolarina que lleva años viviendo su carisma en el seno de la Iglesia en Granada.

Elena lleva años colaborando como catequista en la Basílica de la Virgen de las Angustias, donde hay miembros de la Hermandad de las Angustias, fieles que pertenecen a la Pastoral de la Salud, varias comunidades neocatecumenales, además de los propios parroquianos. “Una vez al año nos reunimos miembros de todos los grupos que hay en la parroquia y ahí se ve la diversidad. Ves lo bueno del otro que construye, porque cada carisma y cada movimiento tiene cosas buenas. Son momentos en los que tú ves cómo, entre todos, vamos construyendo”, concluye.

Ella misma acaba de participar además en el reciente Congreso de Laicos que ha tenido lugar en Madrid y en el que ha podido vivir de nuevo este misterio de la unidad. “Todo el mundo allí vivía los unos por los otros y yo era consciente de todas esas personas que había allí, más de dos mil, con sus distintas realidades eclesiales. Todos estábamos allí llamados a lo mismo, a evangelizar, a dar la vida los unos por los otros, llamados a decir que vivir el cristianismo en esta sociedad nos hace felices”, comenta.

LA UNIDAD UNIVERSAL, EMPEZANDO POR LA FAMILIA

El Movimiento de los Focolares supuso una novedad en su época. Si bien se inició como tal en la ciudad de Trento junto a Lubich en plena Guerra Mundial, no fue hasta 1962 cuando fue aprobado por la Iglesia. Entonces era algo muy nuevo, pues era extraño ver una realidad en la que convivían hombres, mujeres, familias consagradas, sacerdotes…

A día de hoy, con ese carisma llamado a la unidad universal, no deja de resultar llamativo que el propio Movimiento diga contar “con cristianos de muchas Iglesias y comunidades cristianas, fieles de otras religiones y personas de convicciones no religiosas”, según puede verse en su sitio web. Su trabajo en pos de la fraternidad universal, si bien puede sonar utópico, está en el corazón de su misión. De ahí que trabajen por la unidad a todos los niveles, entablando relaciones y diálogos con cristianos de otras confesiones, personas de otras creencias y aquellos sin una dimensión religiosa explícita.

“El carisma sobre todo empieza con el descubrimiento de Dios amor. Es casi como el primer flash que es un poco experimentar el amor que Dios nos tiene y que te transforma”, comenta Alejandro Grindlay, que forma parte de Familias Nuevas, la rama de matrimonios dentro del Movimiento de los Focolares. Si bien ya conocía el movimiento de antes, su pertenencia a los focolares vino a raíz de su matrimonio que pertenecía al Movimiento.

“La idea de unidad ilumina de verdad. Para la vida de familia por ejemplo es muy enriquecedor porque realmente la otra palabra de Jesús es ‘donde dos o más se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’”, nos explica. “Dentro de la familia, lo que tratamos es vivir el Evangelio. Tenemos nuestros encuentros donde compartimos nuestra experiencia de vivir la ‘palabra de vida’”.

Esta “palabra de vida” les va educando a vivir el misterio de Jesús, recordando de cerca aquello de “cuando dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio vuestro” (Mt 18,20), que se encuentra en el corazón de la experiencia focolar. Este misterio de la unidad empieza a educarse así dentro del núcleo familiar, también viendo cómo el Evangelio “ayuda a la vida de las familias, a resolver dificultades, a resolver conflictos y a que seamos un signo en un mundo en el que lo que prima es la división, el divorcio y la separación”, cuenta Alejandro.

LA UNIDAD Y EL “GENIO FEMENINO” EN EL NUEVO MILENIO

El Papa Francisco no ha sido el primero en destacar la importancia del trabajo por la unidad en la Iglesia como una “gracia de nuestro tiempo” ante el cambio de época. Fue Benedicto XVI el que también, precisamente en el funeral de Chiara Lubich en 2008, envió un mensaje al Movimiento subrayando la dimensión profética de Chiara, destacando su obediencia al magisterio de la Iglesia y diciendo que la fundadora había anticipado el pensamiento de los Papas.

“No fue algo que dijo Benedicto como una idea feliz en el funeral sino que corresponde a la realidad”, resalta D. Francisco Fernández Adarve, sacerdote granadino focolar. “Chiara es una mujer que tiene un fuerte carácter profético y carismático en el mundo en el que estamos, en el que el papel de la mujer se subraya y en donde también el Papa Francisco ha reivindicado que su papel en la vida de la Iglesia sea más activo y efectivo”.

Lubich es así un ejemplo de este “genio femenino”, del que hablaba Juan Pablo II, y que también se refleja “en otras dimensiones importantes del Movimiento como es la dimensión mariana, algo propio de toda la Iglesia también, que se refleja muy bien en el Movimiento que trata de ser y se llama ‘Obra de María’, por llevar la presencia de Jesús al mundo al estilo de María”, dice Fernández Adarve. El estilo femenino del Movimiento de los Focolares se plasma también en sus estatutos que establecen la obligatoriedad de que la presidencia del Movimiento corra siempre a cargo de una mujer.

Adarve también conoció al Movimiento de joven y se sintió atraído precisamente por la familiaridad con la que se sentía entre ellos. “Lo que me atrajo primero en este grupo de jóvenes universitarios es que vi la relación que tenían entre ellos, se creaba un clima en el que era fácil incluirse. No era solo una amistad a nivel humano sino que se percibía un ambiente especial, y uno se sentía con ellos como en casa”, comenta. “A esa realidad, que entonces yo no le ponía nombre, después he descubierto que es algo muy propio del carisma que se llama la presencia de Jesús en medio de los que están reunidos en su nombre”.

Desde entonces, el carisma no solo le ayudó a hacer su camino de discernimiento vocacional, sino que le ha acompañado a lo largo de su ministerio sacerdotal. “Ahora que han pasado 10 años tras la ordenación, veo que es así, y esto ha configurado también mi manera de ser sacerdote. Esa misma fraternidad universal que busca el Movimiento también tratamos de ponerla de relieve de manera muy intensa con otros sacerdotes que participan también de la espiritualidad del Movimiento”

El carisma recibido es para D. Francisco Fernández Adarve “una renovación de la vida cristiana” y algo que le ayuda “a ser mejor sacerdote porque trato de ser mejor cristiano, de la manera más radical, o sea, ir a la raíz del Evangelio”.

Ignacio Álvarez
Secretariado de Medios de Comunicación Social
Arzobispado de Granada