Fecha de publicación: 27 de octubre de 2017

De lo que es la misión en este mundo nuevo en el que estamos podría saliros un sabor de boca agridulce, para decir “es una visión del mundo muy pesimista”. Las palabras pesimismo y optimismo os confieso que en mi corazón y en mi vocabulario no tienen ningún espacio realmente.

Un pensador católico, que ha sido maestro del Papa Francisco, también de Benedicto XVI, y también del Papa Juan Pablo II, un novelista, decía que “el optimismo es la esperanza de los idiotas”, es decir, de la gente que no sabe lo que es la esperanza. Nosotros no somos ni optimistas ni pesimistas. Nosotros sabemos lo que es la esperanza que no defrauda. Y es la esperanza que nace del acontecimiento único en la historia de Cristo Resucitado. Que llena de sentido nuestras vidas personales, las vidas de nuestras familias, la vida de nuestros pueblos. Y llena de esperanza. La esperanza tiene por objeto Dios. El optimismo puede tener por objeto el que las cosas me van bien, que tengo mejor salud… Todas son cosas que, aunque hoy me den un poco de alegría, las voy a perder todas. Seguro. A Dios no lo voy a perder nunca, y no por mis méritos, o por lo que yo soy capaz de hacer, sino porque Dios es fiel, infinitamente fiel. Y fiel a su compromiso de amor con nosotros.

No hay más que un fundamento serio para que nosotros pongamos en juego… –eso es comprometerse, poner en juego mi vida, mi persona, lo que soy, lo que tengo, mucho o poco. Eso es lo que soy y lo que le puedo dar al Señor y lo que le puedo dar a mis hermanos. Y eso que soy es una imagen viva de Dios. Un rostro humano es una imagen viva de Dios, siempre. ¿Qué es lo que puede hacer que me ponga en juego con mis hermanos? Sólo la certeza de que Dios se ha puesto en juego por mi y por todos nosotros. Y se ha puesto en juego para siempre y Dios no tiene marcha atrás. Decía Péguy, otro de los grandes autores cristianos del siglo XX… era Dios que se lo decía a Juana de Arco, que se preguntaba por qué en el mundo las cosas iban mal y le estaba diciendo: lo que sostiene el mundo es la yema de un árbol, el brote del árbol, que es lo más frágil del árbol. Lo que sostiene el mundo –decía Dios en esa ficción (ndr. en una de las obras de Péguy)- es “mi niña esperanza, pero, para tener esperanza, hija mía, hace falta haber sido objeto de una gracia muy grande, haber sido antes muy feliz”.

¿Cómo podemos nosotros comunicar amor o comunicar esperanza al mundo de una manera que no sea puro voluntarismo, es decir, “lo hago porque hay que hacerlo”? Sólo si tenemos la experiencia de una gracia muy grande; de una gracia muy grande que nos ha permitido ser felices. ¿Y esa experiencia dónde nace? Nace, en primer lugar, en Belén. Nace en el Gólgota. Nace en el altar donde esa Gracia se nos da entero cada vez que yo lo recibo. Y se me da de una manera que no necesito otra riqueza en mi vida. Y esa Gracia me hace posible mirar al mundo con la certeza de que la victoria final es siempre del amor, de la misericordia, de la piedad, de la ternura de Dios. Se pueden perder muchas batallas en las guerras de la vida: se pierde la de la juventud, porque alguna vez dejamos de ser jóvenes, se pierde la de la salud. Son batallas perdidas. La primera, porque somos mortales. La segunda, porque vivimos engañados. Si uno ama a una persona, siempre es la más bella del mundo. Y si el Señor nos concede una mirada a cada ser humano como la que nosotros sabemos tenemos de Dios, le pedimos al Señor que tenga en nosotros, no hay ser humano feo, cuyo rostro no sea una ventana al Rostro de Dios.

La única batalla que no perdemos es la de sembrar amor. Sembrar el amor, en la medida de nuestra pequeñez, que nosotros recibimos constantemente porque sabemos que Dios es fiel. Pensamos que la relación que Dios tiene con nosotros es proporcional –como la de los hombres y mujeres de este mundo- “si doy algo, es porque tú me has dado algo; me debes algo; o para que me des algo”. Dios no tiene ningún interés. Y la distancia entre Dios y nosotros es infinita. Si el Señor nos ama, nos ama gratuitamente. Nos ama no porque seamos dignos de Su Amor; no porque lo hayamos merecido; no porque lo vayamos a merecer jamás en nuestra vida. Nos ama porque es Dios y Dios es Amor. Y esto último –Dios nos ama porque es Dios y Dios es Amor- es una roca y una fuente al mismo tiempo, para regenerar constantemente nuestro corazón, en la que podemos regenerarlo un día, y otro día, y un año, y con 15 años, y con 50, y con 87 años. Da igual. Esa fuente sigue ahí con la misma frescura del primer día de la Creación o de la mañana de Pascua, para que yo beba de ella, para que yo pueda alimentarme con ella y, alimentado de ella, vivir de ese modo nuevo, es decir, ser lo suficientemente feliz como para, en cualquier circunstancia de la vida, de la historia (de la historia personal o de la historia familiar o de la historia cívica o de la historia del pueblo o de la polis a la que pertenezco), en cualquier circunstancia, yo pueda afirmar mi esperanza, y una esperanza que no defrauda. Porque el Espíritu Santo –dice San Pablo- “ha sido derramado en nuestros corazones y cuando éramos todavía pecadores el Señor nos amó”, no por nuestros méritos, sino siendo pecadores. Cuánto más ahora que ha tocado nuestro corazón, que está en nuestro corazón, aunque sea muy pobremente.

Yo os invito a esa esperanza. Pero, para que esa esperanza pueda ser viva, fresca, gozosa, en cada uno de vuestros días en la parroquia, en cada uno de vuestros momentos en el trabajo de Cáritas, sea el que sea ese trabajo, en vuestra vida de familia, para que esa esperanza sea grande y sólida, que bebáis constantemente; que tengáis la conciencia de que uno puede volver siempre a esa fuente que es el Amor infinito de Dios, que es la única roca sobre la que uno puede construir la vida sin que cuando llegan los torrentes la casa se venga abajo. Los torrentes vienen. Pero quien está edificado sobre Cristo y sobre el Amor, sin límites y sin condiciones, de Cristo, sobrevive a todo. Su casa no se cae porque está edificada sobre roca.

Que busquemos esa roca para que nuestro amor no sea frágil; para que nuestra esperanza no sea frágil; para que nos sostenga la fe en los días de sol preciosos y en los días de tormenta y en los días de oscuridad.

Que así sea, para vosotros, para cada uno de nosotros, y cada uno de los que formamos el Cuerpo de Cristo.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

21 de octubre de 2017
XVIII Encuentro Diocesano de Cáritas Granada
Capilla CES “La Inmaculada”

Palabras finales de Mons. Javier Martínez ante de la bendición final.

Sois una parte especialmente querida, cercana al corazón mismo del Señor, que late en su Cuerpo, que es su Iglesia. La misión que hacéis es una misión preciosa. Lo único que yo deseo y le pido al Señor es que la dificultad de los tiempos o circunstancias, de crisis, que no desgaste vuestro corazón. Que lo tengáis arraigado en donde realmente uno puede regenerarse uno mismo por dentro de nuevo y donde uno puede encontrar energías, amor y alegría como para repartir siempre. Cuanto más difícil sean las circunstancias del mundo, más necesaria será esa única medicina que el mundo necesita, que es justamente la del amor, la de la ternura, la del afecto invencible, como nos ha revelado a nosotros el Señor. El afecto, y la ternura, y la misericordia invencible de Dios; invencible por todo el mundo del mundo. Que ahí estemos nosotros edificados.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

21 de octubre de 2017
XVIII Encuentro Diocesano de Cáritas Granada
Capilla CES “La Inmaculada”