Mis estornudos y mis toses hoy por hoy no tienen nada que ver con el virus. Ya en mi primer nombramiento de sacerdote, yo tenía un pueblecito (estaba destinado a estudiar al mismo tiempo) y fuera del pueblo, a dos kilómetros o tres, había un monasterio de clarisas y era capellán del monasterio de clarisas, y confesor de otro que había a cinco o seis kilómetros, pero iba todas las mañanas a celebrar a las clarisas, y la diferencia de temperatura que había, tanto en invierno como en verano, entre fuera del monasterio y fuera del monasterio, en todas las misas (y además, era siempre entre la consagración y al Padrenuestro, y me sigue pasando en la Catedral, y me pasa aquí), está uno en una temperatura, en algún momento sube una cosa de frío así por la rabadilla y unas ganas enormes de estornudar, y a base de aguantártelas se convierta a veces en tos. Lo digo porque, hoy por hoy, no tengo nada que ver con el virus. Si un día lo tengo, será la voluntad de Dios, bendito sea Dios.

Lo que quería explicaros hoy es una cosa que la voy a poder explicar muy brevemente, pero muy sencilla. Una de las formas en que Jesús, y de la que se habla muy poco, quizás por despiste fundamentalmente…, a Jesús se le aplicaron muchos títulos: “Profeta”, “eres Tú el que has de venir”, se le llamó “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Y Jesús no iba por Palestina diciendo “Yo soy la Segunda Persona de la Santísima Trinidad”, porque no lo hubiera entendido nadie. Incluso si hubiera dicho “Yo soy el Hijo de Dios”, con estas palabras tal como lo hubiera dicho, allí mismo lo hubieran apedreado y no hubiera podido decir nada más, porque eso hubiera sido una blasfemia tan patente… sin embargo, aunque Jesús fue acusado de blasfemia, no fue inmediato. Jesús tenía muchas maneras de proclamar su divinidad. Por eso decía Él tantas veces “el que tenga oídos para oír que oiga”. Por ejemplo, cuando decía “habéis oído que se dijo a los antiguos”, ese “se dijo”, en el mundo judío del tiempo de Jesús, era una manera de decir “Dios dijo”. Porque, hasta el hecho de mencionar el nombre de Dios, o decir la palabra “Dios”, era considerado como una blasfemia, como una falta de respeto a Dios. Incluso hablar mal de Jerusalén. Hay un testimonio que cuenta un historiador del tiempo de Jesús, Flavio Josefo, de alguien que anunciaba la destrucción de Jerusalén de alguna manera porque veía que las cosas con Roma se estaban poniendo muy mal y decía “¡Ay, de Jerusalén!, ¡ay, del esposo!, ¡ay, de la esposa!”. Y, sin embargo, fue condenado a muerte por el hecho de decir blasfemias contra la ciudad santa. Quiero decir que es una sensibilidad tan diferente a la nuestra, pero que Jesús se evitaba de muchas maneras el decir el nombre de Dios. Y Jesús, que a veces lo usa, pero otras veces no lo usa. Por ejemplo, el “se dijo” -los que están familiarizados con el estudio del Nuevo Testamento- lo llaman “el pasivo divino”; es una manera de decir “Dios dijo” sin nombrar a Dios. “Habéis oído que se dijo a los antiguos `no matarás´, pero Yo os digo…”. ¿En virtud de qué autoridad se atribuye Jesús el poder de corregir lo que está dicho en el Pentateuco, la Ley que Dios dio a Moisés? “Habéis oído que se dijo a los antiguos `no adulterarás´, pues yo os digo…”. Es una manera de confesar la divinidad sin confesarla, pero que cualquier buen judío entendía.

Otra era el usar la tercera persona del plural sin poner sujeto. En una parábola en que -le habían salido muy buenas cosechas aquel año-, alguien dijo: “Ahora puedes dormir y despreocuparte porque tienes los filos llenos, duerme que vas a tener…”. Y dice Jesús: “Necio, esta noche te pedirán el alma”. Ese “te pedirán” es otra de las maneras que cualquier buen judío de su tiempo entendía “Dios te va a pedir el alma, Dios te va a pedir cuentas de tu vida”, sin nombrarle.

Hay otras maneras. Cuando Jesús está yendo a atravesar un sembrado y los discípulos se ponen a arrancar espigas, y los fariseos le acusan, acusan a los discípulos y acusan a Jesús de que no los regañe. Y Jesús compara un servicio que hizo un sacerdote a David, el sacerdote Aliatar cuando David venía con hambre, y los suyos, y aunque los panes de la proposición sólo los pueden comer los sacerdotes y se los dio a David el sacerdote Aliatar. La otra comparación es todavía más fuerte, cuando dice: “Y los sacerdotes en el templo violan el sábado y no pecan”. Es una manera de decir: el servicio que están haciendo los discípulos, que según uno de los evangelistas era “abrir un camino por un sembrado”, es un servicio sacerdotal. ¿Pero los sacerdotes siempre a quien sirven? Era una manera indirecta. Si uno quisiera quitar todas las formas en las que Jesús dice “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” en los Evangelios, no quedaría más que trocitos de un esqueleto muerto, porque eso está en cada página, de una manera o de otra.

Yo quiero subrayaros una en la que no es frecuente, y, de hecho, hay libros de Jesús en los que eso no se menciona siquiera. A veces, porque la preocupación de la historia de Jesús se ha desarrollado más en el mundo protestante, y como sabéis en el mundo protestante el matrimonio no lo consideran un sacramento. Porque lo que yo quiero deciros es que una de las maneras en que Jesús se presentó a Sí mismo como Dios es presentarse como el Esposo. El Esposo del que habla el Antiguo Testamento con los profetas, cuando, la noche de Pascua, el profeta Isaías dice “Ya no te llamarán abandonada, a ti te llamarán mi favorita, y a tu tierra, porque tu tierra tendrá marido…”. El Cantar de los Cantares, pero los profetas están llenos, la nueva alianza, todos los profetas están llenos de alusiones a Yahvé como el Esposo de Israel, que la cuida, que la ha mimado. Hay un pasaje de Ezequiel tremendo que dice “te encontré en el desierto, estabas sangrando allí, recién nacida, no te habían cortado el cordón umbilical, y Yo te recogí, te cuidé, te crié, y luego tú te has ido detrás de tus amantes (los otros dioses)”. “El Dios celoso”, alude también a esa idea.

Lo que yo quiero deciros es que Jesús se presentó a Sí mismo como el Esposo (…). Cuando le preguntan al principio de Su ministerio “¿por qué los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan y los tuyos no ayunan? Dice: “¿Acaso pueden ayunar los amigos del Esposo en una celebración de bodas mientras el esposo está con ellos?” Yo creo que a veces lo han traducido por “el novio”, pero si uno entiende que se está refiriendo a unas bodas… Los amigos del novio tenían un papel especial en la boda, igual que las amigas de la novia tenían un papel especial en las bodas palestinas. Eran las que, mientras las dos familias hacían las negociaciones de la dote, estaba las amigas de la novia esperando junto a la tienda nupcial a que llegaran los esposos y hacer los últimos aderezos para la entrada de la esposa en su tienda nupcial. ¿Os recuerda esto a alguna parábola del Evangelio? Había diez vírgenes que estaban con sus lámparas y esperaban. Y era habitual, se sabía que era habitual que los esposos tardasen. ¿Por qué? Porque las dos familias a lo mejor tenían la boda arreglada quince años antes, pero si una familia no regateaba la dote, la tarde de la boda, parecía que no valoraban a su hija y, entonces, había que regatearla y mucho; cuanto más regateaban, era señal, y no se ponían de acuerdo con la familia del marido, de que la hija valía mucho y el esposo tardaba. Pero, ¿os habéis fijado que en todas esas veces que Jesús habla de bodas sólo hay esposo?, no habla de la novia nunca. En las bodas de Canáa, en las parábolas, celebraba un rey las bodas de su hijo e invitó a mucha gente; estaban esperando al esposo, en las bodas, en esas bodas palestinas, se esperaba a los dos después de las negociaciones. ¿Quiénes son las diez vírgenes, las diez doncellas de las que Jesús habla en la parábola? Los que le están escuchando. La Esposa es el nuevo pueblo que nace junto a Él, y Él es el Esposo.

¿Y qué tiene que ver esto con el Evangelio de hoy? Que aquí en este Evangelio dice Jesús una cosa que cuando se conoce la legislación judía, y las prácticas judías, “en la casa de Mi Padre hay muchas moradas y me voy a prepararos un lugar”. Eso es lo que el esposo dice a la familia de la esposa en la celebración de los esponsorios, cuando ya han acordado que la boda va a ir en serio, que el noviazgo va en serio y que se van a casar (que a lo mejor lo tienen hablado la familia mucho antes en aquel mundo); pero cuando se concreta en los esponsorios, la misión del novio es ir a preparar un lugar, ir a preparar la casa, la tienda donde van a vivir después. Eso, para nosotros no nos dice nada, pero cuando Jesús lo dice y uno lo lee en esa luz –“Me voy a prepararos un lugar”- está hablando de la Iglesia, Su Esposa. ¿Y cuál es el lugar que nos prepara? Hemos estado hablando de ello estos días de una manera o de otra: el Cielo, que es nuestra morada, donde se consumará de manera definitiva. Por eso el ángel del Apocalipsis le dice, justo antes de la escena final, cuando baja la Jerusalén nueva del Cielo: “Vente, que te voy a mostrar el banquete de bodas del Cordero”. Ahí es donde se consuma de manera definitiva la Alianza nueva y eterna que misteriosamente, es decir, sacramentalmente, se realiza cada vez que se celebra la Eucaristía. ¿Por qué? “Porque quiero que donde Yo estoy, estéis también vosotros”. Esas frases son las de un novio que se compromete ante la familia de la novia, con la fidelidad de unos esponsales judíos.

Y es precioso, Señor, que Tú nos digas: “Donde Yo estoy quiero que estéis también conmigo”. “Señor, no sabemos adónde vas”, le dice el bueno de Tomás. Tomás y Felipe son los dos discípulos que siempre meten la pata, pero a Tomás, el pobre hombre, “¿cómo vamos a saber el camino?”. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Tú lo eres todo. Por eso puedes decir que eres el Esposo. Pero eso describe; describe quién es Jesús, describe quién es Dios, pero, al mismo tiempo, describe quién somos nosotros para Dios. Y eso es muy, muy, muy importante.
Una de las frases más queridas de Juan Pablo II, que en los primeros años de su ministerio la usó muchísimas veces (es una frase del Concilio): “Jesucristo, el Hijo de Dios o el Verbo de Dios, al revelarnos al Padre y a Su designio de Amor, revela también el hombre al mismo hombre, y le descubre la sublimidad de su vocación”. Es decir, al descubrirnos quién es Dios para nosotros, nos descubre quiénes somos nosotros para Dios y cual es la sublimidad de nuestra vocación.

Demos gracias al Señor, que viene, misteriosamente, sacramentalmente, pero que viene verdaderamente en cada Eucaristía a nosotros y a nuestras vidas, porque donde Él está, quiere que estemos también nosotros.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

8 de mayo de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)

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