Queridísima Iglesia del Señor, pueblo santo de Dios y Esposa amada de Nuestro Señor Jesucristo,
muy queridos sacerdotes concelebrantes,
amigos todos:

Ay de mí si no anuncio el Evangelio. Esa frase de San Pablo, cada vez que la oigo, se me clava en mi carne, como una llamada a decir ‘ahí hay una urgencia de llevar al mundo el Evangelio de Jesucristo, la Buena Noticia de Jesucristo’.

Y de eso es de lo que nos hablan las lecturas de la Eucaristía de hoy, de una manera muy sencilla, muy concreta, pero muy esencial. El libro de Job describe la condición humana, como un jornalero que espera su paga, pero, además, con una cierta descripción: “Mis días pasan en vano, se deshacen”. Una cierta expresión de dolor profundo, que marca la vida humana si de alguna manera pudiéramos prescindir de la Redención de Cristo.

Uno puede decir que la experiencia humana más común, la más extendida -independientemente de la cultura en la que estemos-, en la nuestra si algo la caracteriza, es el tratar de evadirnos de ese sentimiento. Pero cuando uno se pone a pensar en qué es nuestra vida, lo cierto es que las avenidas que conducen al escepticismo, al descorazonamiento, a una cierta amargura, son verdaderas autopistas. Y sin embargo, el camino de la alegría -que es y todos intuimos que es para lo que estamos hechos, que es lo que nuestro corazón anhela- es un camino que muchas veces se presenta como fugaz, pasajero, que no podemos retener esos momentos de gozo, de alegría verdadera, de amor verdadero que hay en nuestra vida, y quisiéramos detenerlos pero no se puede, como no se puede detener la belleza de una música; no se puede atrapar porque en el momento en que uno la atrapa, la destruye.

Y eso forma parte de la experiencia humana. Repito, probablemente más allá de las distancias culturales. Y la prueba es que en aquellas culturas donde se ha ahondado más en el significado o en el misterio de la vida humana, lo que aparece en el fondo es la tragedia, como en la cultura griega por ejemplo, o en la cultura japonesa.

Aquellos textos que más se aproximan o aquellas obras de arte que más se aproximan a afrontar el misterio de la vida humana, aparece la tragedia. Job se nos ha descrito siempre como un modelo de paciencia. Y la paciencia nosotros la entendemos en la clave de resignación, y si no, leed el libro de Job, que no es un libro fácil. Es un libro probablemente en torno al siglo V, igual que el “Cantar de los cantares”. Es un periodo de la poesía del pueblo de Israel, y de la literatura del pueblo de Israel particularmente barroco y muy al estilo de Góngora, muy conceptual, y por tanto es un libro no inmediato, ni fácil a primera vista. Uno descubre que paciencia, paciencia, en el sentido de resignación, Job no es lo que tenía.

En el texto de Job, como el que acabamos de leer, hay textos muy fuertes, de desgarro o de gritos de la humanidad. Job llega a decir en algún momento: ‘Maldito el día en el que fui concebido’. Eso no es exactamente lo que nosotros identificamos con la paciencia. Es la existencia humana hecha grito ante el misterio insondable de Dios y del sufrimiento humano, y ante un reconocimiento de la Sabiduría de Dios que se detiene ahí porque Job no podía llegar más.

En ese sentido, frente a ese trasfondo de la existencia humana, es como hay que entender lo que significa el cristianismo, lo que significa la fe cristiana, lo que significa el Evangelio, y su condición y su carácter de Buena Noticia. Lo que hace Jesús es acercar la cercanía del Reino, anunciar la Buena Noticia del Reino. Y sólo cuando uno se da cuenta de cómo es, incluso en el mejor de los casos, la vida sin Cristo, uno percibe la Buena Noticia, que es lo que el Señor anuncia, que podría traducirse en un lenguaje muy nuestro y muy sencillo, como la tradujo en una ocasión Juan Pablo II, o en muchas ocasiones: “Dios te ama, seas quien seas, estés donde estés. Dios te quiere y te quiere con un amor infinito”. (…)

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

8 de febrero de 2015
Santa Iglesia Catedral de Granada
V Domingo del Tiempo Ordinario

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