Queridísima Iglesia del Señor, Esposa de Jesucristo, muy queridos sacerdotes concelebrantes, queridos hermanos:

Saludo también de una manera especial a la Coral “Rorate Caeli”, de Santa Fe, que hoy nos acompaña y nos ayuda a vivir con más gusto esta Eucaristía.

La verdad es que las lecturas de hoy son un verdadero manantial de cosas y casi no sabe uno por dónde cogerlo, porque habría muchas cosas pequeñas que explicar. Tratando de pedirle al Señor que pudiera coger alguno de los puntos esenciales, yo empezaría por deciros: Dios es la Belleza Suma, y Dios es el Bien Sumo, es decir, el Amor Sumo, porque el bien más grande de la vida es el amor y Dios es la Verdad Suma. Cuando digo estas tras cosas, no estoy diciendo que Dios sea un ser que vive en algún sitio al estilo de “La guerra de las galaxias”, que es como nos lo solemos imaginar nosotros, y que es un ser muy bello y que es un ser muy verdadero, y que es un ser muy justo, y todos los atributos que queráis ponerle. No. Eso significa: porque el mundo existe en Dios. Eso lo sabía cualquier cristiano de los de antes estudiándose el Catecismo, cuando se preguntaba “¿dónde está Dios?”, y la respuesta era “en todas partes”: por esencia, presencia y potencia.

(…) ¿pero eso qué significa? Que Dios no está fuera del mundo, el mundo está dentro de Dios. Y que todo lo que hay en el mundo, todas las realidades, incluyéndonos a nosotros mismos, todo, participa de un modo o de otro del Ser de Dios. Y participa del Bien que Dios es, y participa de la Belleza de Dios. No hay belleza en este mundo, no hay bien en este mundo, no hay verdad en este mundo que no participe de esa Verdad infinita que es Dios. Y de esa Belleza infinita, que es Dios. Porque hemos separado -el hombre moderno ha separado- la verdad, y el bien, y la belleza, y la verdad la ha usado para la ciencia y se ha quedado una verdad muy fría, muy seca. Y ha separado también la belleza de funambulismo lleno de piruetas sin fin y sin objeto, y sólo cuando se unen las tres de nuevo y uno puede descubrir justamente y eso se lo debemos a Jesucristo (…). Pero Jesucristo nos ha hecho comprender que Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna, que Dios es amor. No sólo que tiene amor o que tiene entrañas de misericordia, es decir, no sólo que es un ser como nosotros, pero más perfecto, sino que Dios es el Amor, un amor sin límites.

Eso es sólo para retomar algo de un abismo al que es bellísimo asomarse, y al que es hermosísimo arañar un poco, en ese misterio, pero que es un misterio que ilumina, nuestro propio misterio, el misterio que somos nosotros mismos, la vida nuestra, y yo no quiero privaros de que os podáis asomar.

Pero el aspecto que parece necesario subrayar hoy es que Dios es la verdad. Y eso significa sencillamente que si hay algo que Dios no tolera junto a Sí es la mentira. Y las lecturas de hoy nos hablan de la ley de Dios, y de la ley de Dios como sabiduría, para conducirnos en la vida, y eso empalma con las lecturas de la semana pasada que yo decía “la ley de Dios es luz, luz que ilumina nuestros pasos en el camino de la vida, luz sobre la vida, la realidad de las cosas de la vida, sobre el valor de las cosas de la vida, desde los espacios y el tiempo hasta el valor de las cosas: la comida, el dinero, el trabajo, la salud, las relaciones humanas, todo, a la luz del Dios que es luz y del Dios que es amor, tiene como su puesto en la vida, cuando falta esa clave, muchas de esas relaciones y muchas de esas cosas se invierten, y adquieren valores”. (…)

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

S.I Catedral de Granada
Domingo, 16 de febrero de 2014

Escuchar homilía