Qué preciosidad son las tres lecturas de hoy, la verdad. Cómo nos abren un horizonte grande en la estrechez y en la pequeñez de nuestros pensamientos y de nuestros sentimientos.

Ese horizonte grande es el horizonte de un Dios que no está hecho a la medida de nuestras cabezas; que no está hecho a la medida de nuestros cálculos; que gracias a Dios es infinitamente más grande que todo lo que nosotros pudiéramos pensar, imaginar o desear.

Tanto la Primera Lectura con esa frase: “Mis caminos no son vuestros caminos y mis planes no son vuestros planes, como dista el Cielo de la tierra, así distan mis caminos de vuestros caminos y mis planes de vuestros planes”. Esa expresión pone de manifiesto y es una garantía también de la fe cristiana -si queréis de la Tradición-, puesto que ese texto es de un profeta de la Tradición del Dios que se reveló a Abraham y a Moisés y al Dios que ha enviado a su Hijo para derramar su sangre por nosotros, Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Ese Dios no es tampoco fruto de la imaginación humana, puesto que en la misma Tradición de la que somos hijos, de la que somos herederos, se nos pone en guardia contra ese apoderarse de Dios, y empequeñecerlo. Se nos recuerda que Dios siempre será más grande que esos cálculos y que esas medidas de los hombres.

Y el Evangelio nos llama la atención sobre lo mismo. La parábola de los enviados a la viña es como tantas parábolas de las que hay en el Evangelio: una defensa de Jesús, de su propia conducta, y una defensa, que tiene que ver… que Dios no es como vosotros lo hacéis cuando os apoderáis de él, o cuando pensáis que lo conocéis. Dios nos sorprende siempre.

Lo que viene a decir esa parábola que refleja, si queréis, la misma crítica que el hermano del hijo pródigo. ¿Os acordáis de la parábola del hijo pródigo? Esa la conoce todo el mundo. Cuando vuelve el hijo pequeño, el que se había marchado de casa, y hace toda una fiesta para él, el hermano mayor le dice: ‘Pero bueno, yo llevo aquí toda la vida en casa y a mí me corresponde… y nunca has matado un cabrito, y a éste, que se ha gastado por ahí toda tu fortuna y que ha malvivido, le matas el ternero cebado’; es decir, el ternero que estaba guardado para la matanza y para el alimento de toda la familia durante el año. Y el padre le responde: ‘Hijo mío, hoy hay aquí una gran alegría porque este hermano tuyo, este hijo mío, estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado. Hay más alegría en el Cielo -dice el Señor- por un pecador que se convierte que por 99 justos, que no necesitan conversión’.

Es exactamente lo de la parábola de hoy. Quiénes se quejaban: los escribas, los fariseos, todos aquellos que pensaban que tenían algún derecho sobre Dios. Y ese pensar -que uno tiene un derecho sobre Dios- es lo que Dios vomita, lo que a Dios le repugna, ese no percibir que todo es gracia, que todo lo que somos es gracia de Dios, pensar que uno puede pasarle el recibo a Dios por lo que uno hace.

¿Os acordáis de la parábola del fariseo y del publicano? De nuevo es el mismo problema: el fariseo le pasaba el recibo a Dios, le decía: ‘Mira, he hecho esto y he hecho lo otro, y pago el diezmo de la menta y del comino’ -o sea, hasta de las cosas más pequeñas-, todo lo he hecho bien, como diciendo: ‘Y ahora tú, ¿qué me vas a dar?’. Y el otro pobre estaba allí a final de la sinagoga o del templo -del templo dice la parábola-, estaba allí al final diciendo: ‘Señor, ten piedad de mí, que soy un pecador’. Y a Dios le agradó la oración del pecador y no le agradó la otra. ¿Por qué? Porque el otro, como los trabajadores a la viña de hoy, tenían una imagen de Dios hecha y proyectada desde las medidas humanas, desde las medidas de la justicia humana, y Dios no corresponde a esas medidas. Su justicia no es nuestra justicia, su misericordia no es nuestra misericordia. Nuestra justicia tiene medida y nuestra misericordia, y hasta nuestro amor tienen medida. Y esa medida, muchas veces, nos mata. Cuando nosotros ponemos medida al amor, lo matamos; cuando nosotros ponemos medida a la misericordia y decimos ‘hasta aquí hemos llegado’, matamos esa relación. Somos imagen de Dios, no lo olvidéis. Y también nuestro corazón está hecho para una misericordia sin medida, y para un amor sin medida, y para una bondad sin medida. Está hecho para Dios (…).

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

S.I Catedral, 21 de septiembre de 2014

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