Fecha de publicación: 10 de julio de 2016

En realidad, esa serie de artículos constituye una presentación del distributismo tan sucinta y sintética como valiosa. Leídos hoy, estos artículos resultan extraordinariamente actuales. Aunque iremos añadiendo artículos, y para que el lector del blog se haga una idea del contenido de la serie, comenzamos inicialmente con el índice de contenidos, y con dos de los artículos: el primero de todos, que se titula: “Para empezar”, y el nº 14, que lleva por título: “El monopolio del crédito”. Tal vez sea necesario recordar que lo que se llama ” distributismo” es menos un sistema económico y político que la expresión en términos políticos y económicos de una serie de principios y criterios de la tradición social cristiana, formulados en el contexto del mundo moderno. También es imprescindible caer en la cuenta de que la aplicación de esos principios, aunque válidos para cualquiera y hasta atractivos en muchos sentidos para cualquiera, requiere un sujeto social que tenga la experiencia de vivirlos o de haberlos vivido, y las virtudes sobrenaturales y morales que los sostienen y les permiten permanecer, a pesar de todos los obstáculos que nacen de nuestras pasiones, individuales o colectivas. No puede imponerse. Esos principios no pueden tratar de aplicarse a la realidad sin la existencia de ese sujeto. Lo que eso significa es que, si nos importa el futuro, si nos preocupa el tipo de sociedad en la que van a vivir nuestros hijos o nuestros nietos, la tarea política más importante a llevar a cabo, y a llevar a cabo mediante los métodos que corresponden a esos principios y que ellos imponen como los únicos adecuados, es la construcción con la ayuda del Señor de ese sujeto social. Dicho con otras palabras, la única tarea política que en estos momentos vale la pena es la de construir la Iglesia. Por supuesto, no una Iglesia concebida según reducciones pietistas, moralistas o racionalistas y liberales, sino la Iglesia como cuerpo de Cristo en la historia, nacida del Dios Trino y de la Encarnación del Hijo de Dios, centrada en el bautismo, la Eucaristía y la liturgia de las horas, y abierta a dialogar y a sentir afecto por cualquier posición humana, política, moral, cultural o religiosa.

Hilaire Belloc (1870-1953) fue amigo de Chesterton, y acaso el instrumento principal de su conversión a la Iglesia Católica. Escritor extraordinariamente prolífico y brillante, muchos le tienen por uno de los autores más grandes del siglo veinte. Es autor de más de 150 libros, que van desde la historia a la poesía, desde el ensayo político y económico hasta el relato de ficción, desde las biografías hasta escritos didácticos para niños.1 Ambos compartían, la misma visión de la vida económica y política, que afirma que para que pueda darse una sociedad sana (una ecología integral que incluya la ecología humana), es esencial la centralidad de una distribución lo más amplia posible de la propiedad, esto es, son esenciales la pequeña propiedad y la familia basada en el matrimonio, esto es, en la unión esponsal de hombre y mujer. Como dice Robert Phillips, de la University of Connecticut, en su introducción a la edición de estos artículos en 2006, “la familia debe ser el centro de la productividad y de la reproductividad; y por eso el don fundamental de la propiedad debe estar concentrado especialmente en la familia”. La colaboración entre Belloc y Chesterton fue tan estrecha que en algunos ambientes anglosajones se hace, al menos para ciertos aspectos de su obra, la combinación Chester-Belloc. 

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

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