Fecha de publicación: 25 de febrero de 2021

Nació en Orense en el año 1502 como primer varón de la familia, luego de sus dos hermanas. Como hombre de la época, se entregó a ayudar a su familia en el campo, pastoreando ovejas. Recibió la fe de sus padres, que le enseñaron a rezar y le contaban episodios de la historia sagrada.

Crecería así como un labrador devoto, que trabajaba honradamente, rezaba diariamente el Rosario en las anchas laderas de “a lareira” y participaba de las preocupaciones por las cosechas y los ganados de su familia. Siendo joven contrajo la peste bubónica. Lo sacaron del poblado y lo dejaron en un lecho de paja, ya casi herido de muerte, con grandes dolores y altas fiebres.

Las oraciones y lágrimas de su madre, que vigilaba antena la choza de su hijo, parece que resonaron en el Cielo. Una noche, un lobo entró siguiendo el rastro del olor a carne enferma. Al parecer, muerde justamente en los ganglios infectados por la peste y lame la herida purulenta. Esa especie de pesadilla final se transformó en un milagro pues el labrador, al día siguiente, ya no tiene fiebre y se encuentra reestablecido.

JOVEN HONRADO Y TRABAJADOR

El corazón de este beato estaba hecho para Dios y para las aventuras, no siendo ambas incompatibles. Como muchos otros, quiso emigrar para buscar una mejora a la situación económica de sus padres. Piensa en irse a Castilla o a América, incluso. Con veinte años deja casa, padre y madre y termina recalando en Salamanca. No va allí por estudios en la prestigiosa universidad, sino por trabajo. Allí se pone al servicio de una joven viuda, que pronto tomará en estima a Sebastián. Tanto así, que tiene que evitar cortésmente sus proposiciones, hasta el momento de decidir buscar otro trabajo.

Acaba la extremeña localidad de Zafra, donde se pone al servicio de Pedro de Figueroa, quien lo emplea con gusto viendo su docilidad, su buen hacer y su trabajo. Una de las hijas de Figueroa muestra interés por él. Sebastián desdeña la proposición de la joven y de nuevo se embarca en otra aventura que lleva a Sanlúcar de Barrameda, en donde de nuevo cae enfermo, que le deja de nuevo en una penuria económica.

Al recuperarse, acabará trabajando por muchos años al servicio de otro acaudalado labrador, a quien sirve cuidando de sus viñas y campos de mieses. Su amo supo corresponder a la fidelidad del honrado gallego aumentándole el salario y dejándole la explotación de unas tierras a su favor. Sebastián les envía a sus hermanas la dote para sus matrimonios.

VIAJE A AMÉRICA

Como era natural, en Sanlúcar no deja de oír historias de América y pronto empezará a ahorrar para pagar su pasaje. Llegará a Puebla, una ciudad por entonces muy necesitada de trabajadores como él. Fundó una empresa de carros de carga. A la edad de 50 años, ya le llaman “Aparicio, el Rico” y cuenta con una gran hacienda en Tlalnepantla, cerca de la ciudad de México. A pesar de sus riquezas llevaba una vida muy humilde y utilizaba sus recursos para hacer obras de misericordia, tratando a sus trabajadores con mucho respeto, casi como amigos. A varios arrendatarios les escrituró fanegadas de tierra para que formaran sus propias fincas, haciendo con ellos lo mismo que hicieron con él.

En Chapultepec tiene una enfermedad muy grave y recibe los últimos sacramentos. Cuando se recupera, le recomiendan casarse y él lo entrega a la oración. A los 60 años contrae nupcias con la hija de un vecino en la ciudad de Tacuba. Desgraciadamente, su esposa muere al año de su matrimonio. Volvió así a casarse con 67 años, siendo esta vez un matrimonio virginal, tal y como certifica una cláusula: “declaro que mi mujer queda virgen como la recibí de sus padres, porque me desposé con ella para tener algún regalo en su compañía, por hallarme mal solo y para ampararla y servirla de mi hacienda”. Su nueva esposa también fallece al caerse de un árbol mientras recogía frutos.

Su confesor le recomienda que ayude a las hermanas clarisas que estaban pasando miseria. En el año 1573 les cede a las clarisas sus bienes y se va él mismo a servirles en calidad de portero. Un año después, con 72 años, toma el hábito franciscano en el convento de México. Sufre mucho, en parte por el trato de los jóvenes del noviciado y porque sus superiores, al verlo tan anciano no se deciden en dejarle profesar. Finalmente, el 13 de junio de 1575 profesa sus votos: “hago voto y prometo a Dios vivir en obediencia, sin cosa alguna propia y en castidad, vivir el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, guardando la Regla de los frailes menores”.

Con esa edad, empezó una vida de fraile limosnero, cuidando el huerto y atendiendo distintos recados en los que, a su edad, parecían no cansarle.

A los 98 años se sintió morir por causa de una hernia. Cuando llegó al convento les pidió a los franciscanos que rezaran el Credo y al decir: “Creo en la resurrección de los muertos y en la vida eterna”, entregó su espíritu. Su entierro fue multitudinario. Se documentaron 968 milagros en su proceso de beatificación y su cuerpo apareció incorrupto las dos veces que se la he exhumado. Su cuerpo puede verse en el convento franciscano de Puebla de los Ángeles de México.