Fecha de publicación: 15 de febrero de 2021

Nació en 1851 dentro de una familia campesina, siendo el cuarto de cinco hijos. De pequeño conoció a San Juan Bosco, una figura que le marcó, junto con su maestra Benedetta Savio y su tío, el también santo, San José Cafasso. A Bosco lo conoció con 11 años, teniendo la gracia de tenerle como confesor. Fue gracias a él que descubrió su vocación al sacerdocio.

Con algunas dificultades por su frágil condición de salud, se ordena a los 22 años y empieza ya a ejercer como formador de seminario, ya que tiene aptitudes para ello. Mientas tanto sigue estudiando y termina enseñando derecho canónico y civil, hasta convertirse en el decano de estas facultades.

Su vida tomó un giro cuando, con 29 años, fue nombrado rector del santuario de la Consolata, patrona de Turín. Allí comienza labores de restauración, hasta el punto de convertirlo pronto en un centro de espiritualidad lleno de peregrinos. En 1900 su salud empeora y sale vivo gracias al empuje mostrado por el cardenal Richelmy y a las oraciones que le dirige a la Consolata.

Su deseo de corazón era haber sido misionero y diez años antes de caer así de enfermo, ya había escrito una carta pidiendo la fundación de un instituto misionero. Esa autorización le llegó justamente un año después de su milagrosa curación.

Fue el mismo Pío IX Pío X el que le dijo: “si no tienes vocación para fundar religiosas, te la doy yo”. Así nacieron las Misioneras de la Consolata que, a día de hoy sigue haciendo su misión ad gentes. Una congregación de consagrados que viven en pobreza, castidad y obediencia para la formación de comunidades adultas, visita a las familias, efectuando una labor de promoción humana, justicia y paz.