Fecha de publicación: 7 de abril de 2021

Es de Vizcaya y pronto tuvo clara su vocación al sacerdocio, ingresando en el seminario en 1914. El 11 de diciembre de 1917 recibió el hábito trinitario en el santuario de la Bien Aparecida, en Cantabria, iniciando el año de noviciado, que concluiría el 14 de diciembre de 1918 con su profesión simple.

Durante toda su vida, para Domingo lo importante era, en sus palabras, “no hacer muchas cosas sino hacer bien todo lo que es del agrado de Dios”. Quienes lo rodeaban atestiguaron que “cuando celebraba la Eucaristía, se identificaba con la persona de Cristo”.

Se doctoró en Filosofía y Teología en Roma. Allí sus compañeros de comunidad y cuantos le trataron quedaron hondamente impresionados por la santidad y paz que transmitía. En el 25 fue ordenado presbítero en la basílica de los Doce Apóstoles en la Orden de la Santísima Trinidad. Por su débil salud y por prescripción médica, fue trasladado de vuelta a España.

En este viaje de vuelta pasó a peregrinar Lourdes. Luego, en Madrid tuvo un encuentro con el provincial, que lo mandó al convento de Belmonte, en Cuenca, siguiendo las prescripciones médicas que confiaban en que los aires secos de La Mancha le ayudarían en su salud. La enfermedad, en vez de remitir, empeoró.

Las cartas escritas durante los últimos meses de su vida traslucen una gran madurez espiritual y una aceptación total de la voluntad de Dios en su vida. El 7 de abril de 1927 murió en su celda, y fue enterrado en el cementerio municipal. San Juan Pablo II durante su beatificación en 1984 dijo de él que, al contemplar su vida, podía afirmarse que “todo lo orientaba hacia la Trinidad y todo lo contemplaba desde ese inefable misterio”.