Fecha de publicación: 10 de septiembre de 2020

Criado en una familia de agricultores muy humilde y piadosa, fue bautizado como Miguel Bautista, aunque luego cambió su nombre nombre por el de Buenaventura. A pesar de sus muchas ocupaciones, el piadoso joven hallaba tiempo para cumplir fielmente los ejercicios devotos que se había impuesto para cada día, especialmente en sus ratos de oración frente al Santísimo.

El día en que contrajo matrimonio le sucedió lo siguiente: después de la ceremonia religiosa, se quedó en la iglesia por espacio de largas horas. Fue absorto en altísima contemplación. Entonces el beato y su mujer se determinaron vivir como hermanos guardando virginidad perfecta. A los dieciséis meses de matrimonio, murió su mujer declarando que había guardado intacta su virginidad.

Comenzó así Miguel Bautista su etapa en el convento franciscano de San Miguel de Escornalbou, en donde adoptó el nombre de Bueanaventura, en honor al doctor franciscano. El fervor de los principios no se desmintió en todo el tiempo de su noviciado. Tanto sus compañeros como los religiosos antiguos le miraban como a modelo. Al año de probación, profesó con los votos religiosos.

Fue elegido para fundar en Mora un convento de la Reforma franciscana. En esta nueva residencia llevó el Beato vida todavía más devota y mortificada, a pesar del mucho trabajo que suele acarrear una nueva fundación, además de sus cargos de limosnero y cocinero, que seguía desempeñando.

Lo que más le afligía era ver que el libertinaje se cebaba en poblaciones fieles hasta entonces a su fe y de sanas costumbres. Les llegaba el contagio de los ejércitos franceses que ocuparon Cataluña en el último período de la guerra de los Treinta Años. Buenaventura se presentaba sin temor en medio de las fiestas de las poblaciones aledañas y con su predicación logró cambiar el credo calvinista de varios soldados franceses calvinistas, que ocupaban Cataluña durante la Guerra de los Treinta Años.

Quiso fundar un convento en Terrassa en donde se observase rigurosamente la primitiva Regla de San Francisco y acabó fundando en Roma. En la península italiana se ganó de tal manera el aprecio de las gentes, que en tropel acudían a verle. En Viterbo se produjo un milagro: la sagrada Hostia volase de los dedos del sacerdote a los labios del Beato después del Dómine non sum dignus.

Buenaventura redactó una súplica a la Congregación de Obispos y Regulares. El Papa Alejandro VII sancionó, el 8 de marzo de 1662, la fundación de la Reforma, y el Capítulo provincial franciscano celebrado en Roma aquel mismo año cedió al Beato y a sus compañeros el convento de Santa María de las Gracias, sito en Ponticelli (Rieti).

Quince religiosos, entre padres y hermanos legos, acudieron al llamamiento de fray Buenaventura. Su vida fue copia de la del santo Fundador; ni almacenaban provisiones, ni aceptaban estipendios por la predicación, misas u otros ejercicios del santo ministerio, y se contentaban con lo que la Providencia les enviaba por mano de los bienhechores.

Tanto prosperó la Reforma, que fue menester fundar otros conventos para recibir a los muchos que deseaban entrar en ella. Llegó el Beato a la edad de sesenta y cuatro años. Previendo ya su próximo fin, solía repetir amorosamente: «¡Paraíso, paraíso! ». El 15 de agosto de 1684, le sobrevino una recia calentura. Los médicos esperaban vencerla, pero Buenaventura aseguraba que no sanaría. El 11 de septiembre recibió los santos Sacramentos con admirable devoción.

Fue beatificado por el Papa Pío X el 10 de junio del año 1906.