El beato Bartolomé Gutiérrez nació en 1580 en la ciudad de Méjico. Ya con solo 16 años decide entrar en la orden agustina. Ordenado sacerdote tras estudiar en Michoacán, arde en deseos de ser misionero ya en su primer destino en Puebla.

Como misionero de la orden de ermitaños de San Agustín, parte en misión en 1605 hacia Manila para desempeñar la labor de maestro de novicios. Los compañeros del beato Bartolomé Gutiérrez solían hacer burla de él porque era rollizo, a lo que él respondía: “así habrá más reliquias que repartir cuando muera mártir”.

Además de ello, tenía facilidad para los idiomas y no tardó en aprender pronto el japonés. De esta manera, a pesar de encontrarse en plena guerra civil y de haberse producido recientemente el martirio de veintiséis cristianos, decide embarcarse para seguir su misión en Japón.

Tras la expulsión de los misioneros de 1613, el beato Bartolomé Gutiérrez regresa a Manila en donde pasará otro lustro antes de volver a partir, esta vez disfrazado, de vuelta al país nipón. Un año más tarde fue nombrado prior del convento de Usuki. Allí se entregó de lleno a la evangelización, aunque de nuevo tuvo que abandonar su labor a causa de un nuevo decreto de expulsión en ese mismo año. Las crónicas testifican el buen recuerdo que dejó el padre Bartolomé entre los fieles de Japón, razón por la cual regresó a Japón en 1618.

En adelante ejerció su labor de misionero durante 15 años, viviendo en el campo y los bosques, escapando milagrosamente a las persecuciones del emperador durante un largo tiempo. Fue traicionado y apresado en Nagasaki bajo el mando del gobernador Tacanga, que al parecer tenía también familiares que habían abrazado la fe gracias a la predicación del beato.

Con otros cinco compañeros mártires, el presbítero Bartolomé Gutiérrez fue sumergido en aguas sulfúreas hirvientes y después arrojado al fuego. Todos ellos fueron beatificados por el Papa Pío IX en 1867.