¿Cómo fue su llamada a la vida sacerdotal?
Entré en el seminario menor siendo muy pequeño, en Plaza de Gracia, y allí fui descubriendo sacerdotes que fueron dejando huella en mi carácter, mi forma de ver la vida. Conocí a muchos misioneros allí, sobre todo que habían estado trabajando en Latinoamérica. Más que una llamada yo lo vi como una invitación a hacer algo por los demás. Yo pedía mucho a Dios por los misioneros, siempre pedía por otros, no por mí. Yo no quería ser sacerdote, pero cuando Dios se empeña, me costó mucho descubrirlo y decidirme, pero poco a poco solo había un camino. Empeño de la Iglesia y de Dios para yo ser sacerdote. A veces pienso ¿cómo ha podido el Señor fijarse en mí? De hecho, yo entré en el Seminario Mayor con 18 años sin convencimiento de que fuese mi vocación, pero decidí probar, y la prueba ha terminado aquí 25 años después.

¿Cuál diría que es el mayor desafío de la vida sacerdotal?
Hoy en día la mayor dificultad es llegar al corazón de las personas, sobre todo a la juventud. La gente busca, pero no la fe ni la trascendencia, son puertas cerradas en la mayoría de las personas, abrirlas es el mayor reto. En nuestra sociedad es un desafío constante el que las personas se comprometan y viendo el vacío que tienen es triste ver como buscan en cosas que no llenan ni ilusionan. La gran tarea que tenemos es que las personas vuelvan a abrirse a lo trascendente.

¿Y la mayor gracia?
Me siento bendecido cada día de mi vida con el don que el Señor me da a través de la gente, niños, adolescentes jóvenes, ancianos, esa bondad, esa entrega, esa ilusión. Se puede hacer tantísimo bien por los necesitados, por los demás. Pero sobre todo es un don constante los jóvenes en su alegría se ve la mano de Dios. La juventud es el gran don que yo encuentro todos los días, disfrutar de esa entrega, la energía que ellos transmiten. Desgraciadamente la luz que llevan en su interior la sociedad intenta apagarla demasiado pronto con cosas vacías. Los mayores y enfermos especialmente trasmiten cuando son visitados en casa su encuentro constante con Dios. Especialmente en lo mayores uno se encuentra con Dios, y en los más necesitados, para el mundo no cuentan, pero para Dios sí. El diálogo con ellos es la mayor riqueza que el Señor me ha dado.

¿Un servicio pastoral que le haya marcado a lo largo de estos 25 años?
Han sido muchos pueblos en los que he estado: Alpujarras, Zafarralla, ahora en Alomartes, y en cada uno he encontrado realidades diversas, y en cada zona una gracia concreta. Los trabajos más exigentes han sido el trabajo con inmigrantes, mujeres maltratadas… cada tarea pastoral puedo decir que la llevo grabada a fuego en el corazón, realidades muy distintas de un pueblo a otro. He encontrado experiencias muy enriquecedoras.

¿Cómo ha celebrado su aniversario de 25 años de ordenación?
Un día de mucho trabajo, pero lo compartí comiendo con varias familias, una noche para recordar en Alomartes de recuerdos y de muchas cosas que hemos vivido, campamentos, actividades en la parroquia, etc.

¿Cómo fue el día de su ordenación?
Un día de muchos nervios, pero muy emocionante. Pasó muy rápido y hoy a veces pienso que casi no tuve tiempo de disfrutarlo. Esto le recomiendo también a los novios que se preparan para casarse ¡que disfruten!

¿Qué les diría a los jóvenes que se sienten hoy llamados a la vocación sacerdotal?
Les diría que no tengan miedo. Es una labor de Dios, nosotros solo somos un instrumento. Si Dios se empeña nos orienta y guía, Dios da la gracia y saca frutos. Nosotros solo somos vasijas de barro y custodiamos un tesoro. Les diría ¡que no tengan miedo!

María José Aguilar
Secretariado de Medios de Comunicación Social
Arzobispado de Granada