Queridos hijos -y me dirijo a los que os vais a confirmar, y a través de vosotros a todos los demás-:

Es un tesoro el ver la Catedral tan llena, y tan llena de caras jóvenes (…). Venís a recibir el Sacramento de la Confirmación. Yo quiero subrayar más que nada que esto no es algo que vosotros hacéis por Dios, como quien uno hace una cosa, incluso un cierto favor que le hacemos a Dios, porque tiene que estar agradecido de que queramos ser cristianos; más bien porque pensamos a lo mejor que estando en el mundo en el que estamos Dios, pobrecillo, tiene pocos que le quieran o pocos que le sigan y, entonces, ya que nosotros queremos quererle, nos lo tendría que agradecer.

Lo pinto así de una manera un pelín exagerada (…), para haceros caer en la cuenta que no, que no, que los Sacramentos es algo que Dios hace por nosotros: acciones del Señor en favor nuestro. ¿Y en qué consiste ese favor? Consiste en su amor. Siempre, a través de los Sacramentos quien se nos da es el Señor mismo. Incluso cuando nos da el perdón, lo que nos da el perdón no es un perdón “pues bueno, ahora no voy a mirar y no te tengo en cuenta”, sino que es como un abrazo que Él nos da para acompañarnos y que podamos afrontar la vida con la certeza de su compañía. Pero en el Bautismo, en la Confirmación y en la Eucaristía, en esos tres, se nos da el Señor, por así decir, directamente. Es decir, esos tres Sacramentos, que son los tres Sacramentos que nos unen a Él y nos hacen miembros de la Iglesia, es el Señor quien se nos da en todos. En todos se nos da el Señor.

También es muy importante comprender que en el Sacramento del Matrimonio, por ejemplo, es el Señor quien se da, y es necesario ese don del Señor. Porque no os creáis que un matrimonio es, simplemente, una cosa que se sostiene con eso que un chico y una chica llaman “quererse”. No se sostiene. Y la prueba la tenemos a todas horas delante de nuestros ojos. Es el Señor quien hace posible con su fidelidad, la fidelidad y la entrega mutua sin límites y sin reservas de un hombre y una mujer. Por tanto, también en el matrimonio; y el matrimonio no es el momento de celebración en la Iglesia. El matrimonio es el amor, es el amor el que es signo.

Es verdad que una vez que Cristo se ha entregado por nosotros como se ha entregado, el amor tiene siempre la forma de un voto. Todo amor, todo amor verdadero es una promesa que salta hasta la vida eterna. Y ciertamente esa forma de amor tan única, tan especial, que es la del amor de los esposos, que es tan única y tan especial que es ella misma en sí signo de que Cristo vive, es signo de la Presencia de Cristo.

Pero fijaos, voy a seguir con este ejemplo porque este ejemplo nos vale también para entender lo de hoy. (…) hace unos poquitos años, un sacerdote amigo mío me decía: de aquí a poco va a bastar ver que un hombre y una mujer son fieles, para saber que son cristianos. Yo he hecho alguna vez la prueba, no en una iglesia, ni en el parking de al lado de una iglesia, sino en un sitio tan curioso como un parque de atracciones o el zoo; (…) de repente, veía bajarse a muchos niños de una furgoneta con un matrimonio, y yo estaba con gente, y les dije: ¿Qué te apuestas a que son cristianos? Y me acerqué, sin más, sin conocerlos de nada. Yo estaba con una pandilla de chicos jóvenes también. Y me dijeron: “¿y usted cómo lo sabe? ¿cómo lo va a saber?”. Yo les dije: “Os convido a un helado si no lo son”. Y me acerqué y les dije: “¿De qué parroquia sois?” (…) Y me lo dijeron: efectivamente, eran de una parroquia, eran de una comunidad del Camino Neocatecumenal, y en otro lado, pertenecían a la Prelatura del Opus Dei… Quiero decir: era evidente.

Bueno, por eso son un signo, un signo de que donde está el Señor cerca florece una humanidad verdadera. Y florece hasta en eso, hasta en un cierto amor a la vida que se traduce justamente en el no tener miedo a comunicar la vida. (…)

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

28 de mayo de 2014
Santa Iglesia Catedral de Granada

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